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Los hermanos Plantagenet

Chapter 5 LADY ESTER

Word Count: 3886    |    Released on: 06/12/2017

una mirada el cuadro que procurare

scas y pesadas molduras; una caja de hierro abierta ostentando ricas joyas, brillaba sobre la mesa; algunos sillones, también de roble, de alto respaldo coronado por un blasón entre follajes dorados, circuían el retrete, y multitud de pieles de oso hacían el ofi

de acero bru?ido en el que se reflejaba como en un espejo la joven del sillón; dos jóvenes casi ni?as, alegres y risue?as, estaban apoderadas de su profusa cabellera negra; otra, la misma que

ocador de una dama; en el sagrado recinto donde sólo penetr

bre él su mirada de una manera particular. En la de Ketti había amor y celos, en la de lady Ester una viva

pero con una expresión de alegría que

rca un sillón Ketti; ponlo aquí, más cerca aún; sentaos, Ricardo, sentaos; me alegro de haberos hallado, olvidadi

a á Dik. Ketti, muda y silenciosa, parecía clavada junto al sillón que el joven

os dos jóvenes

o un marco negrísimo alrededor de su semblante encantador, y perdiéndose destrenzado sobre un cuello admirable y unos hombros de la más mórb

es la personificación

tro a?os? ?Sabéis que tengo mucho que quejar

oja! Un Obispo que da festines y un judío que se arruina, son más raros, m

enamora... porque creo que tené

del amor de una mujer hermosa,

Ricardo!

ándose en la posición más cómoda; recordemos nuestro pasado; per

ás lata confianza entre ella y Dik. Cruzó sobre su pecho un ancho ropón forrad

a! d

se presentó; lady Ester la dijo algunas palab

extra?a mirada. ?De dónde venís, caball

ijo, á la vista del pueblo de Londres, que cubría ambas riberas del Támesis; me había despedido de una mujer joven y hermosa que me amaba, y aquella mujer, asomada á las almenas de White-Tower, se despedía de mí la postrera vez agitando un lenzuelo al lado de una reina que saludaba también al rey, y tal vez á mí;

clava, conduciendo una peque?a mesa en que traían un pedazo de jabalí, un jarro de oro lleno de vi

ijo un momento después Dik

testó lady Ester refi

n fin, Inglaterra. El joven caballero fué cruzado; se batió como un león, por

Ester; ?pues qué se

el Viejo de la monta?a. Es una hist

Rica

o; un marquesado que no era más que un nombre;

ó el rostro al

mbre debe entristecerte. Ig

se d

dy Ester, fijando en Di

stó Dik sin vacilar, d

guió escuchan

fatal. Firmáronse las treguas de Tolemaida, y después de fiestas y torneos inútiles, se embarcó el cruzado con el rey en San Juan de Acre, casi lo mismo que había desembarcado los a?os antes; es decir, pobre y enamorado, c

ster hizo una se?a á la esclava,

erra, el otro de su Ester. Ambos temían haber sido olvidados y vendidos, y ambos tenían razón. La Inglat

ica

s: yo te amo. Ahora me dices Ric

o en mi ret

e ver á alguno que pretendía entrar t

que me acosan hace cuatro a?os? ?No puede una mujer tener u

or juguete, eliges otro en

uete? observó con acen

o me han

ija del conde de Salisbury, primer justiciero de Inglaterra, vasallo leal que sostenía los derechos del rey contra el Obispo y

