Los hermanos Plantagenet
una mirada el cuadro que procurare
scas y pesadas molduras; una caja de hierro abierta ostentando ricas joyas, brillaba sobre la mesa; algunos sillones, también de roble, de alto respaldo coronado por un blasón entre follajes dorados, circuían el retrete, y multitud de pieles de oso hacían el ofi
de acero bru?ido en el que se reflejaba como en un espejo la joven del sillón; dos jóvenes casi ni?as, alegres y risue?as, estaban apoderadas de su profusa cabellera negra; otra, la misma que
ocador de una dama; en el sagrado recinto donde sólo penetr
bre él su mirada de una manera particular. En la de Ketti había amor y celos, en la de lady Ester una viva
pero con una expresión de alegría que
rca un sillón Ketti; ponlo aquí, más cerca aún; sentaos, Ricardo, sentaos; me alegro de haberos hallado, olvidadi
a á Dik. Ketti, muda y silenciosa, parecía clavada junto al sillón que el joven
os dos jóvenes
o un marco negrísimo alrededor de su semblante encantador, y perdiéndose destrenzado sobre un cuello admirable y unos hombros de la más mórb
es la personificación
tro a?os? ?Sabéis que tengo mucho que quejar
oja! Un Obispo que da festines y un judío que se arruina, son más raros, m
enamora... porque creo que tené
del amor de una mujer hermosa,
Ricardo!
ándose en la posición más cómoda; recordemos nuestro pasado; per
ás lata confianza entre ella y Dik. Cruzó sobre su pecho un ancho ropón forrad
a! d
se presentó; lady Ester la dijo algunas palab
extra?a mirada. ?De dónde venís, caball
ijo, á la vista del pueblo de Londres, que cubría ambas riberas del Támesis; me había despedido de una mujer joven y hermosa que me amaba, y aquella mujer, asomada á las almenas de White-Tower, se despedía de mí la postrera vez agitando un lenzuelo al lado de una reina que saludaba también al rey, y tal vez á mí;
clava, conduciendo una peque?a mesa en que traían un pedazo de jabalí, un jarro de oro lleno de vi
ijo un momento después Dik
testó lady Ester refi
n fin, Inglaterra. El joven caballero fué cruzado; se batió como un león, por
Ester; ?pues qué se
el Viejo de la monta?a. Es una hist
Rica
o; un marquesado que no era más que un nombre;
ó el rostro al
mbre debe entristecerte. Ig
se d
dy Ester, fijando en Di
stó Dik sin vacilar, d
guió escuchan
fatal. Firmáronse las treguas de Tolemaida, y después de fiestas y torneos inútiles, se embarcó el cruzado con el rey en San Juan de Acre, casi lo mismo que había desembarcado los a?os antes; es decir, pobre y enamorado, c
ster hizo una se?a á la esclava,
erra, el otro de su Ester. Ambos temían haber sido olvidados y vendidos, y ambos tenían razón. La Inglat
ica
s: yo te amo. Ahora me dices Ric
o en mi ret
e ver á alguno que pretendía entrar t
que me acosan hace cuatro a?os? ?No puede una mujer tener u
or juguete, eliges otro en
uete? observó con acen
o me han
ija del conde de Salisbury, primer justiciero de Inglaterra, vasallo leal que sostenía los derechos del rey contra el Obispo y
Es
bre la cabeza del asesino una venganza cualqu
deci
u vida, si vivías; por tu descanso, si habías muerto; que no amo á nadie más qu
mas tentadores; la riqueza con sus alcázares opulentos, la nobleza con su orgullo, la voluptuosidad velada por nubes de perfumes; pasaron junto á él brillantes cabalgatas, pendones blasonados por cuarteles de oro, hombres de armas, esclavos servidores; junto á él estaba la mujer que le enloquecía, hermosa como la Venus púdica, incitador
sospechas; ?si me amas, á qué a
hado á esos hombres, porque los necesitaba; yo había creído deber hacerlo, porque era mujer, y mis armas eran sólo el amor; pero ahora que te tengo
