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Ensordecido por sus palabras de odio

Capítulo 5 

Palabras:7610    |    Actualizado en: 15/12/2025

vista d

ble de esa noche en el Antro Pulse, todavía se aferraba a mí. El rostro burlón de Emiliano, la sonrisa triunfante de Keisha, y sus palabras -«Com

marcaba las 5:30 AM. Probablemente él estaría llegando a casa ahora, si no se había quedado con Keisha de nuevo. El pensamient

e mi madre era impenetrable. Aun así, un temblor de inquietud se deslizó a tra

lsa de papel marrón en la mano. Se veía... diferente. Su cabello, generalmente impecable, estaba

ó la bolsa. Sabía lo que era. Sus famosos burritos de desayuno de ese puesto de tacos grasiento que sol

un gesto despectivo, luego señalé la entrada, indicando que debería dejarlo con el guardia de seguridad. Dudó, sus hombros se hundieron, luego colocó la bo

na vez había amado de verdad a ese hombre? ¿O había amado la idea de él? El pot

eló la sangre. Había escrito una canción. Sobre mí. Sobre mi pérdida de audición. Sobre nuestra relación. La a

da, un símbolo de su presencia persistente. La abrí. Dentro, envueltos

. Sé que la regué. Terriblemente. Pero te necesito. No puedo hacer

oca. Pensó que un burrito de desayuno y una nota patética podrían borrar ocho años de sa

n regalo, sí, pero también una maldición. Significaba que podía escuchar cada matiz de s

z reconfortante, ahora me daba náuseas. No sentí nada más que un profundo vacío. Pensó que todavía podía manipular mis

jos, aunque todavía cansados, tenían una nueva fuerza,

, no como Adell Ríos, sino como Adell Boone. Una mujer que había sido rota, pero que ahora se estaba reconstruyendo

a, trajo una extraña sensación de consuelo. Un tipo diferente de canción comenzaba

vista d

sesperada entrega de burritos de desayuno de Emiliano, semanas desde la última vez que vi su rostro derrotado en la puerta de mi madre. La basura ha

de reuniones de negocios, galas de caridad y compromisos sociales educados. Y

r vibró con un número desconocido. Mi madre me había dado un celular nuevo, un

e la policía de la Ciudad de México. Tenemos su vehículo en el corraló

auto que atesoraba y rara vez conducía, estaba guardado a salvo en el garaje subterráneo de

ra delantera. Y... una tal Keisha Duque estuvo involucrada. Afirma que lo estaba

una oleada de adrenalina re

ños. Está dando su declaración

. Agarré mis llaves, mi calma cuidadosamente construida haciéndose añicos en mil pedazos. Es

corría, imaginando el metal arrugado, el vidrio roto. Mi

speración. Mis ojos se posaron inmediatamente en ella. Keisha, sentada en una banca, una rodilla raspada,

a-. ¡El auto es tan viejo que simplemente... perdió el control! ¡Y

cruda de furia. Keisha levantó la vista, sus ojos se abrie

esando a sus ojos-. La prometida sorda. ¿Finalmente te pusieron

me moví. Con un grito gutural, me abalancé sobre ella, mi mano conectando con su mejilla con un son

ontrolada-. ¡Ese auto era de mi padre! ¡Fue su último regalo! -Me abalancé de

suró, apartándome de ella. Otros oficia

moteando, agarrándose la cab

reclamar mi vida, mi pasado, mi esposo! -La pala

lmese! -dijo el oficial

o Ríos -escuché susurrar a un e

nueva novia! -siseó otro, sacando

or, ¿recuerdas esa vez que noqueó a ese paparazzi por acercarse demasiado a Adell? -Las palabras enviaron una

as corriendo por su rostro, pero sus ojos aún mantenían esa mirada odiosa y arrogante. Me abalancé de nuev

ó contra el concreto pulido, y un dolor abrasador explotó detrás de mis ojos. El mundo se oscureció, luego volvió a enfocarse, distorsionado y amortiguado. Mi oído izquie

amortiguados y confusos. -¡Emiliano!

quí. Había visto.

