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Incertidumbre

Chapter 10 No.10

Word Count: 5137    |    Released on: 06/12/2017

dimensiones de las piezas, la altura de los techos, la tranquilidad del vasto patio, donde una discreta hierba verdeab

llegada y el miércoles en que debía recibir a Martholl, le pareció largo. ?Qué

ción, tan impacientement

le la visita de Huberto. ?Cómo lo encontraría? ?Siempre enamorado a pesar de las semanas de se

entana, levantó la cortina de antiguo guipur, y

asada. Las hojas secas cubrían de manchas amarillas y oscuras la arena de los caminos. Las ni?eras adornadas con cintas de mil colores, llevaban bajo sus largas capas el dulce peso de los bebés, en tanto que las siluetas pálidas y quebradas de los viejos, paseaban sus cuerpos fatigados al tenue ardor de aquel sol de diciembre. Era un cuadro pintoresco

ximó a un espejo para contemplar el efecto de su vestido de tela roja bordada, pasó una ma

s en ese puesto d

ió como sorprendida en f

in moverse de su observatorio.-Entra

é ves

Na

ente la llegada

onces Diana se aproximó a ella, pasó un brazo alred

ebe venir el he

ía Teresa, descontenta de haberse traicionado e

venir, he ahí, estoy segura, una cosa que tú no temes que su

nes, cambiaba de sitio los bibelots, levantaba los almohadones de seda. Se aproximaba a la mesa de té, d

vez de escudri?ar la calle

ant

stria? Parece que no tardó en plan

a, y ha sido presentad

eresa s

rá maravillado

erv

tan fácilmente; es de los que gozan con todas esas pe

alguien, por el momento,

or

rspectiva todo lo qu

urmuró María Te

na consola Luis XV, un jarrón de cristal verde incrustado de

a!... Juan acaba de

se hace tu Juan? ?N

ver. Jaime fue a visitarlo, y nos escribe que lo encontró muy atareado. Ma?

esentar con alguna Gretchen; hay que ser alemana para consentir en llam

así... ?Entonces tú, para casarte, tendrás e

a convertirme en la se?ora Durand, la se?ora Dupont o la se?ora

a tener mi marido, nunca he formulado el deseo de que e

, tía!-exc

la se?ora Aubry, besando a l

queca, como siempre; pero

iscretamente. Eran dos parientas de provincia, a quienes la se?ora Aubry acogió c

a su prima, murmurand

cía que ve

la, y al mismo tiempo comprendía que esta exigencia de su emoción, era incompatible con las reglas del trato social. ?Qué extra?a naturaleza se descubría! Ella misma había calmado el ardor de los sentimientos de Huberto,

que se dieron, fue perfectamente trivial. Felizmente, Diana, viva y cordial, hizo desaparecer pronto la turbación que se había producido entre ellos. Los llevó al salón chico, bajo pret

ed pronto noticias de su corazón,

; ?lo dudaban ustedes? Marc

; ella no dudaba;

esa, realmente ofendida po

no es verd

nacer entre las dos jóvenes, Martholl,

e decir la se?orita Diana,

Fe

arecido contener más días que los otros. ?Saben ustedes que he experimentado una verdadera sensación de vacío después de haberme separado de ustedes dos? He tenido que violentarme para no volverme atrás, y de

de que se ha divertido mucho-repuso Diana

mente triste, cerrado el Casino, abandonada la playa! No conozco nada más insípido que permanecer en un centro socia

ó sus lindos ojos,

e en esa época del a?o, no es de buen tono quedarse? ?Exigen los ritos de la vida soci

su interlocutora; quedó dispensado de contesta

ómo me he aburrido cuando se fue todo el mun

Teresa.-Me gusta la soledad, la vida contemplati

ien dice usted eso

a se sonrió

gusta después de la estación de los ba?os, es esa gran calma que permite pe

mitiendo opiniones más de acuerdo con las que ella aca

o en su casa, con libros, el tiempo pasa ligero;

e que nos acompa?ase. Nos contentábamos con dar grandes paseos a pie,

nos sensible a las bellezas de la Naturaleza. Yo hubiese dado de muy buena ga

algo azoradas, por la llegada de algunas jóvenes, cuyas toilettes elegantes personifi

se?ora de Blandieres y sus hijas, manif

encuentro, s

amente esta misma ma?ana, yo le decía a mamá, que formaba su lista de invitados pa

o se i

a usted, por su amab

ad, y el registro de su voz se man

da. De todos mis amigos, es usted quien baila me

a risue?a capaz de seducir a los más recalcitrant

usted me hace; pero no podré quedarme hasta el co

dio!-murmuró el

acompa?ando su frase con una ale

no se divierte más, y si en nuestra casa usted cosecha tesoros de al

contentó

i usted emplea armas que

to de una amazona mutilada-observó Diana, indicando con un gesto el bus

no han ido ustedes al bosq

?ana, y Jaime no llegará de Vi

nida todas las ma?anas, en busc

hora v

asta demasiado tarde. Hay gentes que no pueden decidirse a volver a

los que entraba era recibido con exclamaciones alegres. María Teresa y Diana pasaban y volvían a pasar entre todos, ofreciendo tazas de chocol

oda inocencia, Max Plate

a armonía viva-dijo, mientras s

o, todo en la joven era delicado. El timbre de su voz algo velada, acentuaba más el encanto armo

cada era la expresión indefinible y casi sobrenatural que el vigor y la elevación de sus pensamient

ses que volaban en torno suyo. Apenas si, de t

pronto en una

uí y todavía no se le h

a su trovador

Platel, avanzando hacia el cí

se?ora d'Ornay, y miró curiosamente a su alrededor;

io ejecutor, amigo mío! ?Q

linda persona que cubierta de terciopelo y

pongo, pues, en contacto con lo que me rodea. Es una precaución, para mí, indispensable; ciertos muebles me son tan antipáticos, que

