Tristán o el pesimismo
lancas. En la pared enjalbegada de la casa, encima del amplio corredor con rejas de madera se abría un ventanillo que daba acceso al palomar. Las palomas ni por un instante so?aron con acercarse a
ezado, varonil, de bigote gris. Giró sus ojos recelosos, inspeccionó minuciosamente los contornos y s
no sin cierto estremecimiento nervioso que corrió por todo su cuerpo, se preparó a dar el gran salto. Grande era, en efecto; enorme. Sólo un bandido avezado a correrías peligrosas tuviera la audacia de intentarlo. Después de algunas vacilaciones lanzose al espacio, logró tocar con las u?as la tabla, y presto se encaramó sobre ella. Y sin pérdida de tiempo se introdujo en el palomar. ?Desdichado! La traición le acechaba. Apenas pu
to una pata-exclamó con
los ojos negros, los cabellos crespos y comenzando a blanquear; fisonomía ab
menino...! ?pobr
se le acercase y le dirigió
allero con acento que distaba mucho de sonar co
iso reconocerle la herida; pero el pobre an
iablo!-profirió en e
on un canasto en las manos guarnecido en el fondo por un cojín de lana. Tomó al gato con infinitas precauciones y lo depositó sobre él. Luego, sacando del bolsillo un paquete de vendas, se puso a liarle la pierna rota con la delicadeza de un cirujano. El gato le dejaba hacer como
s, los techos con las vigas al descubierto. Los muebles eran viejos, macizos, lustrosos; en las alcobas c
a estos mayidos con otros obscuros sonidos guturales que expresaban remordimiento. Al fin, no pudiendo resistir más tiempo la vista de aquella tragedia dolorosa, giró sobre los talones y salió de la estancia. Recorrió algunas otras desi
a de paredes blancas y balcones de madera estaba allí solamente como un recuerdo de familia. A su lado, apartado treinta o cuarenta pasos, se alzaba un moderno y suntuoso hotel que bien pudiera denominarse palacio. Gran escalinata de mármol, montera de piz
inieron a posarse sobre él transformándole en informe estatua de nieve. Reynoso no recibió aquella
, quitad
molino y sacudiendo puntapiés a un l
on nuevamente al tejado. Algunas más zalameras que persistieron en querer picotearle la cabez
heras y dirigiéndose a un m
de las diez para ir a buscar a
glorieta con enredadera de madreselva y pasionaria. En el fondo y en uno de los ángulos, adosada al alto muro que lo cercaba, estaba la casita del jardinero. Reynoso, sin pasar delante de ella como tenía por costumbre, quiso abrir la puerta de madera que c
-preguntó fing
los chicos, una ni?a y un ni?o de
ada
oso se inclinó para besarla. Mas he aquí que cuando lo estaba h
aballero alzándose bruscamente y
i?a reía: sus carcajadas sonaban frescas y
..! ?Al ladrón!-
illo un caramelo, se lo
uena, toma. A e
o, comenzó a volver sob
?a mí
lo has
o!
a querer descoyuntársela, y ense?aba las
te esa cara y esa
Reynoso no pudo menos de soltar la carcajada. El ni?o comenzó a llorar perdidamente. Entonces su hermanita se brindó con maternal solicitud a lavarle. Le llevó al estanque, le restregó la cara haciéndole pasar sucesi
ver. Después que se hartó de besar a los chicos salió del parque en una felicísima disposición de ánimo, prueba i
de ser espesura sombría, impenetrable, y se transformaba en monte ralo de olmos y encinas por cuyos grandes claros pastaban algunas vacas negras y bravas con sus chotillos al lado. El pastor le salió al encuentro. Llevose la mano a su sombrerote de fieltro y le informó con rostro alegre de que aquella misma madrugada una de las vacas había parido. El propietario se acercó con satisfacción también a la vaca que lamía al tierno chotillo, echado debajo de ella, dejando escapar débiles mugidos de amor y de orgullo. Después emprend
illo, lo aspiró con voluptuosida
ana, ?verdad, mi se?or?-d
ndro, es salsero. ?N
mbién, muy majo; pero m
le de aquellos campos, grave, prudente, sentencioso. En pos de él otros tres zagalones que le ayudaban, y más tarde el pastor de las vacas
aún. El cierzo y la escarcha no les ha dejado crecer; pero unos cuantos días como este bastarán par
o quemado, eslabón y pedernal. Bastaría con que uno encendiese; pero se hubiesen juzgado desairados si no se mostrase claramente que eran poseedores de todos los medios conducentes a producir el fuego. Chocaron los eslabones contra los pedernales, saltaron las chi
rce el hocico, en cosa de ocho días levantarán los tr
notables palabras penetrasen lenta y profundamente en su
que se sabe. ?Sabes tú, por un si acaso,
ecir, tí
?se sabe o
bre el del zagalón que tanto se había aventurado en su discurso. Pero haciendo al cabo terribles esfuerzos para leva
tío Leandro...
có el viejo pastor con un
tarse ya. La sabiduría del tío Leandro cayó sobre él y le dejó sepultado por siempre. La paz y el silencio debidos a
las vacas se le ocurre resu
os palmos... pero que han de crecer ?
abriendo una boca de oreja a or
disponía a disparar una de sus granadas formidables para reducir al si
levantando súbito la cab
a se?orita Clara. Bien temprani
enó, dilatándose con una
ica! ?Qu
el sitio en que habían sonado los d
boda, mi amo?-se atr
-respondió amablem
ó la mano solemnemente
elo y ya le gustaba montar a caballo como ahora. Una tarde la bestia se le espantó y se metió ala adentro por una charca. La madre (que en gloria esté) gritaba. Sólo yo, que estaba cerca, la oí; me planto en dos saltos a la orilla, me echo al agua, y cuando ya and
!-?Pues bueno fuera!
las nobles palabr
nca donde tanto dinero tiene enterrado cuando se concluya el palacio que está
que nuestro amo no se va de buena gana, porque aquí bien
levantando vivamente la cabez
lido y balbució
tengo oíd
ntó el caballero afectando calm
más cerrado que un cerrojo! ?No
ramente. Reynoso un po
asta ahora no ha hecho más que vivir con arreglo a su clase; pero aunque gastase todo el lujo que puede o
lería salvo el alma que es de Dios y no de él...! Es que cavilo que si tarda un cuarto de hora más en nac
ro caballero se serenó por completo. Despidiose afectuosamente y caminó de nuevo la vuelta de su casa sin volver la cabeza atrás. Si la hubiese vuelto habría visto con c
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