El hijo que gesté en secreto
Freder
l vapor pegado a su piel. Me vio, con el teléfono todavía en la mano, y su rostro perdió todo el
susurro áspero, teñido de pánico. Se abalanzó
e recuperar el control, tratando de darle la vuelta a la situación. Mi mirada se desvió hacia su garga
tantemente tranquila-. Estaba sonando. -La mentira supo amarga, pe
, un suspiro de alivio
ado que soy con mis cosas del trabajo. -Incluso
ransparencia, sobre cómo éramos socios en to
osamente suave-, ¿cómo estuvo esa "cena d
s recorriendo
fícil, ya sabes. Mucho socializar y quedar bien. -Sus
ejilla, luego otra, hasta que mi almohada estuvo
ló, con los oj
omo una jaula-. Oh, nena, lo siento mucho. Sé que he estado distante últimamente. El trabajo, ya sabes
la de sollozos sacudiendo mi cuerpo-. Me d
lo que parecía una pena genuina-. Siento mucho no haber estado aquí para ti ayer. Debería haber estado. Realmente soy lo peor. -Encontró la
e revolvió las entrañas. Había una tierna tristeza en sus ojos, un anhelo des
s, todo compartido. No era solo un sentimiento; era una red enmarañada de costumbre, dependencia y conveniencia. Podría sen
n ataduras. Nuestras vidas estaban demasiado entrelazadas, nuestra empresa, nuestras finanzas,
o reafirmándose con una nueva r
espalda. Levantó la vista, s
becaria, una niña. -Intentó sonar despectivo,
encio más potente que cualquier acusa
luego suspiró, un sonido l
oven, demasiado... una distracción. -Hizo una pausa, luego me miró, sus ojos suplica
a?, pensé.