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Capítulo

La guerra no es fácil para nadie. Britta es una joven sin familia o amigos y lo peor es que su novio fue enviado al campo de batalla. Su vida comienza a perder sentido durante la larga espera. Hasta que se ve envuelta en un enorme problema al cuidar de una niña alemana y darle hogar a un inquilino que parece ser de la misma procedencia. Dedicado a todas las familias que vivieron las consecuencias de la guerra.

Capítulo 1 Un Encuentro Inesperado.

29 de octubre de 1947 -. Noruega.

"Nos es una pena informar que el soldado Daven Engen aún continua desaparecido, el estado de Noruega le recomienda esperar nuevas noticias o enviar una solicitud de ubicación en aproximadamente mes y medio"

La chica que leía el telegrama apretó el sobre amarillo en sus manos por la frustración que sintió en aquel instante, habían pasado casi tres años desde que la guerra finalizó, pero aún no tenía noticias de aquel chico que, por mucho tiempo, había sido el dueño de su corazón. Se deshizo de la carta y acomodó su vestido para salir de la oficina postal enfrentando las heladas temperaturas del otoño que llegaba a su fin.

Por las frías calles cubiertas de hojas secas caminó aquella chica de cabellos dorados y bolsas negras bajo sus hermosos ojos color avellana, ella parecía una joven que acababa de salir de su trabajo y se dirigía a su casa. Tácitamente podía notarse que formaba parte de los empleados de alguna de las panaderías del pueblo por los restos de harina en su ropa y el olor a levadura que emanaba al pasar. La oscuridad de la noche ya estaba presente aunque no era muy tarde, pues a punto de comenzar el invierno era normal que el sol durase menos tiempo alumbrando y brindando calor al territorio, razón por la cual la mujer se sentía insegura en esas calles hundidas en la penumbra de una noche donde siquiera la luna acompañaba a las estrellas del cielo. Al caminar dejaba un sonido seco resonar contra el asfalto y eso era lo único que se podía oír en la avenida, o al menos fue así hasta que la rubia se encontró, a pocos metros, una calle que se diferenciaba de las otras por estar llena de bares de mala muerte a los que iban personas indeseables.

- ¡Ey, bonita! -. Le gritó una de esas personas de despreciable presencia, un hombre de aspecto descuidado que llevaba una botella en su mano de lo que parecía ser alcohol barato. - Ven aquí y divirtámonos como lo hacías con los soldados alemanes.

- Imbécil -. Gruñó la chica quedándose estática en su lugar, nadie sabía su historia por lo que no tenían derecho a juzgarla, por otro lado, debía contemplar que ese era el camino más rápido para llegar a su casa; pero no quería arriesgarse pasando tan cerca de aquellos hombres bajo la influencia del alcohol.

Debía decidir de alguna forma, pero sus pensamientos eran silenciados por las barbaridades obscenas que gritaban los "caballeros" al otro lado de la calle, finalmente decidió tomar otro camino por el cual tardaría mucho más tiempo en llegar a su hogar, pero se sentiría más segura y a gusto que en medio de aquellos hombres que la miraban como una manada de lobos mira a un jugoso trozo de carne. El camino por el que debía desviarse tenía como ruta principal un callejón poco conocido que era habitado principalmente por ratas y otras alimañas. Ingresó en el mismo con cautela ya que alrededor solo habían tiendas ya cerradas, estaba solitario y era peligroso; por eso le pareció sumamente extraño cuando escucho un sollozo débil en el lugar, por miedo quiso salir corriendo pero una pequeña parte de ella la obligó a detenerse y buscar, dio una serie de pasos cautelosos al frente buscando el lugar de origen de aquel llanto que parecía ser infantil, pero al no tener éxito decidió pronunciar algunas palabras.

- Hola... ¿Está alguien aquí? -. La chica tuvo que hablar en un leve susurro pues era repudiada por casi todos en el pueblo, si alguna persona llegase a oírla podría provocar un gran problema y al estar encerrada entre las paredes del estrecho callejón su posibilidad de escapar de una amenaza se reducía casi hasta llegar a cero.

