Los Merodeadores de Fronteras
o; por eso, cuando estalló la descarga mandada por John Davis, quedó ésta sin efecto; el joven se
rlado así por el cazador; profería contra él las am
cticable en frente de un hombre tan resuelto como parecía serlo el cazador, no había medio hábil para vengars
encontrar un recurso que le procurase alguna ventaja, silbó u
amó rugiendo de cóler
to que también V. ha querido matarme; pero prefiero tratar por buenas, aunque estoy firmemente persua
ue a romper la escopeta de uno de los cri
clamó el americano exa
ntrar pacíficament
ondiciones? Dígam
de un
iado quedó roto de un b
bres, tres estab
clavos; ?Ha resuelto V. tomarnos a t
ro igualar las
er
stá h
quedó hecha astil
canadiense apare
ndite, se adelantó ha
demonio! excla
timo rifle y se lo echó a la cara; pero antes de que hubiese podid
zador le había
y, repuso el canadiense,
la piragua, y en breve espacio de
la plataforma, aullando y blasfemando. Ya se lo había a V. advertido; yo solo, quería igualar l
itaba el miserable pose
razo roto; comprenda V. que me habría sido muy fácil matarle si hubiese quer
é! gritó John rech
digo que no. Pero dejemos eso; voy a examinar
o te acerques! ?O
se encogió de
á V.
debilitado además por la sangre que perdía, hizo un esfuerzo inútil para levantarse y precipi
a audacia con que, después de haberlos desarmado, había atravesado el río para ir a entregarse en sus manos,
, ?háganme el favor de tirar el cebo de sus pistolas, pue
grande, mientras que, por el contrario, el canadiense, merced a la manera expeditiva en que había obrado, les inspiraba un verdadero t
este buen hombre. Sería lástima privar a la sociedad de un perso
es ejecutaban sus órdenes con una rapidez y un celo extraordin
o, las nociones elementales de la medicina y sobre todo de la cirugía; y en un caso dado, pueden curar una fractura o una herida cualquiera
rificó la primera cura del herido, probó que, si sabí
io que parecía haberse trasformado de improviso y procedía con un aplomo, un
canadiense le opusiera. Como sucede siempre cuando la primera cura está bien hecha, al primitivo y violento dolor de la herida, había sucedido un bienestar indefinible; por eso John, agradeciendo, a pesa
s privados de razón, como una mercancía en fin, su corazón se había embotado gradualmente hasta el extremo de no sentir las emociones dulces: en un negro no veía más que el dinero que había desembolsado y el que esperaba sac
n sentimiento, y aún fuera de su comercio gozaba de cie
ya no se conocerá nada, si V. se cuida bien, con tanto más motivo cuanto que, por una felicidad inaudita, la bala no ha
se me devuelva el maldito negro
Ya sabe V. que precisamente con motivo de la devolución del mald
no puedo per
o su
ue no deseo perder en manera alguna, con tanto más motivo cuento que hace algún
argo, yo tendría empe?o en arreglar este negocio por buena
o hizo una
V. de tratar los
hemos entendido desde luego; ha estado
os más de eso; lo
iadamente soy pobre; a no ser así, le daría a V. alg
r se rascó
tre nosotros y aún quizás por eso mismo, no quisiera que nos separásem
eso de
ombre de
nerle. En fin, no importa. ?Con que dice V
verdad
a de un modo tan encarnizado, con
amor
adiense con un ge
y al cabo yo soy m
a dicho entre paréntes
epente. Me trasladé al instante a Baton-Rouge. Entre los esclavos expuestos se encontraba Quoniam. Ese tuno es joven, bien formado, vigoroso; tiene un aspecto audaz e inteligente. Com
do ser libre o morir. Por más que haga V. para sujetarme, l
ones a cual más poderosas para que no me obstinase en mi propósito. Pero me hallaba muy decidido y me mantuve firme. Quoniam me fue entregado por el precio de noventa duros, baratura fabulosa para un negro de su edad y de su corpulencia. Pero nadie l
eaba para detenerle. ?Qué más diré? Hace un mes que esto dura; hace ocho días que ha vuelto a escaparse: desde entonces ando persiguiéndole. Perdiendo ya la esperanza de sujetarle, la cólera se
on marcado interés la narración del mercader, que hallánd
es un extremo astuto. Se ha burlado tanto de mí,
vido de libertad y de espacio, me inspira, a pesar mío, un interés muy vivo. Quiero tratar de procurarle esa libertad a que aspira con tan marcada constancia. He aquí lo que propongo a V. Tengo en m
una sorpresa mezclada
es demasiado ventajoso para mí, y a V. le perjudic
e ha puesto en la cabeza qu
cia. Ese no agradecerá en manera alguna lo que hace V. por él; al contrar
i me la demuestra, tanto mejor para él; si no, ?sea lo que Dios quiera! Obr
temple de V. ?Pues bien! Quiero probarle que no soy tan malvado como tendría derecho para suponerlo después de lo que ha pasado entre nosotros. Voy a firmar el acta de venta de Quoni
ión de pedir a V. su cuchillo de monte, una hacha y el rifle que aún le queda, para que el pobre diablo a quien re
n humor. Puesto que a toda costa quiere ese tun
o de venta, sino, con arreglo al deseo del canadiense, un certificado de emancipación perfectamente en regla, cer
o de vista de los negocios, acabe yo de cometer una necedad; pero,
s impulsos de su corazón, respo
ió con dos pieles de jaguar magníficas, perfectamente intactas, que entregó al mercader. Este, seg
si me da V. esas armas, ?cómo
uas de aquí, todo lo más, he dejado mis caballos y mi gente. Además,
embargo, como la herida no le permitirá a V. que recorra a pie una distanc
mento cortó el canadiense con su hacha unas ramas de árbol y construyó
Acuérdese V. de que no hay oficio tan malo que un hombre de bien no pueda desempe?ar con decencia; cuando el corazón de V.
on cierta emoción. Una palabra to
ble
idad hace que volvamos a encontrarnos, pueda yo apelar a l
ador de los bosques, y mis compa?eros
ombre cuya fama era universal en las fronteras, el cazador le hizo una se?a postrera de despedida, saltó de l
omo se hubo quedado solo. Sin duda alguna mi genio benéfico es el
hombros, y después de haber dirigido una mirada postrera al cana
ma
la enramada, y ya no se oía más que el ruido de los ladridos alegres de los sabuesos que corrían delante de