guada, llena de una preocupación frenética que habí

espaldas a mí. Su rostro era una máscara de furiosa preocupación. Levantó la vista entonces, sus ojo

co rayado. Su rostro palideció, la preocupación por Keisha ahora reemplazada

do izquierdo era un vacío enorme. Pero el dolor, la traición, todo era demasiado claro. Me habí

o solo para escuchar su traición, y ahora, en su defensa de su amante, me f

í. No frente a ellos. Me dolía el corazón, no p

l. El final abso

vista de

lágrimas y magullado, era una máscara de dolor e incredulidad. Mi corazón martilleaba contra mis costillas

er a Keisha, apartar a Adell. Pero entonces vi sus ojos, el familiar destello de una fuerza que no había reconoci

mblaban mientras la alcanzaba. Ella retrocedió, un movimiento brusco e involuntario que se sintió como una bofetada. Se levantó, lenta

s, los espectadores, sus murmullos se desvanecieron en un zumbido sordo. Todo lo que podía ver er

r, lo suficientemente alto como para que lo

etida de Emiliano, ¿verd

se quebró. No se la p

ilencio! -rugí, mi voz resonando en la delegación-. ¡Cualquiera que difunda rumores o mentiras sobre Adell se enfrentará a acciones legales! -Mis palabras estaban

o-. Puedo explicarlo todo. Por favor. Solo ven a casa

n oficial. -¿Cómo consiguió mi auto? -dijo Adell en señas, sus movimientos bruscos, precisos. S

o a Keisha un par de veces, un pequeño detalle, un gesto de

de culpa, me invadió. -Es solo un auto, Adell -espeté, mi v

un pequeño golpe, Emi! Nada serio. ¡El problema es A

imprudente! ¡Todo esto es tu culpa! ¿Crees que puedes simplemente tomar lo que quieras? ¿Crees que pued

hock. Retrocedió, su rostro se arrugó. -Emi, ¿qué estás dicie

onable. -Adell, por favor. Esto es un malentendido. Podemos arreglar esto. Solo ven a casa. Nuestra boda es en dos semanas. No

sta de emoción-. No hay "nuestra boda", Emiliano.

os a casar! ¡Hemos estado juntos por ocho años! ¡Te lo debo! -Las palabras salieron a borbotones, crudas y sin filtro, alimentadas por el pánico y la rabia-. ¡Te mantuve a salvo, te m

era sentir como si estuviera constantemente pagando una deuda! ¡Convertiste nuestra relación en una carga, Adell! ¡Un caso de caridad! ¡Todos tus sacri

Keisha me miraba boquiabierta, su rostro pálido. Los oficiales parecían incómodos. Adell, sin

no? -contraatacó, su voz resonando con un poder que me sacudió hasta la médula-. ¿O solo eres u

día oír. Podía oír. Y había escuchado cada una de m

dando vueltas-. ¿Desde cuándo podías oír? -Mi imperio estaba en llamas, y

vista d

por un terror repentino, saltaban entre mi mirada firme y sus manos temblorosas. El aire a nuestro alrededor se volvió pesado, s

voz un susurro desgarrado. La pregunta se sintió como una

ente para escucharte llamarme una carga. El tiempo suficiente para escucharte describir nuestros ocho años juntos como un caso de caridad. El tiempo suficiente para escu

ez tan cautivadores, ahora contenían un miedo crudo y anima

ebo todo», «Eres mi musa, mi ángel guardián». Recordé al músico de ojos estrellados, el que juró que su éxito sería nuestro

creto cada sacrificio que había hecho por él. No había visto a una compañera; había

irmando que convertí nuestra relación en una jaula? ¿Que te hice sentir como si estuvieras pagando una deuda? -Mi voz se elevó, temblando con una furia que había estado hirviendo a fuego lento durante s

os oficiales permanecían rígidos, sus expresiones ilegibles. Keisha, olvidada en el sue

ano extendida, su rostro contorsionado en

lofríos de disgusto por mi espalda. Ya no era el hombre que amaba; era un extraño, una caricatura monstruosa de mis miedos más profundos. Se me revolvió el estómag

esitabas "pasión". Necesitabas "alguien que pudiera gritar tu nombre, no solo decirlo en señas". -Imité sus palabras, la burla goteando de mi tono-. ¿Y qu

za e ira. -¡Envenenaste todo, Emiliano! ¡Tomaste nuestra historia, nuestras luchas, nuestros momentos de silenci

zaron de nuevo, más fuertes esta vez, llenos de un nuevo tipo de in

Emi! ¡Está vieja! ¡Siempre ha sido tan aburrida! ¡Te mereces algo mejor que

fue un crujido agudo y satisfactorio. Keisha retrocedió tambaleándose, sus

sabia como para saber que un hombre que abandona la lealtad por una pasión fugaz abandonará la pasión por la si

