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La esposa que intentó borrar

La esposa que intentó borrar

Autor: Gavin
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Capítulo 1 

Palabras:2085    |    Actualizado en: 03/12/2025

hematoma cerebral borrara todos mis recuerdos. Llamé a mi es

ron y me pusieron en un pedestal giratorio como una instalación de arte en vivo para su amante, Bery

te «concepto artístico» de Beryl, hizo que sus hombres me arrastraran a un hospital y

cando por mi vida mientras me sostenían al borde de un acantilado. Él estaba con ella. «Deja de h

memoria, con un nuevo nombre y un hombre amable llam

tra fiesta de compromiso. Y lo vi entre la multitud, con los ojos desorbitados por la incredul

ítu

de A

guna parte. Una ola de frío me recorrió. No solo por el invierno de la Ciudad de México, sino por el miedo rastrero que se había convertido en mi compañero

ágenes de la resonancia magnética brillaban en la pantalla detrás de él, un mapa borroso de mi cerebro. Señaló un área peque

nte para un golpe en mi cerebro. De una caída, había dicho, cu

té, mi voz apenas un susurro.

tasa actual de expansión, tienes unas dos semanas antes de que pierdas todos tus rec

abitación giró. Sentí un sabor frío y metálico en la boca. El pánico arañó mi garganta

fono se sentía como un peso de plomo en mi mano. Necesitaba a Damián. Necesitaba su voz, su calma. Él era mi roc

re. Dos

mpaciente. «¿Está todo bien? Est

as lágrimas ya corrían por mi rostro

r agudo y punzante. Siempre hacía esto cuando estaba ocupado. Lo s

a. Ahora. No llegues ta

así de otra manera. Él me amaba. Tenía que hacerlo. Tenía que creer eso. Me sequé la cara con el dorso de la mano, tr

te que no podía dedicarme un minuto? ¿Estaba en problemas? Mi corazón latía con una mezcla de miedo y una necesi

rillo de Polanco. Entré de prisa, escaneando a la bulliciosa multitud. Instalaciones de arte, algunas abstractas, otr

trasero.

pesada cortina de terciopelo me llamaba. Pasé detrás de ella, cerrándola. El aire estaba quieto. Demasiado quieto. Un aroma extraño y

uri

. Figuras borrosas. Un suave murmullo de voces. Intenté moverme, pero mis extremidades se sentían pesadas, desconectadas. Mi ment

ontrolable se extendió entre mis piernas, un chorro horrible. Era incontinente. En público. Mis mejillas

un pedestal. Una plataforma giratoria. Un foco me cegaba. Rostros. Cientos de ellos. Me miraban, sus ojos recorriendo mi cuerpo expuesto

voz de mujer, llena de floritu

rillo malicioso en los ojos, estaba de pie junto al pedestal. Beryl Aguirre. La infame artista

ra perfecta. «Despojada del artificio social. La vulnerabilidad completa. La instalación 'Realidad Postparto

ron con murmullos de admiración. «¡Brilla

ablar, decirles, explicar. Pero mi lengua se sentía gruesa, mis labios entumecidos. L

stro. No me miraba con preocupación, sino con una extraña aprobación, casi de propietario

endió la mano, colocando una mano en su brazo. Él se inclinó, susurrándole algo al oído que la hizo reír

desde que pasé por el sistema de casas hogar. Me había prometido un para siempre

de la plataforma, las miradas interminables. Cada músculo de mi cuerpo dolía. La droga me mantenía en una neblina,

la droga se aflojó lentamente. Mi cabeza se aclaró, lo suficiente para registrar lo

d Postparto'. Su pasado de huérfana, su desesperación por ser aceptada. Simplemente irradia esa vulnerabilidad

heló. Él. Él dij

es mi visión. Es tan absolutamente corriente. Su sufri

glado esto. Me había drogado. Me había de

nada para el comienzo de mi carrera. Pero tú... tú eres mi igual. Mi verdadera compa

s, me hizo jadear. Me llamó insípida. Simple. Un escalón. Mis

tonces?», preguntó Beryl, con u

. Además, le debo algo por todos estos años. Llámalo... compensación. Pero que sepas e

a, cada caricia tierna, cada sueño compartido... todo era una mentira. Su amor no era bar

ron. El dolor seguía ahí, un dolor sordo, pero ya no era consumidor. Era un c

ad de México. San Miguel de Allende. Un nuevo comienzo. Luego, abrí una nota en bla

Ya no era una tragedia. Una bendición. Una oportunidad para borrarlo de mi mente, así como él me había borrado de su

pedestal, ahora completamente despierta. Entrecerró los ojos. «¿Adelia? ¿Qué haces aquí?». Hizo u

aguda y exigente, cortó el aire. «¡Damián! ¡Vue

eryl. No dudó. Se dio la vuelta y se fue, sin mirar atrás. Sus pasos r

había ido. El hombre que amaba estaba muerto. Todo lo que quedaba era un extraño, un monst

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