La venganza implacable de la exesposa
ista de Ji
ián. El hijo que me robó. El símbolo vivo y respirante de mi ruina. ¿Cómo podría mirarlo sin ver el pasado, sin sentir el dolor fantasma de cada pata
ra siempre en mi corazón. Ninguna cantidad de amor, ninguna medida de ins
Siempre. -Era una verdad conveniente, un escudo. Mi
erer discutir, suplicar, pero las palabras murieron en su garganta. Apretó la
s. Recogí las cosas de Isabel, los pocos juguetes y ropa gastados que poseíamos. Nos mudábamos. De nuevo.
o silencioso y condenatorio. Lo encontraría. Lo le
porque necesitaba que me vieran luchar. Por él. Por todos los que creyeron las mentiras. Pero encontrar trabajo era una broma cruel. Mi pasado, los
que sabía que él me encontraría
onda, el olor a grasa rancia pegado a mi ropa. Mis manos, una vez delicadas, hábiles para pasa
ietada, cuando la puerta trasera crujió al abrirse. Una sombra cayó sobre mí. No nece
o era tensa, teñida de in
gudo y familiar me atravesó el costado izquierdo, el recordatorio duradero de una paliz
que encontré perversamente satisfactorio, se
os? -dio un paso más cerca, sus ojos escudriñando mi rostro cansad
rgas noches, trabajando en dos, a veces tres, empleos de salario mínimo solo para comprar fórmula y pagar la renta. Recordé las miradas frías, los juicios susurrados. Recordé cada
la suya extendid
Pasé junto a él, mi cuerpo gritando en protesta, tratando de llegar al
débiles rastros de algo vagamente familiar de hace mucho tiempo- llenó mis sentidos. Era una calidez que anhelaba rec
. Recordé la última vez que me abrazó, no con ternur
del frío suelo de baldosas de esa mansión aislada, la que él había llamado nuestro "santu
observando, sus ojos brilland
Gerardo. Y sabe dem
a cuya familia ya está arruinada. -Se había reído entonces, un sonido escalofriante y triunfante-. Y además, ahora tenemos pruebas. Pruebas de que tu pad
l, entregada con la so
ndo de la policía, tratando de escapar de las acusaciones. Nos aseguramos de que la e
ropia mano debido a sus mentiras? Me había abalanzado sobre Kiara, un
o con mi abdomen. El dolor fue insoportable, abrasador. Me
rás a Kiara! -había gruñido, sus ojos ardiend
e buscaste esto", repetía, una y otra vez, como un mantra. Cuando el dolor se volvió insoportable, cuando sentí que la vida se me escapaba, solo entonces llamó para pedir atención médica.
r recuerdo. La mano de Gerardo estaba en mi frente. Mi cabeocupación. Sus ojos estaban muy abiertos, confun
errando a una muñeca vieja y gastada, su santuario. Accidentalmente había tirado un pequeño diario de cuero
ijándose en la elegante caligrafía, la escritura familiar. La escritura de su hermana. Lo reco
s ojos ardiendo con un dolor tan profundo que torció sus rasgos en una máscara de pura agonía. Soltó un sollozo ahogado, un sonido tan