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La maja desnuda

Chapter 5 No.5

Word Count: 4318    |    Released on: 06/12/2017

aso por el fru-fru de las ropas interiores, esparciendo un perfume

rdes, mon

, adquiría el ámbar gris de sus ojos, al través de los vidrios, una fijeza

taria de la ?Liga Feminista?; conferencia con el carpintero y el maestro de obras (unos tíos ordinarios que se la comían con los ojos), encargados de levantar las tribunas para el gran festival á benefi

Apenas queda sol para trabajar. Además,

a de tocador y vestuario á las modelos, y donde ella guardaba el

tudio, tomó un aire de arrogancia, de galantería fanfarrona,

cha. Si usted lo permite,

do el busto atrás, mostrando su blanca garganta

maestro!... Usted no entiende de esas cosas, Reno

d conyugal todos conocían. Esto pareció ofenderle, y habló á la condesa con gran brusquedad, mientras cogía la paleta y

anse en torno de la cabellera rubia, mientras Renovales contemplaba la gentileza de su dorso, viendo al mismo tiempo de frente su cara y su pecho en el fon

uro de ello, pero no por esto le parecía menos hermoso. También iba

eldad de hacerla permanecer de pie como en los días de gran sesión. Renovales contestaba con monosílabos y encogimientos de hombros. Bien estab

raro, incapaz de hacer lo que aquellos se?oritos imbéciles que formaban su corte, y muchos de los cuales, según la pública murmuración, eran sus amantes. ?Extra?a mujer, provocativa y fría

su gracia loca, por su ligereza casi infantil, y al mismo tiempo le inspiraba odio por el tono compasivo con que le t

on razón hablaban de ella. Tal vez, al presentarse en el estudio, siempre de prisa y sofocada, venía de una entrevis

e á él una amistad antigua, para que al instante el maestro cambiase de pensamientos. Era una mujer superior, ideal, condenada á vivir en el vano ambien

ado de Isabel II. Se había educado en el mismo colegio que Josefina, y á pesar de ser cuatro a?os mayor, guardaba un vivo recuerdo de su bulliciosa compa?era. ?Para mala y traviesa, Conchita Salazar; era un demonio.? Así oyó

odas las condecoraciones de Europa, y apenas le agraciaban con alguna, se hacía retratar cubierto de bandas y cruces, vistiendo el uniforme de una de las tradicionales órdenes m

fiesta aristocrática en que no figurase su nombre en primera línea. Además, la llamaban ?ilustrada?, haciéndose lenguas de su cultura literaria, de la educación clásica que debía á su ?ilustre padre?, ya difunto. Y c

ble bisutería; pero ella se quedaba en casa, abominando de estas ceremonias. Renovales la había oído afirmar muchas veces, vestida lujosamente y con valiosas alhajas en las orejas y

desa que, en su calidad de gran dama ?intelectual?, tenía empe?o en rodearse de hombres célebres. Josefina no le acompa?ó en esta vuelta al mundo. Sentíase

tardes en que recibía á sus amigos. ?Qué ingratitud con una admiradora tan ferviente! ?Tanto que la plací

nde abordó al pintor, con su gravedad de p

rá cuándo puede comenzar. Ella teme proponérselo y me ha dado el encargo. Ya sé lo

ofendido por esta llaneza del gran se?or, a

s á mí. Sólo aguardo el Gran Crisantemo del Japón. En E

lada: pasaban las horas charlando. Otras veces el maestro escuchaba en silencio, mientras ella, en su incesante verbosidad, burlábase de las amigas y relataba sus defectos secretos, sus costumbres más

riano!... ?Usted que es un buen marido,

bre distinto de los demás, una especie de fraile de la pintura. Deseoso de herirla, de dev

, Concha. También dicen... co

nzar. Después se mostró melancólica, con esa tristeza dulce de las mujeres ?no comprendidas?. Era muy desgraciada, Mariano. á él se lo podía revelar todo, porque era un buen amigo. Se había casado sie

