Los hermanos Plantagenet
cia ellos el brazo derecho armado con un venablo, en el mismo ademán imperioso que debe preceder á veces á las órdene
gua
da de los seis hermanos, como debe recordarse,
terminado, produjo durante un momento en ella una sensación de asombro; después, pasado ést
n qué derecho te presen
?Quién soy yo? Un hombre que como vosotros está of
ca para que no revele lo que tus oídos han escuchado; elige entre todos nosotros, esceptuando al que por
todos al intruso, y los cuatro cuya edad les permitía empe?ar un lance de tal especie, mostraron harto claro, co
cómplices, y no os a
adelantando un paso, al par que los de
proyecto de un crimen. No malgastemos el tiempo en disputas
menos á un estado que no te permitiese revelar el secreto que has sorprendido por acaso tal vez, tal vez llenando
s revoluciones de los pueblos, quieres hacerte de la miseria pública un escalón para elevarte de tu nada; has so?ado, después de haber envidiado la fortuna de los tribunos romanos, que lograron por un medio semejante ser cónsules ó césares, has so?ado, te digo, hacerte tribuno del pueblo inglés; has saludado con placer los tres azotes de ese pueblo, el obispo, el
o á otros seis hombres, acabó por dominarlos merced
oderado de tí; porque deseas crecer en estatura para que los necios te admiren; porque eres demasiado imbécil para creer en tu inutilidad; pobre instrumento que romperá el viento de la revolución como el huracán quiebra una ca?a. Sí: tú puedes servir de emisario, de espía, de alborotador; puedes servir de una manera admirable, porque cogido en el lazo, morir
al que acababa de darle tan
ansío la paz y el orden que debe preceder á la propagación
nte; os conozco como vosotros conocéis que cuanto os he dicho es exacto. Ahora bien; cualquiera
miéndose Adam Wast, para juzgar hasta qué punt
ollada por primera vez; me hice una choza de ramas al lado de un manantial, y me dije cuando la ví bastante capaz á darme abrigo: ?hé aquí mi alcázar; seré el rey de la selva; si alguna vez los hombres penetran en mis dominios, pasarán de largo con sus brillantes cabalgatas de caza ó sus humildes harapos de mendigo; si alguna vez el bandido me pide un sitio en mi hogar, un lecho de pieles y un pedazo de carne, se lo daré ?por San Huberto! El bandido es en cierto modo un montero de fieras humanas. La caza es libre, y el gamo y el jabalí darán su carne á mi hambre; la fatiga me hará robusto; el tiempo amenguará mis dolores, y viviré tranquilo.? Ya véis, dijo el montero después de una peque?a pausa, que yo había renunciado el amor de mis hermanos, sus leyes y su protección. Y viví algún tiempo tranquilo, si no feliz; resignado, si no satisfecho. Algunos hombres que sin duda pensaban como yo, se me unieron y al cabo llegué á ser un rey con vasallos, que dominaba á cien corazones valientes, á cien brazos capaces de cortar con un venablo la carrera al gamo más corredor. Pero mis hermanos de los pueblos repararon en sus
Adam Wast; habéis
úmero de mis monteros á una mitad; la otra mitad ha sido dispersada, ahorcada en parte, y en parte desarmada y azotada.
te ha tr
la elección, y me arrojé al agua; algunas flechas pasaron junto á mí sin tocarme; la niebla me protegió, y tomé tierra en est
cento del montero, que Adam Wast desar
por mi parte acepto tu al
ue
ie
á un tiempo los preguntados
lamas? dijo
ntestó e
bservó el cortador;
adre os responda de mí? a?adió dirigiéndose al verdugo y asiéndole una mano; pu
n con el acento de la a
s el verdugo de l
el rostro sobre su pecho; algunos sollozos sofocados
s puestos, que yo acompa?aré á mi hermano y
l aparecer entre los cinco hombres les m
ar
el verdugo quedaron solos, el último levantó su
cias! ?no has renega
! ?Oh! has hecho bien; has elegido me
o salieron de la caba?
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