La abogada del padrino
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stal y acero que dominaba el horizonte financiero de la ciudad, el ruido del tráfico mundano quedaba reducido a un zumbido abstracto, irrelevante. Allí
devolvía la imagen que el mundo conocía: una mujer de treinta y cinco años, impecablemente vestida con un traje sastre de seda gris marengo, el cabello oscuro recogido e
y negociando acuerdos que dejaban a sus oponentes agradecidos por conservar la camisa. Su especialidad no era la ley; su espe
armacéutica Delta está firmado. Ha
u asistente, Clara, esperara unos segundos.
de autoridad-. Archívalo y envía la factura final antes
señ
n en el silencio que siguió, una pequeña grieta
? -preguntó, girá
ba emociones, parecía incómoda. Sostenía una carpeta
El mensajero... no era de ninguna de las empresas habitual
, tomaron la carpeta. No tenía remitente. El cuero era de una calidad que superaba incluso los estándares de sus cli
Puedes r
oficina cambió sutilmente. La seguridad que Valeria proyectaba
ada, salvo por una computadora portátil y una pluma estilográfica. Se sentó en su
el tipo de caso complejo, multimillonario, que cimentaba aún más su estatus de intocable.
ciales de clientes, sino su propia soga. Un pequeño dispositivo USB y una libreta de contabilidad que detallaban el error más estúpido y devastador de s
on su carrera; la enviaría a prisión. La ironía era tan amarga que le quemaba la garganta. Defendía a c
s de tiempo, pero la deuda original, la mancha en su historial finan
aba una inquietud instintiva, una sensación similar a la que tenía en la cort
la c
r. Era cartulina gruesa, color crema, con textura de lino. En el centr
Ate
Priv
he, 21:0
a citación, no una invitación. Y la falta de
mo de puros y whisky añejo, lejos de las salas de juntas y los registros públicos. Pero incluso el Ateneo tenía sus n
ad cuyo poder era tan absoluto qu
o Men
na fuerza de la naturaleza, el hombre que movía los hilos invisibles de la ciudad, el "Padrino" en los susurros temeros
po de oscuridad. Defendía fraudes fiscales, malversaciones corporativ
na petición no solicitada, su protocolo era estricto. Extendió la mano hacia el teléfono pa
vieron a centímet
sobre el escritorio, vibró una sola vez. No era una ll
La pantalla se iluminó. El mensaje no
condicionado de la oficina pareció volverse repent
ía tres años, saliendo de un banco en las Islas Caimán. Llevaba gafas de sol y un pañuelo en la cabeza, intentando pasar desapercibida
ado cada rastro digital, había viajado con
o cr
Un segundo mensaje del mismo
es una virtud,
saje era claro como el cristal. La citación no era una oferta de empleo; era una notificación
eria Santander sintió el sabor metálico y corrosivo del miedo puro. Sabía que no tenía elección. Tenía que bajar de su fortaleza y entra
j Cartier. E
icio más importante de su vida, uno donde no había juez n