Embarazo secreto
mano. ''Constanza, Dante no
ngún hombre mejo
Parecía tan inquieto como
modó en la silla. ¡Qué no daría ella p
nza se enderezó el vestido con tanta gracia como pudo, re
o estoy en su ofi
nstanza ya estaba tan estresada por la idea de ser madre soltera (pasar sola el parto, tener que dejar el trabajo mientras estaba de baja por maternidad, preparar su casa para un recién nacido) que
icia cara a cara. Todo lo que quería era decirle que pronto sería padre y que no iría tras él por nada más que lo que él quería darle. Que estaría perfectamente bien criando a este bebé ella sola, sin presiones. Tenía un gran trabajo como des
, se dio cuenta de que se había arrinconado. ¿Qué pasaría si él no estuviera listo para despedirla con su bebé en su vientre poco despu
yo. Lo que sí vio fue la mirada de desaprobación de su asistente personal. Sabía que la mujer remilgada con su traje de falda negro la estaba juzgando de seis man
abía mencionado siquiera su nombre. Entonces una pequeña y oscura parte de ella se preguntó cuántas veces la asistente personal de Dante ha
¿Su aventura había significado algo para él? ¿Lo había mantenido despierto por la noche como a ella? Probablemente no. A pesar de lo que
. El recuerdo de su partida todavía le retorcía el estómago y le robaba el a
ntrolar sus pensamientos fuera de control. Fue sólo porque la obligaron a sentarse aquí que se alborotaron. No tenía nada que hacer más que esperar y m
edificio, maldiciéndose por haber venido aquí, la asistente person
jo con calma, como si Constanza no
arregló el vestido camisero rojo. Se colgó la correa de su bolso al hombro
co con cada paso que daban hacia Dante. Ya no sabía si era porque lo
embarazo fue fruto de un adiós que ninguno de los dos había querido decir. Esa última noche quedarí
, pero sí recordaba que había dicho que, si bien era raro que una m
arle. Justo cuando el pensamiento se asentó en su mente, el bebé pateó con más fuerza que jamás había
el hombro. ''¿Estás bien? ¿Necesitas ayuda?'' preguntó, en un to
a nadie cuando llegó a Londres. Había rechazado la oferta de Anna de viajar con ella. Incluso ha
pesar de eso pudo distinguir que la habitación estaba bañada por el brillo dorado del so
sonal golpeaba la puerta con los nudill
esta
la dejó sin aliento. Pero fueron esos ojos verdes los que hicieron que sus pies la llevaran hacia él cuando aterrizar
hombros anchos, un físico de sus días como jugador de rugby que nunca había perdido. Su mand
omo mirar la luz del sol, su cabello dorad