El juego de amor más cruel de mi guardián
/0/21926/coverbig.jpg?v=42dd336c0612fe3c4bd199e028f2905a&imageMogr2/format/webp)
Ricardo de la Vega. Él era mi prot
dijo que mi amor era "enfe
recuerdos antes de revelar que su compromiso era una "farsa", un juego pervers
fue pedirme que fuera su
azado; había orquestado mi humillación tota
za, un mentor brillante e intenso que vio el dolor que yo intentaba ocultar. Pero justo
baja y urgente-. ¿Cuál
ítu
ista de Al
te
Vega, el hombre que se suponía era mi tutor, mi pr
Ricardo ocupó el vacío inmenso, no solo como un tut
ntamente; fue una explosión, un fuego in
a suya era como oxígeno, sosteniendo e
u presencia, seguía siendo la niñita asustada que él hab
a sueño, cada ambición, susurraba su nombre.
hizo añicos el día qu
tieron como si me abriera el pecho
enojo, ni siquiera
echazo tan absoluto que se
de México. No con un grito, sino con una instrucción silenciosa y
desprovista de c
as madurar. Es
sano era la forma en que podía quedarse ahí parado, mirándome, la chica que ha
é todo para hacerlo se
ción. Topando sus tarjetas de crédito, acumulando problemas con la ley, recibiendo
que si presionaba lo suficiente, él finalmente me vería, me vería de ver
quería, llamó su asistente. No Ricardo. Solo un correo electrónico seco y educado advirtiend
hundió. Ni siquiera le importaba lo s
n. Me imaginé que correría hacia allá, furioso, preocupado. Pero no. Al día siguiente, un abogado junior se encargó de todo, papeleo y un sermó
tar varada, asustada. Esperé sus palabras cortantes, su irritación, cua
favor, asegúrate de tomar
encia, solo una indiferen
. No de la manera que yo necesitaba, no de ninguna manera que realmente le importara a él. La revelación me golpeó como un
por un dolor sordo. Estaba a la deriva, sin ancla, sin propósito. Las luces de la ciudad fuera de mi ventana ya no tenían su brillo mágico; solo reflejaban mi
a combinación perfecta para el dolor sordo detrás de mis ojos. Esta vez, no se trataba de provocarlo. Fue solo un accidente, un error estúpido y torpe que resultó en u
e, con su uniforme impecabl
Parece que has tenid
o pequeñas agujas pinchando una herida entumecida. So
s caros sobre el linóleo. Era un ritmo que conocía íntimamente, una cadencia que solía señal
o enroscándose en mis entrañas. Mis manos, apoyada
taba
lamar su atención, finalmente estaba aquí, pero no porque yo quisiera que est
a fuera de lugar en el ambiente estéril, acentuando su elegancia controlada. Sus ojos oscuros recorrieron la habitación y lue
, "malentendido", "papeleo". En cuestión de minutos, la atmósfera cambió. La amable oficial me ofreció una botella de agua, su sonrisa de discul
mirada. El silencio se alargó, pesado y sofocante. Me sentí pequeña de nuevo, una niña atrapad
, retrocediendo ligeramente. Me tomó la mano, su pulgar rozando un pequeño y
la, pero había un cambio sutil, un indi
re en voz alta, no en un susurro desesperado, sino en su presencia. Mis ojos se llenaron d
ecir, la palabra
mbros hundiéndose cas
s a cas
n. Era una orden, ca
s se abrieron, revelando las calles frías y oscuras de la Ciudad de México. Mi corazón era un tambo
agmentos de un pasado que había dado forma a este presente agonizante. Recordé la primera vez que dijo que "casa" significaba con él. Tenía quince años, recién huérfana,
ia vida, aferrándome a la única constante que había conocido: su mano. Pero su mano estaba fría, sin respuesta. El mund
rodilló ante mí, sus ojos amables, s
a contra mi mejilla fría-,
