Los hermanos Plantagenet
ejo de la luz. Mucho debía interesarle, puesto que inmóvil, atento, reconcentraba en ella toda s
ando su gabán de montero, se vistió el traje de seda y oro que su hermano había dejado abandonado sobre su lecho de paja. Cuando estuvo completamente vestido, se ci?ó la espada, y apareció un caballero gentil, si bien atezado, de manos memb
sobrevesta se veía un jubón de manga estrecha ci?endo los brazos, y un pantalón de seda encarnado aparecía en la extremidad de las piernas, ce?idas en su pri
ido á veces por el chirrido de alguna carreta que acompa?aba algún hombre con paso lento y forzado, ó por los pasos acompasados de alguna ronda de archeros. Los archeros
rrumpir de nuevo el silencio; era una voz dulce, simpática, melancólica; canta
res tan hermosa como las aldeas de mi país; no
a niebla; las caba?as de mi país se recortan sob
ombrío como un cementerio; mi
oronada! tú no eres tan hermos
sus últimas vibraciones. Hacía algún tiempo que h
una llevaba un lío en la mano, y era joven; la otra una lámpara de hierro, y era vieja. La vieja cerró; la joven se deslizó por la sol
uera del subterráneo, y e
s de distancia, y el leve rumor de los pasos de la muje
an James, sin duda reparó en que la seguían, puesto que se detuvo á la entrada de
guntó la ni?a con
rabajosamente Dik, mientras su sangre circulab
y Ricardo la sintió asida de su cuello, sintió los latidos de
ik!
abeza sobre el pecho del joven,
cemente; no es en mis brazos donde d
contestó la joven llora
deci
stoy c
arnos una ronda. Necesitamos hablar despacio, y es preciso que me cond
io de lad
n extra?eza Dik: ?qué tiene
ra el baile que da esta noche Juan-
bie
be, porque es buena, y la he contado mis penas. E
l primer movimiento de entrambos fué mirarse, sin pensar en inquirir la causa de aquel resplandor: la joven era hermosísima, y en sus ojos, gran
on tristeza Ketti,
cio, d
dos trompeteros y un heraldo á caballo. Dik y Ketti se ocultaron en el dintel de una casa, y obse
e el nombrado Dik, montero contra los edictos en los cotos reales de Dinden-Wood, acusado de desacato á su gracia el rey, ha burlado la persecución de los archeros y se
za de un montero está harto pagada
da, sin sospechar que asía del brazo
s archeros se apartaron con respeto al ver el rico atavío de
umpida un momento por aquel incidente.
asaba con otros, y cuya voz era igual en un todo á la de J
una voz que hizo estremecer á Ketti
oz de Ad
por una estrecha y larga tra
on otra calle en
mos? preguntó
la se veía el reflejo de las luces de un zaguán; era la única casa en
al
eneros, con el blasón de su due?o al pecho, y agrupados alrededor de una gran chimenea, bebiendo, riendo y murmurando. Un esclavo etíope estaba á guisa de centinela apoyado en el din
de va m
armas, contestó Ketti, que se había
rmas, monteros y palafreneros, que se levantaron descubriéndose en se?al de respeto, y
ticos, subir una escalera, atravesar un largo y descubierto cor
sala de arm
inó y se alejó.
ficie de arneses, lorigas, espadas, hachas de armas y mazas de hierro, que componían las numerosas manoplas colgadas irregularmente entre los góticos calados de los muros; las ojivas recargadas de grandes florones, estaban confundidas en la
mo si despertase de un letargo; había oído pronunciar su nombre á una voz d
oyó que decía aquella voz: Ve por él, K
rminó aquella observación, á la
dijo una voz junto á Dik, al mismo t
dió al ver el semblante de Dik, que hasta entonces había
? Gracias á Dios que o
iab tartamudeó
stas palabras. Por lo que veo, sois un gran se?or, y lo
damente y llamó con la mano á la puerta, que se abrió como obedeciendo á un resorte. U
á ataviando para el festín de Whitehall, y es imposible verla. Luego a?adi
con Ketti la costurera: mi se?ora la
e haber dejado pasar á Dik, que se adelantó, cerró la puerta dejando plantado
grueso del muro, y se halló en un peque?o retre