Tristán o el pesimismo
la noche anterior, lo que está arreglado se desarregla y lo que está hecho se deshace, Visita recordaba en efecto haberlas pronunciado hablando con el marqués del Lago. Estas palabras se referían
ue pudiera haber incurrido en un error. Por otra parte comprendía el da?o que tal precipitación podía ocasionarle
ntimo del elegido de su corazón y se esforzó en mostrarse locuaz y afectuosa. Elena, en cambio, prevenida contra él, lo acogió con toda la gravedad de que era susceptible su temperamento infantil y bullicioso. De suerte que equilibrándose por el esfuerzo ambas naturalezas vinieron a producir resultados análogos. Mas no se pasó mucho tiempo sin que la distinta condición de ambas recobrase sus derechos. La char
nador formado de columnas de granito a modo de templete griego. Estaban las columnas en pie, pero el techo había desaparecido. Don Germán, que tenía instinto artístico, no quiso restaurar ninguna de las ruinas que la pesadumbre del tiempo había causado en las construcciones de los frailes y todos los hombres de gusto se lo aplaudían. Los restos de la abadía, de la iglesia, de los cenadores y los muros estaban cubiertos
y Nú?ez, Cirilo y Visita, el marquesito del Lago, su hermana la condesa de Pe?arrubia que se hallaba pasando unos días en el Escorial con su madre, Escudero y su hija Araceli, Narciso Luna, muy popular en el mundo elegante y disipado de Madrid, amigo íntimo de la condesa de Pe?arrubia, Gonzalito Ruiz Díaz, primogénito de los duques del
Pe?a. Aquél era ingenioso y culto como ya sabemos; éste un hombre vulgar que suplía a menudo el ingenio con la desvergüenza. Imposible saber los a?os que tenía: lo mismo podía ser un joven de treinta a?os envejecido qu
n cuadro de usted, Nú?ez-dijo la condesa de
, condesa?-exclamó aquél co
d decir?-replicó
pasos y me encuentro con un se?or mi conocido que me estrecha la mano efusivamente. Al cabo de un instante se echa un poco hacia atrás y exclama con acento rudo y campechano:-?Hombre, hace muchísimo tiempo que no veo ningún cuadro de usted!-El a?o pasado pinté uno para la Exposición de Bellas Artes-contes
a, dejando ver el oro de algu
estúpido que fiscalizar el trabajo de los artistas. Alegrémonos del resultado
ta. Fisonomía bastante ajada, aunque no desprovista de b
función en virtud de la división del trabajo se le exige un esfuerzo sin tregua. El industrial debe ocuparse noche y día en la fabricación de sus productos, el militar no debe perder de vista jamás la espada, el abogandesa-, he oído decir que el que
ice en la Biblia, sino un goce. Y razonan del modo siguiente: ?Si no trabajásemos nos aburriríamos. Luego el trabajo no es una maldición, sino una bendición.? La conc
y el médico me obliga a sudar en la cama-dijo Narciso Lun
, porque la vida, para la casi totalidad de los humanos, oscila siempre entre la pen
l mundo es una comedia muy interesante. El único defecto que
rosa a la condesa.-Mientras uno es joven una mujer de veinticinco a?os le hace feliz. Cua
as del Real-Saludo al oído de su
-. ?No has oído que Marcela Pe?
as. La de Pe?arrubia, que sospechó que ella era la causa, les clavó una larga y fría
eresante. Me parece que es o una tragedia espeluznante o un sainete no siempre gracioso. En el primer caso debemos retirarnos temprano del tea
feliz celebramos hoy, qué piensa de la vida?
