Pianista Quebrado: El Espíritu Inquebrantable Renace
ción casi depredadora. Eran una visión de éxito, un frente unido, celebrando un triunfo construido sobre los cimientos de mi desesperación. El presentador de
ó la sangre, el miedo y una terrible comprensión que amanecía
acia el teléfono. "Llámale", siseó, empujando el dispositivo e
speranza desesperada revoloteando en mi
e la voz de Mateo la que respondió. Fue Gisela. Su vo
ofía", dijo, su tono teñido de una sutil diversión que
hogada, mi voz ronca, "Dile que soy
realmente muy ocupado. Ambos lo estamos. No te imaginas la carga de trabajo desde
emente la de Mateo. La voz de Gisela se suavizó, casi un
, ahogada, pero lo suficientemente clara. "Dile
ea se
ndo contra el suelo de cemento. Drama. Eso es
deslumbrante con Gisela a su lado. Por encima de mí. Por encima de su prometida. Por encima de
sus rostros ahora contraídos por la rabia, me miraban como si fue
nte, ya no cuidadosos, ya no vacilantes. Empezaron a lastimarme, no solo físicamente, sino de maneras diseñadas para quebrar mi e
o, una declaración fría y corporativa sobre no negociar con terroristas y no
doptar posturas de humillación abyecta, amenazando co
eteórico de Mateo, su resolución inquebrantabl
ndo un anuncio conjunto, sus rostros sombríos, pero serenos. Estaban retirando oficialmente todas las in
suponía que me amaban incondicionalmente, habían elegido su reputación, su libertad, por encima de su propia hija. No solo fui abandonada por mi prometido; fui desechada por mi propia
ó en algo puramente vengativo. Les habían mentido, los habían despreciado. Su prem
quemaron con cigarrillos, tallaron palabras en mi piel. Me rompieron los dedos, uno por uno, asegurándose de que mi futuro artístico, mi pasión, fuera robado para siempre. Grité hasta que mi voz
o en vida en el que me habían atrapado. Una vida, una pequeña y preciosa chispa de vida, extinguida antes de que supiera que existía. Mi hijo no
sin la carga del sentimentalismo. Gisela siempre estaba a su lado, su sombra, su confidente. Sus apariciones públicas se volvieron cada vez más íntimas, su víncu
s e invisibles, que cubrían cada centímetro de mi ser. Y una r