Los hermanos Plantagenet
OCED
judío Saul ó Agiab esperando aún en la sala de armas de la casa de lady Ester
una manera tan descortés le había sido cerrada por la insolente doméstica, que había introducido un hombr
al que nos ocupa le había cabido en suerte, al nacer, una de esas irresistibles propensiones de dominio y de orgullo, con
le muestra que el amor sólo está de su parte; que ha sido, en fin, el juguete de una mujer. En
e Salisbury había quedado abierta; Saul la empujó, y antes de l
a, y en su semblante estaba pintado todo su amor; amor confiado, inmenso, sublimado por cuatro a?os de ausencia y de espera
e repente, adelantando mudo y mesurado hacia Est
vista fija devorando á la joven; al fin d
?Dios o
recejo al ver á Saul; pero aquella expresión de un marcado disgusto fu
, Saul, contestó vol
onrisa en la hermosa boca de la joven lady; siempre una mirada afectuosa de ella había co
mo acompa?ante para el festín de esta no
aul se mordió con furor el labio inferior devorando un
sición respecto á vos es hoy enter
n ademán tan soberbio, que hizo retroceder á Saul; ?quién se atreve á
que me creo con tanto derecho, si no c
ite un bufón ó una bailarina!... ?habíais llegado á creer, miserable, que la hija de mi padre había fijado su atención en tí, mas q
que no tiene otra mancha que haber sido vencida? ?Bah! lady Ester, si vos sois entre los vuestros una noble descendiente de los Salisbury, yo soy rey entre los míos. El nombr
yo he doblegado mi orgullo hasta cruzar mi palabra con la tuya? ?
taba elevarme. Era rico, y arrojé el oro con largueza. ?Por el padre Abraham, se?ora! Esos orgullosos lores y barones me admitieron entre sí, porque mi oro entraba á manos llenas en sus arcas. La reina regente, Eleonora de Guiene, necesitaba mucho oro para alentar el bando que debía destronar á Ricardo y colocar en su trono á Juan-sin
con visibles se
a; buscaré un enemigo poderoso é implacable...? Dios me arrojó entonces junto á vos; leísteis en mí un amor loco, sin más ambición que vos, intenso lo bastante para doblegarme á servir vuestra venganza sin condiciones. Si vos me hubierais dicho: ?Necesito la vida del Obispo,? yo os hubiera traído su cabeza; pero os guardasteis bien de hacerlo: demandar un sacrificio es obligarse á otro sacrificio, y vos, pensadora más de lo que vu
e y glacial, escuchó un momento
an hasta allí las voces del motín de Tames
owttwark? Es un incendio. ?Y sabéis qué pide ese pueblo que incendia
que les ocasionaba el incendio, habían corrido frenéticos á engrosar el tumulto, y sus gritos se elevaban, subiendo como un alarido infernal á la misma altura que las más elevadas aristas del incendio; las tinieblas habían cedido á su resplandor, y un rojizo ref
a, con toda la terrible grandeza de su belleza, valiente, audaz, devorando en una ojeada aquel aterrador panoram
plosión de orgullo indomable, inmenso, que aterró
la joven; salid, ú os mand
o te adoro, y prefiero morir á provocar tu enojo; d
ez más implacable, mientras
desfallecida; ámale, pero déjame que
tó con doble
evantándose con energía; llamad á vues
caer fatigada
, que rompéis cuando no os sirve: en bue
, y me obligaréis á dar
l retrete. Pero en aquel momento, y antes de que Ester tuviese tiempo de llamar á su servidumbre, un hombre entr
á tiempo, hija mía, dij
ien venido sois siem
na estatua junto á la pue
ros en salvo y ver si podéis salvar algo de vuestr
aquella oportunidad para salir de una posición difícil, desapareció
ja mía, dijo el anciano
padre mío, co
no; pudier
ardía sobre la mesa, y salió de