La esposa que intentó borrar
de D
s oídos. Éramos jóvenes de nuevo, sentados en un banco del parque, compartiendo un helado. Su mano estaba en la mía
quillado de Beryl a centímetros del mío. Estaba sonriendo, sus ojos brillantes con un júbilo posesivo. Estábamos en mi cama. Me pal
ando a alguien. Adelia, creo». Se rió, un sonido burlón. «Incl
mi culpa. Por culpa de esta mujer. Una ola de rabia pura y sin adu
gruñí, mi
ó. «¿Cariño? ¿Qué pasa?».
asa! ¡Fuera de mi vida!», mi voz se elevó a un rugido. «¡Tú! ¡Tú la mataste! ¡M
as ridículo! ¡Era una huérfana patética! ¡Ella se lo buscó! ¡Sabes cómo me
mis dedos clavándose en su carne. «¡Valía mil como tú, bruja narcisista! ¡Era
¡Me estás lastimando! ¡No fue mi culpa! ¡Fueron esos
spiré, mi pecho agitándose. «No te dejaré morir tan fácilmente. Eso sería demasiado amable». Mis ojos se endurecieron, una furia fría
ky caro se alineaban en mi escritorio, rápidamente vaciadas. Los días se convirtieron en noches. Su r
mento, pero éramos felices. Nunca se quejó. Trabajó incansablemente, apoyando mi incipiente startup tecnológica, creyendo
ficó todo. ¿Y qué hice yo? La llamé corriente. La llamé aburrida. La llamé un escal
auteloso. «Sr. Wyatt, tengo unos papeles que la po
Y un informe médico. Mis ojos escanearon las palabras. Hematom
grave, dijo el doctor...». La había descartado. Le había colgado. Estaba tratando de decirme que estaba perdiendo sus recuerdos. Mis rec
ho pedazos. Había estado tratando de decírmelo. Diciéndome que se estaba perdie
del alcohol, o el entumecimiento nebuloso de las pastillas pa
egreso a la casa hogar. El lugar que Adelia tanto amaba. El lugar que había a
pasado mucho tiempo. Gracias de nuevo por todas
la mesa. Entradas familiares. Mi nombre, junto a sumas sustanciales. Y luego, en la parte inferior, una firma familiar. La de Adelia. Había estado donando
lástima lo que pasó. Una desgracia. Traer tanta vergüenza a nuestra institución. Tuvimos que cortar lazos con ella.
ersona más honorable que conocí. Sacrificó todo para
o. «Sr. Wyatt, entiendo que está de luto, pero
ó!», mi voz se quebró. «Soportó un dolor inimaginable. Fue despojada de todo. Su dignidad, su hijo,
do tanto. Y recibido tan poco. Amaba esa casa hogar. Y yo había amenazado co
a y otra vez, hasta que mis nudillos fueron pulpa sangrienta. El dolor era un zumbid
on a los traficantes. Confesaron. Y mencionaron... a Beryl Aguirre. Su asistente. Ella
asesinato calculado. Orquestado por la mujer que había elegido. La mujer que había