El Altar, Las Mentiras, Su Penitencia
ista de Em
e gélido de la memoria. La pregunta inocente de Leo sobre la foto, sobre él y una f
recuerdo de un amor que nunca fue verdaderamente mío. Pero algunas cosas, como el aroma del papel
observador, conti
n príncipe. Y la flor era amarilla, creo
íncipe, sino un niño. El joven Carlos Barroso, capturado en un momento de
es permitía ir. De vuelta a un tiempo en el que todavía creía en
o de oro de una familia de oro. Se movía por la vida con una confianza tranquila, cada paso precis
luces intermitentes y aplausos educados. Él estaba en el escenario, recibiendo otro galardón. La multitud rugió. Pero entonces, hizo algo inesperado. Hizo una pa
travagante de Camila. Cada pequeño acto de consideración de alguien fuera de mi círculo inmediato se sentía como un regalo precioso, atesorado y guard
una observadora silenciosa de su vida deslumbrante. Conocía su horario, su café favorito, la form
conserje con algo, sus movimientos eficientes y precisos. Camila, por otro lado, estaba recargada contra la pared cercana, cumpliendo castigo por otra
ndo el borde de la sombra de ella en el suelo calcinado por el sol. Un toque silencioso y anhelante. Retiró la mano de inmediato,
nunca había sido para mí. Era para Camila. La dulzura de mi amor infantil se cuajó en algo amargo, un sabor
sus travesuras encantadoras. Mi obediencia silenciosa se desvanecía en el fondo, inadvertida. Ahora, incluso el brilla
indómitos, de admirar a los "pajaritos desobedientes" que se atrevían a volar contra el viento. Entendí entonces. No le atraí
e matrimonio, buscando una fusión de fortunas y estatus social. Los Barroso, inicialmente vacilantes, consi
ntra la desaprobación tácita de su familia hacia el dinero nuevo de la nuestra. Su abuela, una mujer formidable que siempre había ad
ebeló. Declaró a Carlos "aburrido, predecible, una jaula dorada