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Incertidumbre

Chapter 8 No.8

Word Count: 4800    |    Released on: 06/12/2017

de las flores. Ante la belleza del día, todas sus preocupaciones se disiparon. No pensó más que en vestirse rápidamente, no sin escoger el más rosado de sus t

do su costumbre María Teresa

r, María Teresa dejó caer su peinador a sus pies y apareció delicada y flexible. Algo molestada por las miradas asestadas sobre ella, se lanzó ágilmente al encuen

ro robusto con quien no tuviera que temer ningún peligro. Este protector ?quién sería?... Huberto, sin duda, pues... ?Pero le inspiraba bastante confianza?... ?Con su auxilio podría desafiar peligros?... Unirse para gozar de la vida cuando se es joven y rico, poco significa. El alma del hombre más indolente puede ser atra

ir a la balsa, desde donde quería tirarse, se había roto una u?a. Su preocupación por este incidente le impedía desplegar su ama

nte le vino a la mente la idea de que si no había quizá en él temple para hacer un héro

erraza del Casino para pasearse; Hu

movimientos cuyo ritmo es, a mi juicio, la revelación del carácter. Las personas vulgares conservan siempre una actitud vulgar; se conoce la distinción de una mujer en su manera de andar. Observe usted a la se?orita Diana, a las jovencitas de Blandieres, y lo mismo a la linda Mabel d'

excusada de contestar porque en e

habrá hecho olvidar su promesa de acompa?arme en bicicleta hasta la granja Dutot, donde encontraremos a lo

ido hoy que la ayudemos en ciertos arreglos de la casa que tienen que estar concluidos antes de nuestra partida, y no quisiera s

ó al joven en las garras de Alicia que quería

es, Diana, contrariada por haber p

en bicicleta? Tía se habría pasado

n mamá. Y además, no me gusta mucho corr

, eres tú quien ha tenido más éxito. Martholl era el punto de mira de todas las jóvenes que han pasado la estación aquí. Cada una de nosotras esperaba conquistarlo, ?es tan chic! Realza el tener un flirt de esa calidad. No sé si es inteligente-a?adió Diana, que no habi

hablando, en tanto que María

duidades del se?or Martholl. Pero Alicia con su habitual modestia, creyendo siempre, cuando hay un joven en nuestra sociedad, que lo seduce con su encanto, se hacía ilusiones y esperaba que s

Diana! Alicia puede hacer lo que quiera para

ás hermoso ejemplar de los nuevos flirts que han aparecido en este verano. Digo esto, pues en mi concepto, sabes, se contentará con el flirt. Huberto Martholl no me hace el efecto de un se?or decidido a casarse con una joven sin fortuna, y dudo mucho que las de Blandieres tengan ni sombra

ha de la peque?a malignidad que había insinuado a su prima, se p

la joven se apercibía de la envidia de su prima y de su solicitud en decirle cosas desagradables bajo el falso aspecto de cordialidad. Pero como Diana, aunque algo mayo

en su corazón una emoción angustiosa. Pero no, Diana se equivocaba; Huberto, desde la noche que les fue presentado en el Casino, pareció conquistado; María Teresa recordaba que la había mirado con insistencia e invitado para todos los valses. No podía conocer ya la cifra de su dote... ?quién lo habría informado? ?Por qué entonces suponer que su admiración se fundaba en cálculos interesados? ?Por qué no creer más bien que Dian

Diana quería hacerle creer que la preferencia marcada de Huberto, la dejaba profundamente indiferente. En realidad, sentía despec

. La atendían de buena gana, pero si sus amigas se ponían a su lado, no la miraban más. De ahí que María Teresa encontrase plenamente excusable el descontento de aquella alma poco dispuesta a regocijarse del éxito de sus compa?eras. Confortada por estas reflexiones, la joven consideró que era una tontería a

raza. Las dos se sentían incómodas. María Teresa demostraba, a pesar suyo, alguna frialdad, y Diana fa

ita; Diana se levantó, curiosa, y vo

n está ahí! ?Martholl mismo! ?Ha dejad

procuraba aquel peque?o triunfo, y como el joven se ac

ir a vernos! Mi madre t

ontrario, excla

a usted en la granja, Dutot, prisionero

ado la tarde bajo los manzanos; pero, en verdad, no sé nada. Diré que me preocupo muy poco de ello. La se?orita Alicia ha querido obligarme a seguirla por entre el polvo de los

hasco de su amiga esperando en vano, en su lindo traje

ue Alicia estará furiosa, si le ha

arsa perfectamente dispuesto a desempe?ar el primer papel. Sin embargo, si me guardase rencor, no oc