tutor. Me mudó a su enorme y minimalista penthouse, a un mundo de distancia de la casa de mi infancia. Me inscribió en las mejores escuelas, se aseguró de que tuv
ue confundí con algo más. Siete años en los que el calor de su mano en mi mejilla se transformó en el p
el vacío que dejó era un frío constante. Ricardo había llenado ese vacío, sin querer, por completo. Era el padre, el amigo, el confidente que nunca tuve
podía imaginar enfrentar sola. ¿Cómo podría no amarlo? ¿Cómo podría no confundir la gr
ar fachada de vidrio y acero elevándose sobre nosotros. El viaje
n un silencio más profundo. No m
claros. Mi responsabilidad contigo es como tu t
tes, precisas, como un abo
ecen que te comportes con dignidad. No más locuras con las tarjetas de
ejaba lugar
el nudo amargo en mi garganta. Incliné la cabeza, un reconocimiento silencioso de s
ser un problema, una niña, una carga emocio
ía ardido tan ferozmente por él no se extinguió con un gemid
su llamada. Cada vibración de mi teléfono era una pequeña sacudida de esperanza, u
í misma que me estaba poniendo a prueba, que estaba ocupado, que solo estaba esperando a que yo
n ritmo frenético contra mis costillas, y volví a su edificio. Me paré al otro lado de la calle, obse
gales. Su rostro era una máscara de concentración, su ceño fruncido, pero no por preocupación por mí. So
nte lo era. Yo no era parte de su paisaje emocional. Era una responsabilidad, un deber, un problema que manejar. El pensamiento fue una mano helada en mi corazón, ex
s pequeños roces con problemas. Cualquier cosa para romper esa calma impenetrable, para forzar una griet
e, una instrucción silenciosa. Nunca la ira que anhelaba, nunca la preocupación q
a escuchar su voz, para verlo mirarme con algo más que esa mirada en blanco y evaluadora. El moretón en mi mano,
de verdad, sin remedio. Lo llamé, no con una emer
las lágrimas corriendo por mi cara-. ¿Po
l teléfono, las palabras espesas
un corte afilado a travé
s entender la diferencia entre dependencia y a
omo si estuviera discutiendo un informe trimestral. Fue l
mi cama, el mundo exterior un zumbido borroso y distante. Mi cuerpo se sentía tan vacío como mi corazón, un agotamiento constante asentándos
ncontré un trabajo de medio tiempo e intenté convertirme en la "adulta" que él exigía. Era una existencia tediosa y solitaria, pero er
fundió con otra persona. La situación escaló rápidamente, y de repente me estaba defendiendo, no con ira, sino con un instinto frío y distante que no sabía que pose
Mi tutor. Mi verdugo. Mi pasado ineludi
sobre por qué estaba fuera tan tarde. Sus preguntas fueron pura
. No "¿Estás bien?", sino "¿Estás herida?
trataba de su imagen, su responsabilidad, su control. El último y frágil hilo de esperanza, el que había persistido en secreto a pesar de toda la evid
se apoderó de mí. Había una luz encendida en la sala de estar, un brillo s
rfección estéril de su hogar. Se sentía... femenina. Fuera de lugar. U
o, casi imperceptible, pero que envió una nueva ola de p
s hombros y ojos que brillaban con una confianza casi depredadora. Llevaba una de las camisas de Ricardo, holgada y
ostro enterrado en su pecho. Él la abrazó con fuerza, un gesto suave y tierno que nunca le había visto
tando de procesar la escena que se desarrollaba ante mí. Esto no podía ser real. No
voz bajando a un murmullo bajo
que retorció un cuchillo en mi corazón ya
jos, brillantes e inquisitivos, se posaron en mí. Un
esta... Alya? -Su voz era
extendiendo una mano
stina Castro. Es un placer conocerte po
nte en sus ojos. Miró a Ricardo, quien le ofreci
ncioso vestíbulo, haciendo añicos los últimos vestigios de mi