ENTRE EL AMOR Y LA VENGANZA DE LA EXESPOSA
FUERZA IMPONEN
os más
rlo
ho tiempo intenté descifrar por qué me había entregado esos papeles de divorcio
os meses hicieron todo lo posible por devolverme la felicidad que parecía haber perdido. Lejos de ser una campesina común, como los Maclovin siempre creyeron, yo era la heredera de
verdadero origen y posición. Para él y su familia, solo fui una empleada que había
a distraída el periódico. Mis ojos se habían detenido en un artículo que a
al que se celebrará pronto -le
padre quiera ir. Está cansado y quizá enviemos
ués de todo, eran empresarios importantes, aunque ahora se encontraban al borde de la ruina. La idea de verlos allí, de enfrentarme a
má. Yo misma iré al evento -anuncié, con un
ojos abiertos de par
ero que vuelvan a hacerte daño. Si se atreven, juro que me encar
la, esbozando un
e Federick me echó de su casa como si no valiera nada. ¿Sabías que su empresa e
o -respondió con fir
egó por completo a alguien que jamás me valoró. Una semana después, ya estábamos
araña, cuyos destellos dorados danzaban sobre el mármol pulido. El suelo de madera bajo mis pies resonaba suavemente, anticipando lo que sería una noche inolvidable.
u lado. John estaba impecable en su esmoquin, pero era Federick quien capturaba todas las miradas. Era el soltero más deseado de la ciudad, y
. Dora, mi madre, caminaba con la gracia que la caracterizaba, pero sabía que era yo quien acaparaba la atención. Mi vestido rojo, ajustado a mi figura, y el escote en forma de corazón
veía. Era como si estuviera mirando a un fantasma, aunque sabía que era yo. La sorpresa en su rostro fue m
-escuché a Magdalena pregunt
ra Feldman, la multimillonaria agricultora. Pero
abía que ya no era la misma mujer a
aso no la estás viendo bien? -Magdalena exhaló con incredul
ro me confunde verla con esa mujer. No entiendo qué sentido t
arriba abajo, como tratando de asimilar, quien era la mujer que había llamado la atención con t
gnoré. Sabía que estaba ahí, lo localicé en cuanto entré al salón, pero no le daría el gusto de notarlo. Aun así, su reacción no pasó desapercibida; al
gitarlo. La escuché llamarlo repetidam
-le preguntaba,
espondió él, clara
stá vestida así? ¿Y qué hace con Dora Feldman? -seguía
una campesina. Nunca supe de su familia ni de sus orígenes,
Charlotte, ¡lo sé! -murmuraba con un toque de satisfacción. Sabía que, en el fondo, me reconocía, aunque no quería admitirlo.