El Mandarín
urrió
nte para mí que aquella noche, dormido, leyendo sobre el infolio, había so?ado con una ?Tentación de la Monta?a? bajo formas familiares. Instintivamente, sin embargo, me fui preocupando de la China. Leía los telegramas de los periódicos bus
bitaron: un nombramiento de Director General, el seno amoroso de Lola, bisteks más tiernos que los de do?a Augusta. Mas tales regalos me parecían tan inaccesibles
pagado entre los labios, cuando la puerta se abrió suavemente y entreabriendo los párpados a
se?or Teodoro, del Minis
e sobre mi cama, y,
yo, ca
quean los cortesanos. Era peque?o y gordo: venerables lentes de oro r
roso, balbu
tre.... Silvestre Juliano y C.a.... Un criado servicial de vuestra excelencia.... Llegaron e
osamente en su gruesa mano un sobre replet
eramos es que nos conserve su confianza. Vuestra excelencia es en esta tierra una flor de virtud, espejo de bondad
e como el mismo oro, sa
eso, se?o
do el sobre, alzado sobre la
terdán, en letras a su favor! ?A su favor, excelentísimo se?or! ?Por casas d
brenatural, recibiendo de ella mi fuerza y sus atributos. No podía considerarme como un hombre, rebajándome con explicaciones humanas. Para no interrum
e un Dios o de un Demonio; me calcé con naturalida
caballero. Ya sé de lo que se trata. Es una cuestión de famili
endo, con el cuerpo in
na, y, asomando la cabeza, respiré e
de repente la idea de mi grandeza me llenó de satisfacción. ?Todos aquellos carruajes podrían ser míos! Ninguna de las mujeres que veía, dejaría de ofrecerme su seno desnudo, a la menor indicación de un caprichoso deseo. Todos aquelloue se consideraba libre y fuerte, mientras allá arriba, en la habitación de un cuarto piso
gocé con la imaginación, en un instante y en un solo sorbo. Mas luego una gran saciedad
es, sino para traerme, día por día, la d
la belleza moral del Universo! Se apoderó de mí una inmensa tristeza mística
Marques abrió la puerta,
n esperando
gura para respo
no c
s qu
: era la corrida vista desde un palco, después de una comida con champagne, ?y a la noche una orgía como una divina y suprema iniciación! Corrí a la mesa. Llené mi
los
ez reale
cargada de millones y saqué las
ca de la yegua y siguió
tán! Tengo letras sobre L
sirv
de lord, andaluzas desnudas, todo este sue?o e
arruaje atestado de gente a
nte la comida que se dignó servirme; y pasé esta primera noche de riqueza, bostezando sobre el lecho solitario, mientras
, reflexioné sobre el origen de mi riqueza.
mo los fragmentos del positivismo que constituían el fondo de mi filosofía, no me permitían la indignación de ?las causas primarias, de los orígen
obre el ?Banco de Inglaterra?, de mil l
n o
e respondió
ese más cómodo
dí séc
n o
a sabor de oro y una sequedad de polvo de oro en la piel de las manos; las paredes de las casas
er sobre la calle la mirada torva de mis ojos llenos de amargura. En fin, tirando el som
or la ciudad, bestializ
, de disipar oro, vino a llenar mi pecho
mal!-grité
buscando un objeto caro que comprar: joya de reina o conciencia de
de peseta! ?d
untó servilment
espondí br
con el hijo encogido en el seno,
cargados de oro, la rechazé con impaciencia, y con el
mente me hallé con el dorso curvado y el sombrero cumplimentador en la mano. Era el hábit
el lecho y me revolqué en él m
ía llevándose consigo mi primer día de opulencia.
s... ?como si quisiera saciar de una vez la sed de treinta a?os! Después, tambaleándome, entré en un lupanar. ?Qué noche! La alborada clareó detrás de las persianas y me encontré reclinad
n su palmatoria de latón. Entonces, al llegar junto a la cama, ví una cosa horrible; estirado, a través de la colcha, yacía la figura d
. Todo desapareció y sólo hallé