Los sollozos pararon para dar paso a un casi inaudible susurro cansado, cada fibra del cuerpo de la rubia le demandaba con fuerza la búsqueda del origen de los ahora susurros, pero era muy difícil ya que ese callejón estaba lleno de escombros, basura y otros desechos de dudosa procedencia, aun así en el último segundo antes de abandonar su búsqueda una pila de cartones viejos cayó al suelo llamando su atención, ella sabía que podían ser ratas o algo peor; pero también miró la posibilidad de que pudiese tratarse de algo más.

Guiada por nada más que su propia corazonada se acercó a lo que antes era una pila de cartones encontrándose con una bola de cabellos rubios enmarañados y llenos de suciedad que temblaban bajo el frío del otoño, la trabajadora de la panadería no dudó ni un segundo más en terminar de tirar los cartones revelando el pequeño cuerpo tembloroso de una niña, sus labios tenían una coloración entre azul y violeta al igual que los extremos de sus articulaciones, su cuerpo tan solo estaba cubierto con un fino camisón para dormir que en algún momento debió ser blanco pero que para ese entonces se encontraba lleno de suciedad y una enorme mancha amarilla que parecía ser orina.

- ¡Oh Dios! -. Exclamó la mujer quitándose su abrigo para colocarlo alrededor de la pequeña. - ¿Como llegaste aquí? ¿Quién tendría el corazón para abandonar a una niña?

Por la situación en la que se encontraba el país, a veces, algunas familias desechaban familiares enfermos o niños pequeños como si fuera perros al no poder alimentarlos y al ser ellos poco más que una carga para el resto por no poder trabajar y llevar ingresos a la casa, así que la mujer pensó que era la situación por la cual la niña pasaba y sin importar nada, levantó a la pequeña que parecía tener poco más de cinco años para llevarla a su hogar pues no la dejaría morir en el frío. La mujer que ahora carecía de abrigo también comenzó a temblar por las bajas temperaturas pero aún así logró llegar a su hogar, una cabaña vieja y con tablones rechinantes las recibió. Dejó a la pequeña al lado de la chimenea mientras encendía el fuego y esperaba que se calentara con las brasas, con paciencia esperó que el pequeño cuerpecito sucio de la niña recobrara el calor mientras que la misma trataba de hablar, pero lo que salía de su boca no eran más que temblorosos susurros que no se podían entender, paulatinamente recobró fuerzas y pudo volver a hablar aunque lo hizo en un fino hilo de voz.

- Gracias señora -. Dijo, su manera de hablar era extraña como si contara con un acento extranjero.

- No me digas señora, aún no estoy casada, mi nombre es Britta ¿Y el tuyo?

- Britta -. Repitió la niña. - Mi nombre es Annelise.

El silencio reinó por un par de segundos, la pequeña tenía un nombre alemán y Britta al analizar un poco más su habla pudo darse cuenta de que el acento que la niña poseía también era del mismo origen, en conclusión: Ella era alemana.

- Annelise, que bonito nombre -. La trabajadora de la panadería quiso disimular un poco sus pensamientos, pues aquella niña no tenía la culpa de las atrocidades cometidas por los alemanes tiempo atrás. - ¿Qué hacías en ese lugar, pequeña? ¿Estás perdida?

Annelise no hizo más que atraer sus piernas hasta su pecho en una postura de protección sin responder la pregunta. Britta comprendió que la niña quizás no tenía la suficiente seguridad como para hablar abiertamente sus experiencias y las circunstancias que la hicieron terminar en ese callejón cubierta de cartones y conviviendo con las ratas, también era obvio que su cuerpo estaba cubierto de heridas al igual que suciedad y un olor nauseabundo.

La de ojos pardos se preguntó si habría estado viviendo en la calle por demasiado tiempo pero llegó a la conclusión de que no podría ser así, pues con un cuerpo tan pequeño y débil habría muerto antes de la primera noche en las calles frías.

