El hijo que gesté en secreto
Freder
allí, dejado caer en el sofá, su cabello usualmente impecable, ahora revuelto. Parecía completamente agotado, del tipo de fatiga
lar y su smartwatch descuidadamente sobre la mesa de centro. La pantalla de su teléfono se iluminó con un
mis costillas, un pájaro frenético atrapado en una jaula. *No lo hagas, Érika. No busques lo que no q
que nos conocimos en la universidad. Una risa amarga se ahogó en
nsajería. Se me cortó la respiración. Ahí estaba. La foto de perfil f
médula. Sentí como si una mano invisible hubiera agarrado mi coraz
arse con una simple confirmación. Tenía que saberlo todo. Me desplacé a otra aplicació
un contacto etiquetado como "Mi Duraznito". Se me nubló la vis
es. Kandy. Kandy Romero. La becaria ambiciosa y experta en redes sociales. Se había unido a nuestra
mos. Tan motivada". Ahora sabía lo que realmente quería decir. *Me recuerda a t
ientes". Había hablado efusivamente de lo preocupada que había estado, de cómo se había as
lcetines, la temperatura exacta a la que le gustaba el termostato de la oficina. Lo había atri
tectar una tendencia del mercado a kilómetros de distancia, que podía diseccionar la estrategia de un competidor con precisión quirúrgica, había sido completame
na lujosa escapada de fin de semana a una cabaña aislada. "Lo que sea por mi Duraznito", había escrito.
posesivos y exigencias. "Eres mío, Bruno. No lo o
el que le había preguntado si todavía me encontraba atractiva, si todavía me amaba. Se había burlado: "Érika, s
e había quejado de que él estuviera "atado". La respuesta de Bruno había sido escalofria
cabeza, burlándose de los votos que habíamos intercambiado, de los s
ete de jade de mi abuela, el que le había dado a Bruno para que lo guardara, una reliquia
Todo lo que consideraba sagrado, todo en lo que creía, había sido mancillado. El aire salió de mis pulmones en un