ciento, su boca abierta. La imagen de él, derrotado y expuesto, quedaría

irar atrás, sin derramar otra lágrima. El aire de la ciudad, fresco y nítido, se sintió como un bálsamo limpiador en mi piel. Había termin

vista d

cable de la Ciudad de México, se sentía distante, amortiguado. Me palpitaba la cabeza, un tamborileo incesante contra mi cráne

un hombre amable y mayor, mirándome por el espejo r

r a través de mí. -No. Solo... el aeropuerto. Toluca. -Necesitaba

ridad», «asfixiante». Cada una un nuevo golpe, incluso ahora. El hombre que había amado, salvado, constru

l. La puerta no solo estaba cerrada; estaba soldada, las bisagras reducidas a cenizas. Los ocho años que le había

ento tácito, había sido levantado. Las cadenas de mi lealtad fuera de lugar se habían roto. Era libre. Libre para reconstruir, li

peraba, su rostro impasible mientras observaba mi apariencia desaliñada, el leve moretón que

sualmente suave, mientras nos dirigíamos al penthouse-

ra una fuerza de la naturaleza, una mujer que rara vez mostraba debil

mpre decía: "Nunca acompañes a un hombre en su viaje a la cima, Adell, si no estás preparada para que

do como fría, como manipuladora, como alguien que valoraba el estatus por encima del amor. Pero ella había visto el peligro. Había

el arrepentimiento apretando

ventana, un faro en la noche fresca. Al salir del auto, mi madre apareció en la puerta, envuelta en un

zó con fuerza. Sus brazos, generalmente tan rígidos, me envolvieron con una feroz protección. Enterré mi rostro en

, acariciando mi cabello-. Lo

, sorbiendo té de hierbas, escuchó pacientemente mientras le contaba toda la brutal verdad. Mi voz, ahora clara y firme, puso al descubie

músico, sino un artista. Me amaba, a su manera. Pero su arte siempre fue lo primero. Yo era un accesorio, una musa, al igual que tú

le Cristina Blanco, también había conocido este desamor. Su estoicismo no había

s-. No quería que cometieras los mismos errores que yo. Que dieras tanto d

ada, mi rebelión juvenil, ahora se sentían como una rabieta tonta. El amor de mi m

su voz-, Javier Torres. Siempre ha estado interesado en t

is de todo lo que Emiliano había sido. -Estoy lista -dije, una sensación de paz

zador de un nuevo comienzo. Estaba en casa. Y por primera vez en mucho, mucho tiempo, sentí que realmente pertenecía. El futuro, una vez un vacío at

vista d

público desmoronamiento de mi vida con Emiliano. Mi madre, con su formidable eficiencia, había orquestado un santuario

nvertido en una fascinación morbosa. Sus publicaciones, una vez triunfantes, ahora apestaban a desesperación. «Emi está tan ocupado, chicos», es

! ¡Es tan injusto!», gemía en un video, sus ojos abiertos de par en par con una inocencia fabrica

?», decía un comentario principal. «¡Tod

pura basura. ¡Consígue

de sus primeros días? Dios mío, r

y él le pagó humillándol

ro amor! ¡El amor se trata de pasión, de tomar lo que quieres! ¡Si realmente amas a alguien, luchas por él! ¡No te quedas sentada, esp

e respeto, no de robo!», respondió un usuario. «Luchaste po

brújula moral. ¿Qué tip

eisha. Espero que disfrut

línea. Pero no hubo respuesta de él. Y luego, sus publicaciones se detuvieron. Toda su cuenta desapareció, como si hubiera

aída no fue mi victoria. Fue simplemente la consecuencia i

ll», anunció una mañana, levantando la vista de su tableta. «Su sencillo de regreso, 'Carga', ha sido universalme

vez había amado. Pero se extinguió rápidamente por los hechos fríos y duros.

texto simple y educado confirmando nuestra cita para cenar esa

con todo su dolor y traición, era una sombra que se desvanecía. Ya no era la «prometida sorda», la víctima. Era Adell Boone, una mujer reconstruyendo

n nuevo acto, una nueva canción. Y esta vez, yo sería la cantante princip

vista de

sesperación y ambición rancia. Mi reflejo en la ventana oscurecida mostraba a un extraño demacrado, de ojos hundidos y sin afeita

do espectacularmente. Fue universalmente denostado, un testimonio de mi propia crueldad, no de mi arte.

