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Incertidumbre

Chapter 3 No.3

Word Count: 2870    |    Released on: 06/12/2017

ejo obrero inválido, cuya mujer, como no tenía hijos, aceptó gozosa la misión de cuidar al chico. Instalado así en familia, en una peque?a casita a orillas del M

, hasta entonces incrédulo y rebelde. Un sentimiento de inmensa gratitud hacia su bienhechor, lo invadió;

e dormía en pl

n lo había recomendado a todos los jefes de sección, y como el chico

d en que se hallaba no le valió de excusa ante el se?or Aubry, que lo despidió. Desde

e a los ni?os. Por segunda vez, el se?o

él mismo, en la escuela austera de la labor ruda. Lo hizo pasar por todos los ramos de la industria cristalera; al propio tiempo lo puso en condiciones de completar su instrucción, a fin de que se convirtiera en un químico bastante práctico para auxiliarlo en sus experimentos, así como

se quedaba solo entregado a sí mismo. Nadie conoció tan bien como el peque?o operario los pasajes secretos ni los rincones del gran establecimiento. Allí estaba en su casa, era due?o de ir donde mejor le pareciera, examinando todo, interesándose por t

de admirar las gruesas y peque?as puertas, que daban, al parecer, sobre el infierno, y nada para él igualaba la destreza del obrero que soplaba botellas por la extremidad de una ca?a larga, o moldeaba con hábil ademán e

ensarlo, el se?or Aubry lo envió a trabajar algunos meses en las principales cristalerías de Bohemia e Inglate

tacó; adquirió en sus viajes por el extranjero, una cierta

e su felicidad, comprendiendo haber encontrado en su camino al hombre excelente q

u patrón lo mantuvo en la vía recta, y con su temperamento laborioso no tuvo que

a leal y afectuosa del huérfano, no vaciló en admiti

e ser muy cari?osa con el joven, le dio consejos, lo obligó a vencer su t

ubry de Chanzelles, situado en la calle Vaugirard, frente al jardín del Luxemburgo. Pero el princ

obre y reflexivo en tener una ligera influencia saludable sobre el ni?o rico. En cuanto a María Teresa, demasiado peque?a para ser otra cosa que un despótico baby, era gran favorita de Juan.

aires dignos de una peque?a princesa acostumbrada a mandar y que quiere ser obedecida. Juan, se sometía, sin vacilar, a sus caprichos más fantásticos o imaginaciones más locas. Para contestar a su exigente ?se?ora,? tenía que practicar todo

s bolsillos llenos de bibelots de cristal, fabricados expresamente por él. Si, por acaso, Juan no podía salir de la fábrica, la presencia de sus primos Bertrán y Diana Gardanne no bas

oco a poco, sus buenas condiciones le atrajeron la simpatía general, y el se?or y la se?ora Aubry, habie

isposición para los negocios, obtuvo un puesto preferente en la fábrica. El se?or Aubry, que

les que no se adquieren fácilmente: cualidades de iniciativa y grandes condiciones de administrador. El joven

ba en el mundo sin preocupaciones y sin artificios. A los veintinueve a?os representaba el tipo del hombre que por el doble trabajo de sus manos y de su cerebro, llega a la plena posición de una individualidad superi

buscar fuera de él, el ideal a que todo hombre aspira, era porque lo tenía en ellas. Desde hacía muchos a?os, su pensamiento se había acostumbrado a g

na, exigía mayor expansión, los Aubry transformaron poco a poco su género de existencia; recibieron má

un principio no le chocaron; pero, como era muy observador, sintió en breve cerca de ellos un sentimiento de inferioridad que le hizo pensar. Se apercibió de que su aspecto y sus maneras, contrastaban con las de aquellos jóvenes tan seduc

sobre sí mismo y se alejó de la casa,

ocediese a su gusto, sin sospechar el sufrimiento que, de improviso, lo había embargado. ?Cómo podían conocer su pesadumbre, ellos que tenían a Juan por un hombre fuerte, resuelto, superior a las vanidades humanas?

án el dolor moral que me ahoga... ?Conocerán nunca mi corazón? ?Ah! si supieran hasta qué punto sus bondades h

el pobre joven, desalentado, exhalaba su ternura de

aquel ser de gracia y de belleza, algún otro sentimiento? Aunque Juan se hubiera transformado, ?no permanecería siendo para ella, el hombre del pueblo que debía su elevación a la generosidad del se?or de Chanzelles? Ciertamente, María Teresa no manifestaba claramente esta especie de menosprecio; pero su atavismo y su educación aristocrática, ahon

o de soberbias rosas, cuyos tallos desaparecían en un artístico vaso de cristal, en el vagón que el se?or Aubry había encargado para el viaje, c

simpl

masiado, Juan. Gr

cusase respondi

atural; yo sé que a su m

y los h

olosa, en los tiempos lejanos en que me convidaba a s

uego, María

no soy

le gustan l

ed esta rosa, que la llevará consigo todo el día, para que le r

tomó en la suya. Permanecieron un momento silenciosos, unidos por aquel débil lazo. Un estridente silbido hizo retroceder bruscamente

onía en movimiento, l

lente jove

re de gran mérito, ad

o un hermano mayor, más atento que Jaime, pero

e... Alcánzame el

del aire de convicción con que el se?or Au

mos... pero a mí me quieres más, ?cierto

tretanto, el pobre joven caminaba sin ver la gen

asta convertirme en un alucinado. ?Ella no pensaba en nada al darme por última vez la mano!... ?Pero yo, yo! ?Con tal que n

ecer tres meses sin verla, que había preferido seguir sufrien

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