Ellar, la muerte púrpura
nta había amainado, se cubría como podía con una roída y oscura capa de piel de lobo del gélido viento que soplaba levantando nubes de polvo y hielo. Al llegar al punto más elevado
ras tanto, a los habitantes de aquel infierno helado les quedaba por pasar lo peor de esta
mperaturas, dormía una pequeña aldea cuyos moradores debían estar sobreviviendo gracias a las reservas de víveres del lejano verano. Las sombras de un espeso bosque en la lejanía danzaban con brusquedad empujadas por los soplos del vendaval. En el horizonte, tras hileras e hileras de etéreas montañas, el tenue resplandor que precede
llí para tal fin. Como era su costumbre, esperaría al momento en que el sol asomara por la línea que separaba tierra y cielo para iniciar el descenso hacia el pe
caban su rostro acompañando a las arrugas que se le habían empezado a formar, dejando ver a simple vista que su vida tenía que haber sido un cúmulo de aventuras y desventuras. Debajo de la vieja capa iba ataviado con una armadura completa de «Purpurita», el metal precioso color púrpura más liviano y resistente conocido, la cual daba a entender que
niñez para tornarse tempestad años más tarde, cuando piedra a piedra en el camino descubrió el auténtico significado de la vida. Todo eso eran capaces de desvelar sus ojos a quién los mirara, aunque a efectos prácticos poco importaba conocer sus más profundos secretos, ya que cualquiera que tuviese e
to que poco a poco hizo que se formara una película de lágrimas en sus ojos, haciendo que el mundo que le rodeaba se deformara como esbozos de un cuadro a medio terminar. ¿Podría tratarse de nostalgia por la vuelta al hogar? Con un r