El legado de las reinas
ra como si todo lo que pudiese salvarla de aquel suplicio, se hubiese evaporado en la oscuridad. Lloraba desespera
yó a salvo, pero justo cuando entraba sintió como una mano huesuda se enredaba en su pelo,
lado. La encontró en el suelo, detrás de la puerta llora
preguntó temeroso. El
- repitió aún
su cuello y entre
- y volvió a llo
ntre sus brazos y la llevó a la
poder siquiera mirarlo. Rafa se sen
, conté
ra estar vigilándolo y haber asustado a su amada., pero no lograba ver nada. Fue de lámpara en lámpara encendiendo cada una, y el pasillo se llenó de luz dorada.
ón. Rafa nunca fue un niño valiente, de esos que se caen y se levantan sacudiéndose el polvo con una sonrisa. Él era todo lo contrario, cada caÃda
jedrez aburridos y toda la historia de los caballeros de su familia le parecÃa obsoleta e innecesaria. Rafa preferÃa pintar, t
estuviese haciendo para huir desesperado hacia su madre. Ahora sentÃa aquella misma presión, como si el viejo lo observara desde l
aminaba de regreso podÃa sentir en su piel los ojos acusadores de todos sus antepasados,
Ã, cariño - susurr
olvió y l
Me persiguió por el pas
o fue una pesadill
s enredarse en su pelo, y los ruidos a sus espaldas, pero de nada servÃa contradecir a su adorado Rafa. S
lice se cubrió con las sábanas, mientras Rafa abrÃa la pu
listo. El magistrado, a cargo del testamento
rlo todo en el suelo. - dijo Rafa y
és con ese pobre hombre? - p
ñar amor, aquà nada
confirmando que el mayordomo se hubiese retirado
erte y pueda terminar el asunto
oy mi
tete por favor, que me provocas y no quiero
iven en los cuentos de hadas. Una fila de doce sirvientes se extendÃa al costado de una gigan
con el escudo de la familia Cáceres, servilletas bordadas y en el centro un desfile interminable de los majares más ex
icidad. Los sirvientes les acercaron las sillas, indicándoles que
ier platillo que desee en un santiamén. - Le dijo Gustav, al verla mirar la mesa,
s. - dijo jugueteand
ro a él aquella idea le desgradaba tanto como el sirviente mismo e ignoró s
z, y supo que aquel desayuno, que comenzó por maravillarla, habÃa acabo abrumándola por comp
mi amor