la mirada de Ester; sólo vió e
ó de enl
es necesario que nos separemo
e, mi fortuna, mi alma, separarnos? No, Dik, no quiero estar sola; no quiero tener el corazón seco entre esa turba de miserables cortesa
lamó Dik; ?me est
conozco á un monje de San Bridge que es un santo: era el confeso
er nuestros lectores, era un hombre de origen desconocido, pobre, reducido á vivir á costa de su espada ó de su ballesta. Por más que cuatro a?os antes Ester le hubiese amado con la misma pasión que á su vuelta había demostrado, temió ser un instrumento, una víctima destinada á cubrir algunos amores vergonzosos ó alguna miserable in
verdad que su reputación es ambigua, pero yo soy á propósito para hacerla marchar por un camino. Con ella tengo un nombre, riquezas, poder; sin ella... sin ella me veré precisado á ahorcarme un día cualquiera, ó á e
sofo razonamiento, pretendiendo enga
o les lanzase una mirada de amor; pero me sepultarían después en uno de sus horribles castillejos, colocados como un nido en la punta de una roca. Por otra parte, ninguno de ellos se atrevería á medirse con el Obispo
onar, se miraron casi al mismo tiempo. Ella esperaba una respuesta, él formulab
joven le tenía abandonada; tu amor me enloquece, me llena de orgull
Có
eron á la cámara real, y el buen Enrique II adoptó á los pobres huérfanos y les se?aló una corta pensión. Nos trataron como hijos de caballero y nos dieron patentes de nobleza como hijos adoptivos de rey. Crecimos sin salir de la morada real; tú, Ester, eras dama de la princesa Berenguela; las galerías de Whitehall oyeron nuestra primera declaración de amor y nuestro juramento de pertenecernos exclusivamente. Después Ricardo fué rey y Berenguela su esposa. Un a?o adelante acompa?aba yo al rey y me cruzaba en Mesina el mismo día que Ricardo, Felipe Augusto, Godofredo de Bullón y Guido de Lusi?án. Cuatro a?os más, y nos vió volver el mismo mar que nos vió ir. Todos volvíamos con honra; pero todos también, reyes y vasallos volvía
viniste
eer que tú me amabas aún, y no me at
ica
ara mí la última de
sta noche despué
nrió de una m
erable traje de monta?és, y mis armas un pu?al. Ahora tengo una noble y buen
é injusto
e pedido un pedazo d
partir contigo mi amor y mi porvenir; ?te at
er, que estos dos a?o
ían ins
tá puesta en prec
se á esta escena, oyéronse muy cerca pisadas de caballos que cesaron debajo d
e el nombrado Dik, montero contra los edictos en los cotos reales de Dindem-Wood, acusado de desacato á su gracia el rey, ha burlado la persecución de los archeros, y se
ía el pregón; era una muchedumbre sombría y silenciosa, que precedía y se
o la ventana; ?oh! es necesario hacer p
un blasón; aquel blasón estaba reproducido en la placa de la cadena que Adam Wast había entregado al verdugo. Aquella cadena había pertenecido un tiempo á Dik, y Adam Wast no podía poseer
sos de estos pensamiento
le presentaba, dió un g
e combate de
?era del rey Enri
eto; secreto que jamás reveló á nadie y cuya ex
da un secreto, y la desnudará sólo quien deba vengar al rey. Rueg
después se levantó
idencia ha puesto esta espada entre mis manos,
ombraba algunas veces... ?oh! no te detengo, vé... pero vé tam
apareció en el umbral pálida y agitada. Lady Ester, que había olvidado l
es un medio que nos puede servir de mucho, y es necesario que nada sospeche; y lueg
los pies de lady Ester y besó la orla de su
etti, es necesario q
r donde habían entrado, y al pasar por la sala de
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Werewolf
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