; y si no es amor, á un poco de al

rando á Concha con ojos alarmantes, que ésta acabó

ina es mi amiga, y si usted

altador y caprichoso, que tan pronto se posaba junto á él comunicándole el

tando al artista desde sus primeras palabr

re distraído, contemplando ella la marcha del pincel, hu

frascó en su charla habitual, sin hacer caso del mutismo del pintor, hablando por la

aboradoras en la grande obra: literatas desconocidas, maestras amargadas por su fealdad, pintoras de flores y palomas; una turba de pobres mujeres con sombreros extravagantes y faldas que parecían colgadas de una percha; bohemia femenil, rebelde y rabiosa contra su suerte, que s

iendo su largo mutismo.-Quieren ustedes anul

la hermosura femenil como un signo de debilidad. Querían la mujer del porvenir sin caderas, sin pechos, lisa, huesuda, musculos

rás, con el pelo cortado y las manos duras, en competencia con el hombre para toda clase de luchas! ?Y á esto

s encantos y seducciones. Si las quitaban la hermosura, ?qué quedaría de ellas? La q

riano. Yo soy muy mujer, y me

sé-dijo el pintor c

ones que se ensa?an en mí, porque no soy hip

ituación. Al conde ya lo conocía Renovales: un buen se?or algo maniático, que sólo pensaba en sus baratijas honoríficas. La r

helo de idealidad que hubiese hecho

a?o que una mujer busque la felicidad donde la encuentre. Pero yo soy

fuertes que el pobre conde, pero mentalmente aún valían menos que él. No era ninguna virtud, lo reconocía; con un amigo como el pintor no osaba mentir. Había tenido sus distracciones, sus caprichos, como m

ioláceo. El crepúsculo invadía el estudio, y en su penumbra brillaban tenuamente, como chispas mortecinas, aquí una punta

ndose en aquella atmósfera de perfumes que l

ólica desesperación de la dama. Faltaba algo en su vida; se hallaba solo en el mundo. Y

taba una sensación de dulce reposo pasando sus brazos en torno de su cuello. Pero él aun era joven para contentarse con estas alegrías del amor paternal. Deseaba algo más, y no podía

por amor lo que sólo era un impulso de la afinidad juvenil. él necesitaba una verdadera pasión; vivir en contacto con un alma gemela de la suya; ama

s en los de Concha, que brillaban al

al mismo tiempo que la condesa echaba atrás su sillón como

r, qué hombres! Es imposible hablar con ellos como una buena amiga, concederles cierta confianza sin que a

ecobrando su severidad, sintióse herido po

erto?... ?Y si

pero forzada, falsa, con un tono que

n esta va la tercera que me hacen hoy. ?Pero es que

vista el sombrero, no recordand

ré venir más pronto y que no nos sorprenda el crepúsculo.

coche; podía esperar unos instantes más. La prometió per

lón. Dió algunos pasos por el estudio y acabó por abr

uilizará. Usted, Mariano, quietecito en su silla

por el estudio. La melodía esparcíase por la nave, envuelta ya en la penumbra; filtrábase entre los tapices, prolongando su alado susurro por los

ensibilidad que le hacía ser considerada, por sus amigos, como una gran artista. La músic

detrás de ella; creyó sentir en su nuca el soplo de su respiración. Quiso p

: á ser buen muchacho y obedie

media vuelta en su taburete, quedando de fren

ición; él de pie, contemplando su rostro, que no era

ortuosos y movibles trazos de tinta. En la profunda calma del estudio sonaban los crujidos de

ora, como si la muerte del día anestesiase su pensa

tremecimiento d

muy bonito... parece que me encuentro en un ba?o... un gran ba?o que me penetra hasta e

o, fría, insensible, como si no se diese cuenta de la presión de la suya.

despertar y se irgu

ría, Mariano

omo si sintiera lástima ante la confusión

la mano no significa nada. Es un gesto prot

stigo para el artista, que considera

en la obscuridad, repitie

d luz! ?Pero dón

alto del estudio tres focos eléctricos y sus coronas de agujas blancas sacaron de la sombra los marcos do

, cegados por el re

del lado de la pue

sefi

zándola con gran efusión, besando

osiguió Josefina con una sonr

púsculo; ?cosas de artista! Habían hablado mucho de su querida Josefina, mientras ella aguardaba la llegada del coche

hoy! Te encuentro mej

he esperaba á la puerta. Se lo había dicho el criado cu

r; enumeraba las personas que la aguardaban en su casa. Josefina la ayudó á colocarse el s

e acuerdas del colegio? ?Ay, cuán fe

la puerta para besar

, exclamó en un tono quejumbroso d

un marido que te adora... Maestro, cuídela usted mucho: mímela

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