La Reina del Dragon
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scribir nad
ito día primaveral de temperatura agradable, mirando las montañas. Se alzaban hasta el cielo, entre las sombras de las nubes, o tal vez ellas mismas eran nubes, casi tocando el horizonte de Occidente. Aquel día formaba
es como las serpientes demuestran su fuerza, y del mismo modo hacen las serpientes del mar. Ver a las hembras pescar era un espectáculo impresionante. Se deslizaban en el agua como cisnes gigantes, con sus enormes ojos estudiando el fondo marino en busca de bancos de peces. Cuando encontraban uno, sumergían la cabeza como una punta de flecha, seguida del enorme cuerpo. Si tenías suerte y el agua era cristalina, podías seguirlas por las profund
ro-. ¿Cómo huele el aire salado y fresco, los
dría -tuve que admitir
redice otro destino para ti. »Además, te oí llamarme desde el vientre de tu madre, y por eso te traje aquí -continuó el maestro-. No puede escribirse ninguna de las cosas importantes para ti. Puedo enseñarte todo lo que necesitas aprender, y puedo guiarte por el sendero de la sabiduría, pero la única manera de entender la guerra es luchando en la batalla. E incluso entonces no lo sabrás todo, pero las opciones se te presentarán mucho más claras. La única manera de aprender cosas sobre el
a para recibir el profundo cuerno de metal, cómo podía sentir bajo sus pies si la tierra estaba lo suficientemente templada y húmeda para que al ararla se abriese sin agrietarse, y cómo al ver volcar la reja del arado dibujaba suavemente el primer surco, su corazón se henchía de alegría. Visitamos al armero en su fragua. Aprendí a montar incluso sin caballo, y comencé a adiestrarme en las armas antes de lo que puedo recordar. Éstas eran las principales artes qu
*
as». Tenía el estómago repleto de carne, y maldijo en el idioma de los humanos porque no podía moverse con rapidez y se sentía somnoliento. Se escondió tras unos helechos y un pino caído; si un humano hubiera estado observándolo, pensaría que había desaparecido de repente. Las hojas apenas se movieron unos milímetros cuando se tumbó entre ellas. La guarida se encontraba justo bajo la cima. Él y su compañera había
ó el lobo-. ¿Para qué llorar si
la nariz. Ambos reaccionaron con gran sobresalto. La niña retrocedió rápidamente, y se oyó escarbar a la cría, escondiéndose cerca de su madre. Después la niña se sentó tranquilamente, como hacen los niños buenos, y empezó a jugar con las piedrecillas que había a la entrada de la guarida. No era una niña regordeta, sino uno d
ñera sacó la cabeza. Trotó sin
de ese modo lacónico tan ca
o la quieren -
la necesidad de estar charloteando sin parar. El lobo se agachó para entrar
e se han ido -dijo a su co
tando con las orejas gachas, tras la pista de los humanos que habían llevado al bebé. Tres de ellos, dos hombres y una mujer, habían ido directamente hasta la gu
a daba de mamar a las tres crías y al
e dijo ella, y bajando la cabez