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Los hermanos Plantagenet

Chapter 6 UNA TRAICIóN INVOLUNTARIA

Word Count: 2780    |    Released on: 06/12/2017

travesaron á Westminster, á Walter-Streed, y deslizándose junto á los muros de la

contenta porque iba con Dik; ni una sola v

amó á una puerta; la casa estaba sumida en el mayor silencio; nadie

a legión de diablos,

puerta, y apareció tras ella un

se?or... adelante... siento no poderos ofrecer nada... los aldermens se me han bebido mi último vino, que por s

al verdugo. Su hermano había buscado pan para él, y

y al

el hombre colorado, que volvió furioso después de haberse llevado mi pan. Más de una vez os he oído nombrar, y os esperan segú

se cubrió apresurad

o Dik, ?está a

S

anos á otro apos

s precedió á través de una

para burlar maridos, cuando es necesa

n abrió una puerta desvencijada, y los jóvenes

serable, aquel aposento

especie de taberna-mesón, donde la gente perdida, las rameras y los estudiantes solían pasar las noches al abrigo de las rondas de los aldermens, que daban con ellos en la cárcel del condado de Surrey, ó en la picota de la plaza de

; en esos muebles se ha sentado todo un alto person

ra brusca á Robín, pareció interesar

?y qué r

una pregunta que me embaraza, porque yo no debo enga?aros: cu

y, repuso Di

el rey Offa (este nombre en aquel tiempo, en Inglaterra, equivalía lo que ahora e

ese rey

II de In

n en que se había dejado c

este miserable d

k, que yo á nadie he contado esto, y que vos sois y vuestra compa?er

í ese monje? pregun

ma del rey muerto, y por

onocía á

su co

ese monje, á qué m

s le he visto. Un día le seguí y le ví entra

n más atención que nunca, y sentándose sobre la cama calló un momento como preparándose para un largo relato; Dik creyó oportuno sentarse

re que es escuchado con atención por primera vez; sí, muy ni?os, cuando acontecieron los terribles t

n su sillón co

ba; los tarines llovían en mi gorra, y estábamos perfectamente; pero llegó un tiempo en que el pan estuvo escaso y en que los tributos crecieron. No gobernaba entonces el Obispo, pero lord Macclair, favorito del rey, era un soberbio sanguijuela. El populac

el r

íamos á otra bailarina escocesa, y le

ó el ochenta y tres. Fué un a?o terrible; el pueblo, agobiado por el hambre y los tributos, se rebelaba cada día contra el rey, y Londres era un eterno campo de batalla; Enrique el joven, Ricardo y Juan-sin-tierra, hijos de Enrique II, alentaban el fuego, y al fin se declararon en abierta rebelión contra su padre, insurreccionaron el Poitú y la Normandía, y se presentaron á las puertas de la ciudad al frente de un ejército. El rey se encerró en White-Tower; pero los normandos asaltaron la torre indefensa, porque no había un solo inglés al lado del rey, más que lord Macclair y el conde de Salisbury. Entretanto los normandos robaban á Londres, los hijos traidores partían el trono de su padre, y el i

ar el efecto que había producido en sus

encia Dik; lo que no es tan claro es lo que pasó por el re

a?era estuvo en este aposento, asomada tenazmente á la ventana, á pesar de haberla nosotros invitado á ponerse en lugar más seguro. Desde el fondo del sótano oíamos los gritos de los combatientes de London Bridge, que duraron hasta la noche. Luego sucedió un prof

ncogió d

ien, ?v

maron á un tiem

ban lord Salisbury sosteniéndole, y la bailarina arrodillada en ese reclinatorio. Yo también escuchaba

sinado! ?no! ?no! ?Maldito sea mi hijo Enrique! ?Ma

ó el conde; tal vez alguno de ell

lamó el rey, ?h

lord Salisbury; es

s, milord;

perdonad al menos á vuestro hijo Enrique, que

Pocos momentos después volvió en sí,

e Londres, que has sido mi último amor, acércate y no llores; toma, y la dió un objeto que no pude distinguir; si mi Ricardo es rey, dile que muero perdonán

callaba, mirando, sobreco

na historia muy triste en verdad,

la mujer...

é mu

bail

, huyó y no la

mo se

que comunicaba con la escalera escusada que hem

e saber que un secreto de Estado está en vuestro poder, maese Robín. Será necesario poneros á recaudo,

movió; pero Robín, creyéndose perdido, quiso huir. El hombr

o! gritó Robín con

se precipitados pasos de algunos hombres por la escalera, la puerta se abri

ta de Adam Wast. Verla y arrojarse á ella pu?al en mano, fué obra de un mom

mayada en el primer tramo de la escalera; Adam Wast se levantó furioso y embistió á aquella puerta; la espada de Enrique II lució fuera de la vaina junto al lecho de muerte del mismo Enriq

daban tres contendientes: Adam Wast, Jorge Rak y Tom Flavi. Dik se había retirado á un ángulo, y desde allí mantenía en un ancho círculo á sus adversarios. Tom Flavi esgrimía d

estocada, y Tom Flavi cayó para no volverse á levantar más. La puerta se abrió, y llenóse el aposento de alabarderos del rey, ó mejo

tó á Dik el aldermen

de asesinato, cuando véis á un caba

ó una profunda

uatro cadáveres. Dik buscó á su herm

baja al aldermen; éste se despojó respetuos

mbres á

otro callado y sombrío, entre la mitad de los alabarderos; el

mpa?o, m

en la puerta de salida; e

junto al atrio, dijo el hombre negro á D

nto pensativo, mirando

der así; la canal

la casa y se dirigió lentamente á la de lady Ester. Cuando pasaba sus umbrales, la camp

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