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La maja desnuda

Chapter 6 No.6

Word Count: 3558    |    Released on: 06/12/2017

pido sportman?, según le llamaba Cotoner, presen

que hablaba con orgullo; un vehículo enorme, charolado de verde, que avanzaba y retroced

, con una gorra de visera brillante sobre los ojos, afe

on Mariano. Vengo

n torno de la cual se arrollaba el largo velo azul. Tras ella aparecía la madre, vestida del mismo modo,

s permanecer en un sillón días enteros. Refractaria á todo movimiento, le gustaba correr inmóvil en aquel carruaje que d

completamente solo, sin la inquietud de percibir cerca de él la hosti

como escandalizado de que alguien pudiese d

ano? Deje usted los pinceles

casi cerrados, no viendo apenas la campi?a esfumada por la velocidad, entre nubes de polvo y piedra machacada. Prefería contemplar el paisaje tranquilamente, s

ós,

a nítida. Después de este beso venía el otro, ceremonioso, frío, cambiado con la indiferencia de la c

a pereza, como si apenas pudiese arrastrar su flaco cuerpo, y con una pa

cuchar los ecos que despertaba su voz en las sonoras naves. Muchas veces, al entrar Cotoner, le sorprendía entonando con impúdica serenidad alguna de las canci

e Renovales varias veces al corazón, con grandes extremos afectuosos, llamándole maestrone. El retrato de la condesa de Alberca ya no estaba

ndolas en evidencia sobre las rodillas, para que apreciasen todos su vigorosa enormidad, sus salientes venas y sus dedos fuertes, con una ingenua satisfacción de cavador. Su conversación giraba siempre en torno de empresas vigorosas, y ante los dos artistas pavoneábase como si perteneciese á otra raza, hablando de sus haza?as de esgrimidor, de sus triunfos en los asaltos, de los kilos que levantaba sin el más leve esfuerzo, de las s

dio una tarde, trémulo de emoción, con los

engo un Mercedes.

era aquel sujeto que llevaba un nombre femen

o todo el mundo lo sabe. Fabricación alemana; un

sea en h

de encogerse de homb

lo, donde albergaba los carruajes de tiro y los automóviles, mostrándolos á los amigos con una satisfacción de artista. Era su museo. Además, poseía varios troncos de caballos, pues las aficiones modernas no le hacían olvidar sus antiguos gustos, y tomaba tan á pechos sus méritos de automovilista como sus pasa

inadvertido para él, muchacho juicioso y excelente administrador en medio de su despilfarro. Era la calaverada de su juventud; ya limitaría sus gastos cuando se casase. Dedicado por las noches á la lectura, no pudiendo dormir tranquilamente si no hojeaba antes sus clásicos (periódicos de sport, catálogos de automóviles, etc.), todos los meses hacía nuevas adquisiciones en

pero les conservaba cierto respeto por haber sido sus maestros y reconocía en ellos unos grandes sabios. Pero la vida moderna era otra cosa; él leía con entera libertad; leía mucho, tenía en su casa una biblioteca, compuesta lo menos de un centenar de novelas francesas. Adquiría todos los volúmenes que ll

que lo llenaba todo; despreciable y cursi en las calles de las ciudades; repugnante y antipática en los caminos; la que insultaba con toda la grosería de su mala crianza y lanzaba amenazas de muerte cuando un chicuelo venía á colocarse bajo las ruedas del automóvil con la maligna intención de dejarse aplastar, metiendo en un conflicto á una persona decent

éndolo presentable para sus visitas y comilonas, preguntaba á Lóp

tas tiene usted

antalones los contaba por docenas y nunca se ponía uno más allá de ocho ó diez veces; la ropa blanca pasaba á poder de su ayuda de cámara apenas usada; sus sombreros eran todos londonienses. Se hacía por a?o ocho levitas, que envejecían muchas veces sin llegar al estreno: las tenía de varios colores, con arreglo á las circunstancias y á las horas e

s y decidir el corte entre los innumerables figurines. Total, que invertía unos

r una persona decente p

títulos nobiliarios, no conseguía echar raíces en lo que él llamaba gran mundo. Sabía que á sus espaldas le designaban con el apodo de ?Bonito en escabeche?, aludiendo á las fabricaciones paternas, y q

spués intimó con el maestro, hablando en todas partes de su ?amigo Renovales? con cierta llaneza, como si fuese un camarada que no podía vivir sin él. Esto le realzaba mucho ante sus conocimientos. Además, sentía una admiración ingenua por el maest

á falta de más sonoros títulos, ser yerno de Renovales era algo. Además, el pintor gozaba fama de rico; se hablaba de sus eno

chacho conquistó la tolerancia de la madre, lo que no era poco. Un marido así convenía á su hija. ?Nada de pintores! Y el pobre Soldevilla en vano arboraba las más vistosas corbatas y exhibía escandalosos chalecos; su rival le a

su infancia, maltratándole unas veces con sus bromas, atrayéndolo otras con efusivas intimidades, como en la época que jugaban juntos, y al

tes é indecisos en torno de ella á los dos muchachos. Era tem

e se decida por uno ó por otro, habrá que casarla en seguida. No es de las que

con sus llantos, sus gritos y sus crisis nerviosas: el padre trabajando en el estudio, y por toda compa?ía la antipática Miss. Ha

s, pues al verse con cierto nombre, alardeaba de independencia, elogiando á espaldas del maestro todo lo que éste creía vituperable. Pero aun así, le agradaba la idea de que pudi

n el otro. ?Al fin, mujer! Las hembras sólo ap

n cierta amargura, como si pensase

López de Sosa, como si ya se hu

osotros; incapaz de hablar diez minutos sin que bostecem

arse para siempre en los catorce a?os; no iban más allá, satisfechos con las voluptuosidades del movimiento y la fuerza. Muchos de aquellos mocetones eran vírgenes ó casi vírgenes, á la edad en que en otros tiempos se estaba de vuelta, con el hastío del amor. Ocupados en correr, sin dirección ni objeto, no tenían tiempo ni calma para pensar en la hembra. El amor iba á declararse en huelga, no pudiendo resistir la competencia de los sports. Los jóvenes vivían aparte, ellos entre ellos, encontrando en el esfuerzo atlético una satisfacción que les dejaba ahitos y sin curiosidad para los demás placeres de la vida. Eran ni?os grandes, de pu?os fuertes: podían luchar con un toro y veían con timidez la aproximación

a.-De muchachos cuidábamos menos el cuerpo, pero le dábamos mayores satisfacciones. No éramos ta

ito que pretendía introducirse en su f

casi podría ir al matrimonio con flores de azahar. Pero no sé si pasada la impresión de la novedad volverá á ent

a al modelo, si es que lo tenía, y abandonaba los pinceles, sa

os á dar u

asta dónde lleg

para se?alar al maestro. ?Ese más alto es Renovales, el pintor.? á los pocos minutos aceleraba el paso Mariano con nerviosa impaciencia, dejaba de hablar,

me voy por aquí. Teng

espués de alejarse algunos pasos volvió hacia s

ue eres discreto, pero ella es de cuidado. Te digo esto para evita

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