Deseo compartido
jes de hacer esto. Esto no es profesional, ni para ti ni para mí. -Ricardo intentó que su voz sonara
os decididos. Cada movimiento estaba calculado, como
-¿Qué tan perfecta es tu esposa? Porque yo no veo nada que sea tan perfecta. T
nerse firme, algo en su interior comenzaba a dudar. No de su amor por Dulce, sino de su capacidad para manejar la situación.
alejándose de ella. -No quiero que esto vuelva a ocurrir,
en una sonrisa, pero esta vez no era cálida. Era una sonrisa de quien sab
como si estuviera esperando una respuesta que sabía que no llegaría. -Tú y y
ecesitaba aire, necesitaba claridad, porque en ese momento algo le decía que Eliza no iba a detenerse. Habí
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o estaba tratando de hacer lo correcto. Sin embargo, una parte de ella no podía evitar sentirse insegura. La situación con Eliza no solo la estaba afectando
las cosas. Quería saber si él estaba dispuesto a hacer lo que fuera necesario para que su matrimonio siguiera intacto. S
ficado. Eliza no la vio al principio, pero cuando sus ojos se encontraron, la sonrisa de la secretaria desapareció, y algo en s
z de recuperar lo que había perdido? ¿O dejaría que Eliz
Algo había sucedido, algo que no era solo profesional. La sonrisa de la secretaria, cargada de una confianza que le resultó insoportable, fue suficie
y suficiencia, como si la situación le perteneciera. Dulce, sin embargo, no quería
, y su corazón latía con fuerza mientras sus pensamientos se aceleraban. ¿Qué haría Ricardo al verla? ¿Por qué no le h
a luz de su escritorio iluminaba su figura en la sombra. Lo vio en su silla, con la cabeza inclinada sobre papeles que pr
jo con voz baja
os se quedaron en silencio, como si ninguno de los dos supiera qué deci
e -empezó, pero ella lo interrum
ella trató de mantener la calma. No quería que su debilidad se notara, no quería que él vie
que su mundo se desplomaba. Se acercó a ella, tratando de buscar
n saber cómo hacerle entender lo que realmente había sucedido. Pero Dulce no quería promesas vacías ni excus
labra no significa nada? -dijo, su voz cargada de frustr
do a afectarlo: Eliza. Aunque no la quería, algo en su presencia lo había desconcertado. Nunca se había sentido tan vulnerable con una mujer
y a solucionar -dijo con determinación, acercándose a
mblorosa. -Yo no quiero ser la segunda opción. Y si lo que te atrae de Eliza e
a decidida a poner un límite, y su corazón se llenó de desesperación al comprender que su
esto. Te amo. Eres mi vida. -Su voz, cargada de emoció
entrelazaron, y algo dentro de ella se quebró aún más. ¿Realmente lo amaba? ¿Era capaz de perdo
permitiste que pasara. -Dulce intentó hablar, pero las lágrimas comenzaron a asomarse. -Te prometí que serí
a que no podía esperar más. No podía seguir siendo el hombre que dudaba. L
o que sea necesario para que confíes en mí de nuevo. Haré lo que sea para que volva
nfianza, la traición... pero también el amor. Había un lugar en su corazón que no quería soltarlo, que de
eguir con esta sombra entre nosotros. Si me amas, tien
ojos reflejando una
a oportunidad, haré todo lo posible par
rse. Quizás, solo quizás, aún había una oportunidad para reconstruir lo que había sido su matrimonio.
correcto -respondió Dulce, con u
jos se reflejaba el compromiso
én reveladora. ¿Qué hacer ahora? Pensó mientras caminaba hacia el ascensor, que parecía más lento que nunca. Su mente no paraba de dar vueltas, sop
reerle. Pero había algo en su interior que no podía ignorar: Eliza no se dete
haber cruzado la línea. No esperaba que Ricardo fuera tan claro en su rechazo, y mucho menos tan comprometido con su esposa. Eliza había tenido la certeza de que Ricardo ced
stáculo que no había anticipado: el amor de Ricardo por Dulce. ¿Qué hacer cuand
suya, tomando un pequeño sobre con una carta escrita a mano. La carta no era solo un intento de
jefe sin previo aviso, dejando la carta en su
ó Ricardo al ver la carta, sor
e la conversación estaba lejos de terminar. -No quiero que pienses que to
a en sus manos. Él la miró por un momento, dudando si abrirla o no, pero algo en su int
sas, Ricardo abrió el