bió el curso de

r a mamá que u

ejaba, Diana interrogó

ento, no se extiende a todas las jóvenes que ha conocido en esta estación y

ta de usted o de su prima. Guardaré un recuerdo precioso de mi permanencia entre ustedes, y esto me hace deplorar, se lo aseguro, la necesidad que tengo de dejarlas. Voy ahora a confiarle mi deseo. Espero que la se?ora

eclaración, cuando la se?ora Aubry de Chan

venir a vernos-dijo, ten

aigo hoy. Vengo a manifestarles mi gran satisfacción por

e marcha

ondesa Husson misma, me pide que no demore más. Los Husson son buenos y antiguos amigos de mi familia. Se caza en su propiedad de Valremont; no tiene hijos y me consider

calmado, vuelvo a encontrar al Etretat de antes, el de la época lejana en que yo venía aquí siendo joven. ?Qué diferencia! La playa estaba tranquila y solitaria; no se encontraba en ella más que pescadores,

tica constante de los ejercicios físicos. En el siglo último era un pueblo anémico; hoy figura entre los primeros, desde el punto de vista de la energía y de la resistencia; esta

ara la juventud. Sabía que usted era un fanátic

en efecto, les consagro u

como usted cree. Algunas veces, le aseguro, no pedirán sino ser menos sedentarios, pero no pueden hacerlo. Están obligados a trabajar para g

una ocupación si lo desease. En el día estoy apasionado del automovilismo. He encargado una máquina peque?a, práctica y ele

mucho a estas novedades; la tracción eléctrica, el vapor y el p

Seríamos muy antigua

lo seré siem

ía levantado p

coles, de cuatro a siete. Espero que usted nos demo

jóvenes que, en Etretat, habían tomado la costumbre de

haría pagar caro semejante proceder. La se?orita de Gardanne preveía complacientemente todo el

rítmico, levantando con mano flexible su vestido de lana gris pálido. Este gesto incon

uisieran guardar su secreto entre sus largas pesta?as, la nariz fina y vibrante, la boca de labios rojos algo gruesos y bien dibujados

Diana fuese más habladora, y la alameda infinitamente más larga. Era un dilettante en materia de vivir. Se

azón otra huella que el recuerdo de un placer momentáneo. En la ternura formada por sacrificios, abnegación, consagración, en el amor serio, en fin, él no creía. Y, sin embargo, todos los sentimientos que en otro tiempo habría calificado implacablemente de sensiblería, hacían presa en él ahora. Encontraba exquisito

sus actitudes, tomó una después de otra las manos de las dos primas, las

uras!-murmuró Diana cuan

brusc

que tengo que probarme un vesti

tando el camino a tr

itivo le había causado a ella también alguna pena. Se sintió turbada y un poco triste al

caminar a alguien detrás de ella. Maquinalmente se dio vuelta y n

Us

ana que desaparecía tras de los pinos, y no he podido resistir el deseo de verla a usted una

ero lo er

en el fondo... ?Si

Ta

deal de la mujer so?ada por todo hombre deseoso de ver reunidos el encanto, l

su enumeración... Vea que me río p

. Si usted supiera hasta qué punto me hace feliz ese rubor, esa risa

eer... he querido d

l, a d'Ornay; no hay ahí motivo para ruborizarse; pero yo

a mí me habría gustado que

r qué no rete

exigente respecto a d

?Me permite usted decírselas, puest

a en el rostro de María Teresa desap

. vivos. La gran intimidad en que acabamos de vivir todos, podría enga?arlo sob

é dice u

atracción, muy real, sin duda, pero cuyas bases son todav

: el de volverla a encontrar. Y no solamente para continuar una relación agradable, sino porque la adoro. ?No se

escucharé... ?Quién sabe también si el paseo que va

az! Los sentimientos que abrigo pa

acia de ellas, se lo ruego. No es la hora ni el sitio de decírmelas-se ap

no de María Teresa entre las suyas. ?Reconozca que es un poco duro! ?Puedo, a lo

, mamá lo ha

dispuesta a acceder a mi petición!-murmuró Huberto apoyando sus labios

ra, y, sonriendo, pasó su brazo bajo el del joven y lo c

elementales de la hospitalidad. Pero es en interés de su estómago. Es tarde y no

o; si no, no me voy... estoy decidido, y la noche

sonrió, y

y pronto,

voz tan suave, que llenaron de esperanza a Huberto. Se alejó

s pilares de piedra de la verja, sigui

ensación era causada por el que caminaba allá, o por el encanto sugestivo del crepúscu

radas de María Teresa; después, su silueta se desvaneció, lejana, entre el

que sentía por la declaración oída, se avivaba por el hecho de que quien la había pronunciado poseía una sonrisa seductora y u

usta!-

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