La Reina del Dragon
pte
joven me encantaban: los fajos de papel en cajas de cobre, los pergaminos empastados en los q
bios del cielo. Resistíamos las hambrunas en primavera y festejábamos la abundancia que el otoño nos ofrecía. De día vivíamos bajo el sol, cuando éste lucía; y bajo la oscura lluvia y las tenues neblinas si no lo hacía. Nos cantábamos melodías que alcanzaban los cielos alzadas por el sol, la luna y las estrellas, y ob
s veces no era así. Cuando hacía frío, nos reuníamos alrededor del fuego y contábamos magníficas historias de amor, de guerra, sobre el horror y la maldad, de dioses y héroes, que a veces superaban a los mismos dioses con su inquebrantable valentía y espíritu de sacrificio. Sí, es cierto, admiraba los
elas alisan la madera, la cuchilla la corta y la espátula limpia las pieles. Pero un conjunto de palabras puede no tener ningún sentido. Por eso debemos regresar a la música, la danza, el hambre, el deseo y el amor, para que no olvidemos quiénes somos y por qué. Debemos sentarnos alrededor del fuego y contar historias, historias de hombres y dioses, y con ellas aprender a vivi
*
ue la fortaleza, las rocas se alzaban sobr
ningún asalto -dijo
observando los impresionantes muros d
asediarlo -continuó el cap
ado a decir más de lo que fuera absolutamente necesario. Las Personas a las que servía necesitaban toda la protección posible. No solo por los recaudadores de los impuestos imperiales, sino también por los caudillos bárbaros que tan diligentemente servían a los intereses de aquellos
ndo me permitieron traerlo hasta a
esolver con Vortigen
de lo normal. Vortigen es el gran rey de Inglaterra, y parece que lo conoce por su nombre. No, no, mi señor Maeniel, no hay nada raro en todo eso. Sin emba
sintió so
iendo. Todos esos sajones... -dijo el capitán,
l muelle, mientras otros dos amarraban el barco de pro
navegaremos con la marea. No me queda
jos semicerrados. El hombre que sujetaba e
aríamos de la hos
aré -respondió el capitán-
desde la bor
ia, ¿verdad? -pre
sí
nes para nada. Podríamos quedarnos por lo me
egaremos a Vennies al amanece
los remos, su compañero se encogi
aremos en casa. Todos los casados podréis tirar a los amantes de vuestras mujeres por la ventana y ech
alejándose con la
ndieron en lo alto de la muralla el olor de los cuerpos que se hacinaban en los barrios de piedra y que no tenían la costumbre de lavarse
ciado las ocasiones de ganar dinero una vez que llegaron a Britania, recogiendo a viajeros a lo largo de toda la costa y llevándolos hasta la isla. Pero con la caída del sol había empezado a ponerse nervioso. Maeniel conocía los síntomas a la perfección. Al capitán se le erizó el cabello de la nuca, tal y como le pasó a Maeniel la primera vez que vio la fortaleza. El capitán no habría podido decir por qué, y tampoco Maeni
ó a su lado e hiz
e la túnica de seda de Maeniel y su pesado manto de
el as
onducirá a la ciudadela; pero antes de que vayáis,
pero en la creciente oscuridad adivinó las figuras de dos hombres det
persona que ha de
vió a hacer u
el rey, al menos esta noche. Se guardarán en las cámaras de la fortaleza