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El legado de las reinas

Capítulo 4 Jefe de familia

Palabras:1115    |    Actualizado en: 03/01/2023

ra como si todo lo que pudiese salvarla de aquel suplicio, se hubiese evaporado en la oscuridad. Lloraba desespera

yó a salvo, pero justo cuando entraba sintió como una mano huesuda se enredaba en su pelo,

lado. La encontró en el suelo, detrás de la puerta llora

preguntó temeroso. El

- repitió aún

su cuello y entre

- y volvió a llo

ntre sus brazos y la llevó a la

poder siquiera mirarlo. Rafa se sen

, conté

ra estar vigilándolo y haber asustado a su amada., pero no lograba ver nada. Fue de lámpara en lámpara encendiendo cada una, y el pasillo se llenó de luz dorada.

ón. Rafa nunca fue un niño valiente, de esos que se caen y se levantan sacudiéndose el polvo con una sonrisa. Él era todo lo contrario, cada caída

jedrez aburridos y toda la historia de los caballeros de su familia le parecía obsoleta e innecesaria. Rafa prefería pintar, t

estuviese haciendo para huir desesperado hacia su madre. Ahora sentía aquella misma presión, como si el viejo lo observara desde l

aminaba de regreso podía sentir en su piel los ojos acusadores de todos sus antepasados,

í, cariño - susurr

olvió y l

Me persiguió por el pas

o fue una pesadill

s enredarse en su pelo, y los ruidos a sus espaldas, pero de nada servía contradecir a su adorado Rafa. S

lice se cubrió con las sábanas, mientras Rafa abría la pu

listo. El magistrado, a cargo del testamento

rlo todo en el suelo. - dijo Rafa y

és con ese pobre hombre? - p

ñar amor, aquí nada

confirmando que el mayordomo se hubiese retirado

erte y pueda terminar el asunto

oy mi

tete por favor, que me provocas y no quiero

iven en los cuentos de hadas. Una fila de doce sirvientes se extendía al costado de una gigan

con el escudo de la familia Cáceres, servilletas bordadas y en el centro un desfile interminable de los majares más ex

icidad. Los sirvientes les acercaron las sillas, indicándoles que

ier platillo que desee en un santiamén. - Le dijo Gustav, al verla mirar la mesa,

s. - dijo jugueteand

ro a él aquella idea le desgradaba tanto como el sirviente mismo e ignoró s

z, y supo que aquel desayuno, que comenzó por maravillarla, había acabo abrumándola por comp

mi amor

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