Su arrepentimiento, nuestra despedida irrevocable
Al
hacía poco por disipar la penumbra. Mi cabeza todavía palpitaba, y los rasguños en mi cara se sentían en carne viva.
una trabajadora social de rostro amable
esta mañana? ¿Y Leo? El doctor Eva
or las lágrimas no derramadas-. Y e
ose las manos-. El señor Villarreal acaba de recibir una notificación formal s
zón mar
lo que quiera. Me
í por el pasillo hasta la habitación de Leo. Estaba pálido, su brazo fuertemente vendado y en
us ojos todavía u
uidado, con cuid
s vamos a casa. No
aso. Sus ojos estaban desorbitados, su rostro sin afeitar, un marcado contraste co
esquiciada. Nos alcanzó, su mano sujeta
-siseé, abrazando
ntentó arrancarme a Leo de los brazos-
, las lágrimas picando en mis ojos-. ¡Y
eñaló con un dedo
juguete favorito de Adriá
Todavía se aferraba a
hablando? ¡Le
agarrando mi brazo,
orrar los recuerdos de Giselle! -Comenzó a arrastrarnos, tirando de nosotros de vuelta al hospital, hacia el ala de Gisell
specto sorprendentemente fresco, una mano delicada presionada contra su pec
to dramático-. ¡Lo robó! ¡El que Adrián me dio! ¡Intentó l
rrando su rostr
no lo to
empujó bruscamente hac
e que es culpable! ¡Est
a Leo con fin
para mí. Es todo lo que me queda de él. ¿No te importan mis sentimientos en
bello-. ¡Estaba en el suelo! ¡Solo lo recogí, y luego r
e Carlos se
niño difícil! ¡Y tú, Alia, fomentas su
vuelco. Iba a golp
ción frenéticamente, buscando cualquier cosa, un arma, un escudo. Mi mirada se posó en un pesado
esesperación-. ¡No robó nada! ¡Mira el relicario, Giselle! ¡
us ojos parpadeando hacia la mesita de noche.
de duda cruzó su rostro. Parecía confun
como una víbora, apro
ento mucho, Leo. Mami debe haberte metido la idea en la cabeza, ¿verdad? ¿Para hacerme quedar mal? Eres un niño tan bueno, Le
ó de inmediato. Se volvió haci
eo por su brazo sano, sacándolo de detrás de mí, su agarre dolorosamente apretado-. ¡Nec
ación se
¡Está enfermo! ¡Está her
ordo y repugnante. Leo gritó, un sonido agudo y agonizante. Se desplom
ario, dejando caer
ar! -Me arrojé sobre Car
ldosas con un crujido repugnante. La oscuridad se arremolinó en los bordes
Sus llantos se habían reducido a jadeos entrecortados. Miró a Carlos, sus
as audible-, yo... solo quería
, congelada en el aire. Un destello de algo
re la titiritera, a
ereó, su voz un susurro venenoso-. Siempre lo hace. Se
ez más, una bofetada brutal y deliberada en la cara de Leo. L
i cuerpo estaba entumecido, roto. Mi visión se tunelizó. Me arrastré
. ¡Está enfermo! ¡Tiene fiebre! ¡Está
ta a Giselle, que ahora sonreía, un
en protesta. La sangre goteaba de mi nariz, mi cuero cabelludo
os abiertos con una mezcla de conmoción e incredu