Los amantes del puerto
a en SAFE
digo: 2011
DERECHOS R
los gritos desesperados de
o!,¡no sé
perada mientras el auto corría a
e él encontrara una solución para lo que estaba pasando, ¿cómo es qu
tiada mientras se aferraba con las manos a la parte d
él mientras trata de controlar el auto que cada v
eso no era posible, estaban condenados. De pronto, a lo lejos vieron que
ente a ella― ¡así no Dios mío! Te lo pido, no― murmuró entre sus labios mien
os ojos sabiendo que sería la última vez que lo harían y que jamás regresarían a su casa. Se
urmuró él―lo
sentir cómo el auto se elevaba por el aire al haberse salido por comp
vían, donde habían crecido, se había casado y criado a sus familias. Ella pensó en su hija, él
zando el elegante auto que él paseaba por las calles orgulloso y que al verlo todos sabía que era
, destrozados, golpeados, llenos de una muerte terrible, sólo se supo que eran Claudia de la O y Fernando Saramago por las joyas que llevaba ella y el relo
Le habían avisado mientras tomaba un té en la sala de su casa esperando justamente por su marido a que llegara de viaj
― Preguntó―¿dónde está
o firme dejándolo a un lado y yendo hacia la pe
r de su vida, sin poder evitarlo dio un grito tan doloroso que hizo que varias person
a mientras su hermano la consolaba y ell
un acantilado y murieron en el accidente, no hubo nada q
endo directo a su hermano―¿con quién murió?― y de pronto pasó
sposo de Claudia, entró al lugar junto con su única hija
―no, puede s
guntó él mientras dejaba a Paul
bo más que decir, él entró a uno de los conocidos cuart
ó mientras escucha a su h
la autopista, cayó
a de entender qué sucedía, en eso Santiago de la O volteó a ver a Mi
i marido.― Murmur
hacía mi esposa con tu marido?, ella me dijo que iría a la ciudad a recoger uno
― mi marido supuestamente se encontraba de viaje de negoci
tás insi
a conversación, esas miradas, ese odio que de pronto se formó entre los dos, ya que era bien sabido que ambas familias
lo sabía!― Le
ías? ― De
pechas era ciertas y hoy lo comprobé, era tu e
a a mí, ¡a mí!― Gritó exasperado
mante de mi marido!, no sé durante cuá
no hiz
y tú lo sabes Santiago, tú lo sabes.― Le reclamó mientras ese hermoso
tal vez iban en el a
dirigían?, ¿qué hacía tu mujer en el auto de mi marido? ¡Qué!,¡qué!, t
tó Santiago tratan
alma en este puerto sepa que Claudia de la O er
a culpa que mi mujer!― Gr
reconociendo que tu mujer era amant
ta sospechosa de su mujer desde hace meses atrás y las alarmas se encendier
mientras escuchaba la conversación― lo siento por ti Paula, de ver
en respeto te lo pido.― Le rogó al ver la
ntiendes?, nuestra relación de amistad se termina aho
la culpa.― Mu
un tono tan frío que podría helar la habitación. Después volteo a ver a su hermano que había permanecid
ido.― C
para que su padre y ella pudiesen llorar la muerte de su ma
familia a la desgracia y a otra a la soberbia total. No hubo necesidad de que Minerva esparciera el rumor de la in
ra parar el rumor, al contrario, dejó que este siguiera, que las personas hablarán, esparcieran los rumor
pasó a ser la víctima de un pasado que no le pertenecía y marcándola por el resto de sus días, dejándola completamente desprotegida y al