Mi ex-prometido robó mis sueños
una copia gastada de una novela clásica, algunas fotos queridas. Todo lo demás se sentía como el eco de una vida que y
e abrieron, y allí estaban. Damián, impecablemente vestido, con un ligero ceño fruncido. Y Katia, radiante con un abrigo de diseñador
e Damián, una sonrisa juguetona en sus labios-. ¿Qué haces aquí? ¡Todavía aquí, de hecho! Pe
mano flotando cerca
de su toque. El movimiento fue brusco, poco acogedor. No querí
ante, mis ojos fijos en un pun
mano tomando suave pero firmemen
gible en sus ojos, antes de cambiar la bolsa a su otra mano. Fue un reflejo, un viejo há
uchero, una exh
me ayudaste con mi equipaje anoche? ¡Eso no es justo! -L
eva oleada de náuseas. La miró, su expresión suavizándo
añadió, con un guiño cómplice-, necesitaba asegurarme
a traído una taza de té tibio, la había puesto en mi escritorio y simplemente había dicho: "No dejes que afecte tu trabajo, Carla". Sin calidez, sin bromas juguetonas, solo una orden fría. El crudo contraste entre su pasada indiferencia hacia
iendo mi doloroso ensueño. Todavía sostenía mi bolsa de lona, un gesto extraño e incómodo de
onfusión, un toque de preocupación que
rvó en una so
ista de cualquier emoción. Observé su rostro en busca de una reacci
arpa
o que tiene sentido. El mercado está
n de nuestra vida compartida. No preguntó por qué lo vendí, o dónde viviría.
eocupación? ¿Una pregunta sobre nosotros? Pero no esto. No esta indiferencia total y absoluta. No le importaba. No sobre el hogar que construimos, no
cambio de humor, tir
s bocetos de diseño que hice para el parque. ¡Dijiste que eran brillantes!
un ligero pliegue entre sus cejas. Pero el tirón insistente de Katia ganó. Dejó caer mi
spedida. Luego, se dio la vuelta, Katia ya tirando d
is manos temblaban, no de frío, sino de una profunda sensación de humillación y falta de valor. Le había dado diez años. Diez años de mi vi
xistencia, mi amor, mi ser, reducido a un activo calculable, fácilmente liquidable. No me había visto. No de verdad. Había visto
fundo de mis huesos. Se me contrajo la garganta, un nudo de tristeza y justa ira. Se había llevado tanto. Todo. Y ahora, se había llevado mi propio sentido de identidad. Me había disminuido, me h