.
Caminando por la vieja carretera que bordea el bosque, María sentía el crujido de las hojas bajo sus pies. El otoño había llegado, y con él, una paleta de colores cálidos que teñía el paisaje. Los árboles, casi desnudos, dejaban caer sus últimas hojas doradas, creando un manto suave que cubría el sendero. A lo lejos, el murmullo del río se mezclaba con el canto de los pájaros, creando una sinfonía natural.
María había salido a despejar su mente. Las últimas semanas en la ciudad habían sido intensas, llenas de ruido y estrés. Aquí, en la tranquilidad del campo, encontraba el respiro que tanto necesitaba. Se detuvo un momento y cerró los ojos, permitiendo que la brisa fresca acariciara su rostro. En esos instantes, se sintió completamente conectada con la naturaleza.
El sonido de una rama rompiéndose la hizo abrir los ojos. A unos metros de ella, un ciervo la observaba con curiosidad. Ambos se miraron en silencio, compartiendo un instante de pura magia. María sonrió. Sabía que estos momentos eran efímeros, pero también sabía que se llevaría ese recuerdo consigo, como un pequeño tesoro que la acompañaría en los días difíciles.
Caminando por la vieja carretera que bordea el bosque, María sentía el crujido de las hojas bajo sus pies. El otoño había llegado, y con él, una paleta de colores cálidos que teñía el paisaje. Los árboles, casi desnudos, dejaban caer sus últimas hojas doradas, creando un manto suave que cubría el sendero. A lo lejos, el murmullo del río se mezclaba con el canto de los pájaros, creando una sinfonía natural.
María había salido a despejar su mente. Las últimas semanas en la ciudad habían sido intensas, llenas de ruido y estrés. Aquí, en la tranquilidad del campo, encontraba el respiro que tanto necesitaba. Se detuvo un momento y cerró los ojos, permitiendo que la brisa fresca acariciara su rostro. En esos instantes, se sintió completamente conectada con la naturaleza.
El sonido de una rama rompiéndose la hizo abrir los ojos. A unos metros de ella, un ciervo la observaba con curiosidad. Ambos se miraron en silencio, compartiendo un instante de pura magia. María sonrió. Sabía que estos momentos eran efímeros, pero también sabía que se llevaría ese recuerdo consigo, como un pequeño tesoro que la acompañaría en los días difíciles.