- ¿Tienes hambre? -. Preguntó la de mayor edad, ella no tenía muchos alimentos pero no le negaría la comida a nadie, mucho menos a una niña indefensa.

- Si, tengo mucha hambre.

- ¿Qué te parece si primero te preparo un baño caliente y luego comemos algo? -. Cuestionó acariciando su cabello grasoso y enmarañado.

Annelise solo asintió tímidamente.

- Bien, yo iré a prepararte un baño, mientras tanto tú quédate aquí, frente a la chimenea -. Ordenó Britta mientras recobraba una postura normal para luego disponerse a caminar hacia el baño.

La mujer sabía que no podría cuidarla por mucho tiempo, porque carecía de los recursos necesarios para proveer de una vida digna a un niño, debía encontrar a la familia o en todo caso buscar un orfanato que la acogiera, o al menos eso era lo que pensaba mientras dejaba el agua caliente correr por las paredes de la tina hasta llenarla.

Cuando el baño estuvo listo metió a la pequeña que se veía aún más delgada sin ropa para sacarle la suciedad. Su cabello que se veía con un tono grisáceo por la mugre se reveló como una melena de pequeños y delicados rizos de color dorado, el agua también dejó ver una piel pálida y suave pero llena de moretones, la suciedad debajo de sus uñas también salió y sus pies llenos de heridas por caminar descalza durante mucho tiempo quedaron limpios.

- Annelise ¿Qué edad tienes?

- ¡Así! -. Respondió mientras mostraba cinco deditos, la pequeña tenía unos cortos cinco años.

- Que lista eres -. Aprecio Britta mientras se giraba para buscar una esponjosa toalla tras ella y sacar a la niña de la bañera, puesto que su cuerpo ya se encontraba limpio. - ¿Sabes de dónde vienes o no tienes idea?

- Yo al principio vivía con mis cuidadoras y otros niños rubios, luego llegaron unos hombres altos y vestidos de verde... Nos separaron a todos y me enviaron a un lugar donde las mujeres se vestían de negro y rezaban mucho -. Suspiró. - Luego me dijeron que iba a tener mamá y papá y me enviaron aquí, pero ellos no fueron a buscarme.

- ¿Y por qué terminaste en aquel callejón? -. Preguntó la mujer por segunda vez, a ver si la niña respondía su pregunta.

- Es que tenía frío y mucho miedo, pensé que el callejón sería un buen lugar.

Britta sintió lástima mientras metía su mano entre los sedosos cabellos dorados de la pequeña y pensaba en el aspecto físico de la misma. Annelise verdaderamente era una niña muy bonita y su belleza podía apreciarse mejor sin la mugre sobre su piel, era una chiquilla de labios delgados, nariz respingada y ojos tan verdes como el jade que poseía una piel más clara de lo normal, no había duda de que era muy bonita, sin embargo, a Britta le parecía alarmante que la niña encajara de una manera tan perfecta en lo que se conocía como "la raza aria", una raza que según Hitler y el pensamiento Nazi era superior al resto; aunque la mujer decidió que era mejor no pensar en eso.

- ¿Tú eres mi nueva mami? -. Preguntó Annelise mientras la adulta la vestía con un pequeño atuendo de color salmón que le había pertenecido en la infancia.

- No, lo siento, pero te prometo que encontraré un buen hogar para ti... Mientras eso pasa podrás quedarte aquí conmigo ¿Qué te parece?

La niña se vio un poco desanimada ante esa respuesta pero asintió tomando la mano de la mujer de ojos avellana que la guiaba hacia la cocina, Britta no enviaría a la pequeña a la cama con el estómago vacío.

- Gracias -. Dijo la pequeña de ojos verdes. - Lástima que tú no seas mi madre.

Britta sintió una punzada de culpa en su pecho, pero se repitió una y otra vez que no podía cuidar a la pequeña, lo mejor era enviarla a otro lugar.

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Annelise.
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