El hijo que gesté en secreto
Freder
y agudo, me atravesó. Supe, con una certeza que me heló hasta los huesos, que lo que fuera que se escondiera bajo esa miniatura bor
e!* Pero otra voz más fuerte, la que había construido un imperio, exigió:
antuario digital a su aventura con Bruno. Cada publicación era una instantánea meticulosamente cur
a marca de tiempo. Mi propia línea de tiempo, mi propio sufrimi
habían ingresado en el hospital por mi hemorragia gástrica, la misma sema
la, mientras yo yacía en cama, débil por la fiebre, y Bruno me enviaba un mensaje
a. Recordaba ese día vívidamente. Había sido despedazada sin piedad por un cliente exigente, trabajando hasta el ama
zón rojo y la leyenda: "Nuestro secretito ". La fecha se grabó a fuego en mi mente. Fue el
o sus condolencias, una llamada telefónica apresurada llena de estática, explicando que estaba "varado en
ara, saliendo de una ducha en un lujoso baño de hotel. Sus hombros mostraban marcas de arañazos recientes, rojas y furiosas. La leyenda
funeral, mi cuerpo temblando de dolor, mientras él, mi esposo, se duchaba, reía y se enredaba con ella, su espalda surcada por las uñas de ella. Su mensaje de te
me puso de rodillas. La bilis subió por mi garganta, caliente y ácida. Vacié mi es
se encendió en mi pecho, consumiendo todo a s