Del Odio Al Amor
su alma máter. El otro hombre se encontraba entre el público y parecía estar hipnotizado mientras la miraba con ojos tierno
y su padre había celebrado un gran banquete para ella, invitando a muchas celebridades de Ciudad NZ a su mansión. Sin embargo, Pauline se había peleado con ella justo el día anterior, y su padre la había pegado excesivamente de nuevo, así que, en un ataque de ira, ella salió corriendo de la c
e un auto conduciendo en la dirección opuesta parpadeaban, indicándole que cambiara a las luces de cruce. Sin embargo, como alguien que acababa de aprender a conducir, la mujer no entendí
ck un buen rato. El conductor del otro auto, James, se acercó c
lpa y sacudió la mano, diciendo:
él sacó una tarjeta de su bolsillo y se la entregó. "Esta es mi tarjeta de negocios, así qu
ta y corrió hacia James, que caminaba de regreso a su auto. "Señor, veo que su coche es muy caro. Será mejor que llamemos a la policía", sugirió la mujer,
y llamó la atención del hombre sentado allí para decirle: "Señor, este accidente es mayormente culpa mía y no quiero irme sin asumir mi
palabras de la mujer, y a pesar de que ella se asombró al escuchar eso, no pudo evitar sonreír. "De verdad que estoy bien. ¿Qué opina de mi propu
sabiendo que al primero no le import
perfectamente", se neg
", insistió Edmund, mirán
ombre tan imponente. Pronto llegó el auto que James había llamado
e darme su nombre y número de teléfono? Le invitaré a comer otro día en agra
do la indirecta, se acercó al coche y le entreg
o de inmediato, revelando ligeramente dos hoyuelos. "Oh gracias, señor Lu", dijo, y pudo v
rio en su sueño. ¿Podría ser que él no la odia
pisoteando su dignidad, y desde luego, no se habría negado de esa manera tan despiadada a sal
os y se encontró en un sofá en la oficina del hombre sobre el que había estado soñando, tapada con una fina manta que no tenía cuando se q
r. No ensucies la oficia del señor Lu", le dijo el hombre co
oré?", y al levantar la mano y tocarse la mejilla ligeramente, e
dmund, pero entonces, ¿por qué se sentía m
ndo una mueca de dolor. "Lo siento mucho. Me voy ahora mismo", dijo, y salió apresuradamente de la oficina. A
completo hasta que sintió un dolor agudo en los dedos. Tiró la colilla y apagó su dispositivo, para luego regresar a su oficina ya vacía. Al abrir la puerta para entrar, pudo oler el aroma único de Pauline que aún permanecía en el aire, y aquell