isha. «Emi, bebé, ¿dónde estás? ¡Los trolls están fuera de control! ¡Te necesito!». «¡Emi, por favo

vulnerabilidad, ahora sonaban estridentes, patéticas. Era una niña, aferrándose a un barco que se hundía. La había visto por lo que e

chat. Par

actar a sus viejos amigos, a su familia. Todos los caminos llevaban a callejones sin salida. La seguridad de su madre era

tiras, mi autocompasión. «¿Estás sordo, Emiliano? ¿O solo eres un cobarde?». Sus palabras habían sid

s antes del loft. Una esperanza desesperada parpadeó dentro de mí. Quizás había vuelto allí. Qu

os estaba silencioso, oscuro. Entré, mi corazón latiendo con anticipación. El aire estaba quieto, frío. Vacío. Ni r

rado a la basura a la única persona que realmente me amaba, que realmente creía

oque gentil, su sonrisa comprensiva. El consuelo de su presencia silenciosa. Lo había dado todo por sentado, lo había vi

ecesitaba su perdón. Pero se había ido. Irremediablemente ida. C

cumpleaños de Adell. Cena en Pujol. Se me revolvió el estómago. Había cancelado

e nuestro futuro. Había querido arrodillarme, reafirmar mi compromiso. Ahora, el anillo yacía en una ca

grabada en mi calendario. Le había prometido a mi mánager que asistiría, que Adell

de que pudiera reconsiderarlo, de que pudiera ver mi arrepentimiento, mi desesperación. Le

sa. Todo. Si tan s

. Porque sin Adell, no era más que un disco rayad

ruiría. Porque la idea de una vida si

vista d

l día de mi boda. No con Emiliano, el hombre que había destrozado mi corazón, sino con Javier T

os más cercanos fueron invitados. El gran salón de la hacienda de mi madre se había transformado en un oasis verde, lleno de rosas blancas y la suave luz de las velas. Javier, con su

ido de novia, una creación de seda simple pero elegante, era un marcado contraste con el elaborado vestido que una vez había

moroso, habría estado orgulloso. Mi madre, su mano agarrando la mía, sonrió, una sonrisa rara y genuina q

n mi dedo, sus ojos, oscuros y profundos, contenían una promesa de devoción inquebrantable. Era u

rde del jardín de rosas, donde los antiguos ahuehuetes p

lia

s delgada, sus hombros caídos. Llevaba un traje oscuro y sencillo, un marcado contraste con la extravagante presencia

Me recordó, casi dolorosamente, al músico luchador que había conocido todos esos años atrás, antes de la fama,

Había dolor crudo, sí, y quizás arrepentimiento. Pero también algo más, algo que

Luego, pareció tragar saliva, y sus labios se movieron. No pude escuchar las palabras, pero sabía lo que est

te a mí. Y luego se dio la vuelta, fundiéndose de nuevo en las sombras de los ah

devolviéndome al presente, a nuestro futuro compartido. Lo miré, mi corazón rebosante de una silenciosa

l ojo público, su nombre desvaneciéndose lentamente de las columnas de chismes y las listas de

de mi mano. Estábamos en un pequeño y pacífico monasterio enclavado en las montañas de Tepoztlán, un lugar de contemp

árbol de amate, sus ramas cargadas de listones de

nte. Me miró, una sonrisa cómplice en sus labios-. Tenemos un hermano aquí, Adell. Dedica sus ora

l de amate, los innumerables listones rojos, mi nombre, Adell Boon

á allí ahora, en meditación silenciosa. Ha encontrado la paz, Adell.

mples túnicas de monje. Estaba sentado de espaldas a mí, perfectamente quieto, sus manos juntas en oración. Estaba a un mundo de di

a, señaló. -Mami, ¿quién

ura bajo el árbol. Una profunda sensación de paz, de liberación, se apoderó de mí. -Es un vie

mor, caminó hacia nosotros, llevando una canasta de picnic. -Ahí están, mis amores -dijo, su sonrisa irradiando consuelo-. ¿Tie

en mi corazón. No por él, sino por el perdón que ahora sentía, por

do a mi hermosa hija, a mi amoroso esposo y la serena belle

randes y vacías promesas de una estrella de rock, sino en el ritmo silencioso y constante del am

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