La venganza implacable de la exesposa
ista de Ji
, llena de muebles antiguos y alfombras de felpa. Parpadeé, desorientada, y luego me di cuenta de que estaba acostada en una cama king-size, las sáb
altaba en la cama, vestida con un ridículo vestido rosa con volantes, su
emente vestido con un traje diminuto, su cabello cuidadosamente peinado. Evitó mi mirada, sus ojos fijos en
a, no estaba a la vista. Se me revolvió el estómago. Necesitaba irme. Ahora. Bala
de desayuno en sus manos. Llevaba una bata de seda, su cabello ingeniosamente despeinado, una imagen de fe
a bandeja en una mesa cercana con un estrépito, luego se volvió hacia mí, con los brazos cruzados-. ¿Te sientes me
rraba el borde de la cama. Sus palabras estab
sonrisa ensanchándose maliciosamente. Extendió una cucharada del cereal
endo salpicó la impecable sábana blanca, a solo centímetros del pie de Isabel.
surgió a través de mí. Instintivamente extendí la mano, atrayend
, golpeando la bandeja de las manos de Kiara. Cayó al suelo con estrépito, la avena y la porcelana rota esparciéndose por todas partes. Un chor
s haciendo, Kiara?! -rugió, su
edió, fingie
dente! ¡Solo intentaba ayudar a Jimena! -su
un marcado contraste con su arrebato anterior-. Lárgat
nenosa, una promesa silenciosa de futura retribución, lu
destello de algo nuevo: confusión, quizás incluso una comprensión incipiente de que la dulzura de Kiara era una fachada. Miró la porcelana rota, luego de nuevo a mí, una pregunta sil
preocupándome, asegurándome de que ningún trozo de porcelana o ave
zo estaba rojo, ya ampollándose donde la avena caliente lo había golpeado.
ubo de crema para quemaduras en el botiquín del baño. Dudé por un momento
ra. El diario encuadernado en cuero yacía abierto ante él. Mi corazón dio un pequeño v
on culpabilidad, cerró el diario, metiéndolo debajo de una pila de papel
extendiendo el tubo de crema. Era una excusa
ostro. Sus ojos todavía e
rozando los míos. Una chispa, un débil eco del pasad
-preguntó, su voz apenas un susurro. Se puso de p
u escritorio: una Kiara más joven, sonriendo; Adrián de bebé, acunado
propia vid
las suyas. Su toque era vacilante, casi suplicante-. No te v
os, una vez tan fríos y calculadores, ahora
desesperada-. Lo que quieras. Un salario
rre se
unidad de enmendar las cosas. De ser una familia. De... de ser lo que se suponía que debíam
mpo, hace mucho, en que esa palabra nos había definido.
e yo era la luz que lo sacó de la oscuridad de su pas
ción, envenenado por los celos de Kiara. Se había agriado hasta converti
retorcida. Y ahora ese amor, mezclado con tu culpa, se
a -susurró, su voz espesa por la e
nrisa fría y calculadora tocó mis labios. Era