?volveré a verlo?-preguntó la se?ora

r que el lujo justificado por la sensación del arte; está el arte mismo. Pero nunca temí una desilusión; an

rmullo de

e interesarse por sí mismo, y María Teresa continuaba circulando en medio de esta

esonaban en su corazón como golpes de martillo. Su primo Bertrán, provocado por la se?ora de Blandieres, que dirigía la conversación, con la autoridad que le daba su nombre, frecuentemente citado en los ecos del

nvitación con que había sido honrado para asistir a una fie

ornado la cabeza a este hijo de ricos burgueses, que ahora sentía un verdadero sufrimiento al contemplar la simplicidad de sus

mundo, porque uno se encuentra en una sociedad exc

de menosprecio con

nde todas las clases están

dizos. Tenemos que hacer nuestro propio duelo; no hay sitio más que para los mercaderes enriquecidos. Antes, nadie era recibido en ninguna parte si ejercía el comercio. ?Por desgracia, todo ha cambiado! El dine

le la se?ora de Blandieres, protestando en nombre de todas las

ios, farmacéuticos, industriales más o menos bien educados, etc... Es triste, porque desaparece la tradición de la exquisita cortesía francesa que, en otro tiempo, nos se?alaba a los ojos de la Europa atenta y encantada. Se comprende: ?qué figura quieren ustedes que haga toda esa gente salida, la mayor parte, de una trastienda? No aportan a las reuniones sociales más que

dezco y lo admiro, porque supongo que a fuerza de labor usted ha adquirido esa compostura necesaria, para

go la conversación recuperó su curso tranquilo, en tanto que María Teresa sentía aumentar su malestar moral. ?Por qué Martholl sentía tales cosas? ?C

despertada por el alboroto de las despedidas. Promesas de volver a verse pronto, apretones de manos, actitudes coquetas, gra

momento para acerca

; ?cuándo volveré a verla? ?Puedo

e su corazón, hizo, sonriendo, un signo de cabeza afirmativo, y le tendió la mano, la p

edó solitario y silencioso. Solamente los perfumes que flotaban

lado del fuego, volviose de pronto y vio a su

estar muy fatigada de tus conversaciones

mamá, esto

mía-dijo la se?ora Aubry con ternura.-No he quer

pasa en mi corazón, que muy pocas

saberlas, sin embargo... ?

, madre q

bi

qu

e, querida mía; ?sabes

y me agradan mucho las galanterías que me dice. Esto es todo, por el momento.. Yo esperaba, al volverlo a ver, algo que no ha sucedido... grandes impresion

una consideración fútil. El se?or Martholl parece una excelente persona, es de buena familia, reúne todas las condiciones deseables; comprendo, pues, que te guste, y si

acer nada! El Club tiene demasiada mala influencia sobre los hombres

su mujer y a su hija, una sonrisa iluminó su rostro. María

ardes, pa

ardes, amiga mía. ?Y bien! ?qué t

mos tenido la visita

cho que tiene sus motivos... ?Se conserva sie

y bien a Huberto Martholl, y ?no tengo razó

nalidad del se?or Martholl, no será seguramente por ese lado por el que miraré... ?Ah! preveo que esto sucederá dentro de poco tiempo

stó en una poltrona; luego, al cabo de a

de patrón y de obrero. Este diablo de Juan, demorándose en venir, me recarga la tarea. E

, amigo mío? Haces mal e

mania. Además-a?adió sonriendo el se?or Aubry,-hago cuestión de amor propio el pasarme sin

a Aubry,-pero es posible que te hayas acostumbrado a tr

sobrepasado al maestro; hoy, dirige todo, te lo aseguro; en est

siasmo, pa

s el alma de la fábrica

miraba atentamente la cara de su marido, e

te encuentro algo cansado desde ha

la comida me confortará; no v

tuosamente el brazo de su mujer y la mano de su h

esa, hij

er a ver a Huberto, y en el placer mezclado de angustia que había experimentado al encontrarlo siempre encantador, enamorado, amable, ?pero tan frívolo!... Por turno se presentaron a su imaginación las caras amigas de las Blandieres, de Platel, de la se?ora

or aquella disposición de espíritu de Huberto. ?Por qué hablaba con tanto desprecio de cosas respetables y nobles? Si la amaba, verdaderamente, debía haber comprendido cuánto esta manera de pensar lo alejaba de ella. Su padre ?no era el tipo perfecto de

como Huberto, no prefiera el hombre formado por su propio mérito al ?inútil,? cuyo ún

y dejó volar su fantasía recordando las manifestacio

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