Es

bre la cabeza del asesino una venganza cualqu

deci

u vida, si vivías; por tu descanso, si habías muerto; que no amo á nadie más qu

mas tentadores; la riqueza con sus alcázares opulentos, la nobleza con su orgullo, la voluptuosidad velada por nubes de perfumes; pasaron junto á él brillantes cabalgatas, pendones blasonados por cuarteles de oro, hombres de armas, esclavos servidores; junto á él estaba la mujer que le enloquecía, hermosa como la Venus púdica, incitador

sospechas; ?si me amas, á qué a

hado á esos hombres, porque los necesitaba; yo había creído deber hacerlo, porque era mujer, y mis armas eran sólo el amor; pero ahora que te tengo

la mirada de Ester; sólo vió e

ó de enl

es necesario que nos separemo

e, mi fortuna, mi alma, separarnos? No, Dik, no quiero estar sola; no quiero tener el corazón seco entre esa turba de miserables cortesa

lamó Dik; ?me est

conozco á un monje de San Bridge que es un santo: era el confeso

er nuestros lectores, era un hombre de origen desconocido, pobre, reducido á vivir á costa de su espada ó de su ballesta. Por más que cuatro a?os antes Ester le hubiese amado con la misma pasión que á su vuelta había demostrado, temió ser un instrumento, una víctima destinada á cubrir algunos amores vergonzosos ó alguna miserable in

verdad que su reputación es ambigua, pero yo soy á propósito para hacerla marchar por un camino. Con ella tengo un nombre, riquezas, poder; sin ella... sin ella me veré precisado á ahorcarme un día cualquiera, ó á e

sofo razonamiento, pretendiendo enga

o les lanzase una mirada de amor; pero me sepultarían después en uno de sus horribles castillejos, colocados como un nido en la punta de una roca. Por otra parte, ninguno de ellos se atrevería á medirse con el Obispo

onar, se miraron casi al mismo tiempo. Ella esperaba una respuesta, él formulab

joven le tenía abandonada; tu amor me enloquece, me llena de orgull

eron á la cámara real, y el buen Enrique II adoptó á los pobres huérfanos y les se?aló una corta pensión. Nos trataron como hijos de caballero y nos dieron patentes de nobleza como hijos adoptivos de rey. Crecimos sin salir de la morada real; tú, Ester, eras dama de la princesa Berenguela; las galerías de Whitehall oyeron nuestra primera declaración de amor y nuestro juramento de pertenecernos exclusivamente. Después Ricardo fué rey y Berenguela su esposa. Un a?o adelante acompa?aba yo al rey y me cruzaba en Mesina el mismo día que Ricardo, Felipe Augusto, Godofredo de Bullón y Guido de Lusi?án. Cuatro a?os más, y nos vió volver el mismo mar que nos vió ir. Todos volvíamos con honra; pero todos también, reyes y vasallos volvía

viniste

eer que tú me amabas aún, y no me at

ica

ara mí la última de

sta noche despué

nrió de una m

erable traje de monta?és, y mis armas un pu?al. Ahora tengo una noble y buen

é injusto

e pedido un pedazo d

partir contigo mi amor y mi porvenir; ?te at

er, que estos dos a?o

ían ins

tá puesta en prec

se á esta escena, oyéronse muy cerca pisadas de caballos que cesaron debajo d

e el nombrado Dik, montero contra los edictos en los cotos reales de Dindem-Wood, acusado de desacato á su gracia el rey, ha burlado la persecución de los archeros, y se

ía el pregón; era una muchedumbre sombría y silenciosa, que precedía y se

o la ventana; ?oh! es necesario hacer p

un blasón; aquel blasón estaba reproducido en la placa de la cadena que Adam Wast había entregado al verdugo. Aquella cadena había pertenecido un tiempo á Dik, y Adam Wast no podía poseer

sos de estos pensamiento

le presentaba, dió un g

e combate de

?era del rey Enri

eto; secreto que jamás reveló á nadie y cuya ex

da un secreto, y la desnudará sólo quien deba vengar al rey. Rueg

después se levantó

idencia ha puesto esta espada entre mis manos,

ombraba algunas veces... ?oh! no te detengo, vé... pero vé tam

apareció en el umbral pálida y agitada. Lady Ester, que había olvidado l

es un medio que nos puede servir de mucho, y es necesario que nada sospeche; y lueg

los pies de lady Ester y besó la orla de su

etti, es necesario q

r donde habían entrado, y al pasar por la sala de

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