sosegamos hasta que logramos otra vez llenarlo? No lo sé, pero estoy persuadido de que apenas hay ningún hombre a quien Dios no haya proporcionado en algún momento de su vida los medios necesarios para una existencia segura y tranquila, pero son muy pocos los que saben aprovecharlos. Nos entregan los vientos encerrados en
as palabras, y poniéndose serio,
stáculos, la envidia, la calumnia, la hipocresía o la miseria, se ostenta de un modo violento y trágico unas veces, otras de suave resignación o de amarga ironía. Cuando por un conjunto de circunstancias
ría sea patrimonio de los que no alcanzamos ciertas alturas. Pero creo que tenemos derecho a p
na de Tristán con su amigo y pariente Cirilo. Visita se la había contado en secreto a Elena y ésta también en secreto a él. Con tal motivo nuestro caballero empezó a sentirse inquieto por la
obsequiada en este día y nadie se ocupa de mí para nada. Si no
do eso atendía a la plática y no perdía la ocasión de mostrarse ingenioso, incisivo y dominar a los demás por su donaire. Abandonada la filosofía, se había entrado en el terreno de las personalidades. Se trajo a cuento los defectos, las manías y ridiculeces de las pe
el y tanta injuria. Hubo un instante en que no pudo más y encarándose
, de los que están ausentes. ?Acaso los que estamos aquí no tenemos ninguno? ?Por qué no los
ante aquel exabrupto, pero repon
e?orita, sería
s que están ausentes
ellas manos de usted y sólo le pido que no me haga de
e por primera vez venía a la casa; pero ella, tan dócil generalmente a sus observaciones y hasta a sus reprensiones, esta
a marquesa viuda del Lago. Era ésta una anciana de elevada estatura, los cabellos enteramente blancos, la faz dolorida y los ojo
as de Araceli hallaron inmediatamente digno objetivo en la persona del joven marqués. Araceli le dirigía las miradas más incendiarias y explosivas de su variado repertorio, le adulaba, le mimaba, le aturdía con el ruido de su charla insinuante, hacía, en suma, esfuerzos prodigiosos por acapararle y hacerle suyo con exclusión del resto de la sociedad. Pero el joven marqués no entendía lo que aquello significaba, se aburría, y más de una vez se le escapó para preguntar a Narciso Luna si no pensaba ir este a?o a álava a cazar codornices y si éstas eran tan gordas como
o existía motivo alguno para temer ni para sospechar que aquel ni?o pensase en sustituirle. Existía en el fondo, no hay que dudarlo, un acuerdo entre las naturalezas de ambos. Aquellos dos cu
largo por medio de ancho. Estaba circundada por peque?as lomas cubiertas de jara y maleza, donde se albergaban las aves acuáticas, emigradoras, que al cruzar de Norte a Sur o de Sur a Norte descendían allí para reposarse y para ser tiroteadas por la gentil hermana de Reynoso. Había comprado éste do
, aunque no es aventurado el pensar que brotó en el cerebro malicioso de algún joven madrile?o de los que gustan pescar, no en laguna tranquila, sino en río revuelto. Porque este género de excursiones es venero inagotable de riqueza para los mocitos aprovechados. Pero es indudable que fue acogida con entusiasmo y llevada a la práctica con energí
az y la cortesía llana y tranquila de aquel hombre respetable. Clara, entusiasta de los ejercicios físicos y muy especialmente de la equitación, insinuó a Tristán la idea de hacer el viaje a caballo. Aceptó aquél, porque había aprendido este arte aunque no lo practicaba mucho. Se pus
ierto en que iba-. No ri?as nunca con Clara, porque pr
fisonomía, tan dulce, tan humilde, tan plácida, formaba contraste sin
mbre era la esposa de Reynoso. ?Cuánto rió, cuánto chilló, cuántas travesuras hizo aquella linda criatura! Gustavo Nú?ez no se apartaba de ella, sirviéndola de espolique y fiel escudero, porque caminaba a pie como la mayoría de los hombres, mientras las damas iban sentadas sobre los clásicos borriquitos. Con audacia creciente el pintor cambiaba con ella palabras y bromas no siempre respetuosas; la
quien sostenía que sólo se hallaba en primero. De todos modos, nadie dejaba de asignarle alguno de estos grados confortables. Era un ser apacible y transparente o por lo menos traslúcido, como si estuviera fabricado de porcelana de Sevres, que vivía, sonreía y tosía. Araceli procuró acercar su borriquito al que él montaba y no tardó en trabar animada conversación, todo lo an
a usted tan a la orilla que ese animal puede resbalar y caer en la cuneta. ?Ve
nfianza del primogénito del Real-Saludo. No s
llí echó pie a tierra la caravana y se dispuso a descansar un rato y luego a restaurarse con el contenido de las fiambreras. La juventud se disem
tunidad, al menos en lo tocante a sus relaciones con los novios. A Tristán le supo malísimamente aquella reunión y apenas pudo disimular su disgusto. Clara, que se daba cuenta de ello, tampoco pudo menos de turbarse y ponerse un poco encarnada. Siguieron el paseo hablando poco y de
Nanín, ya tengo ba
gos íntimos. Este diminutivo en los labios de su prometida hacía da?o a Tristán. Había estado muchas veces
za en voz baja.-Llámale marqués o Fernando, p
ro unos instantes y lue
so a traerle una linda
osa! Hasta ahora no h
stán volvió a apoderarse de ella y, haciéndose el distraído, la arrojó otra vez al suelo. Cuando al cabo de algunos instantes llegó por tercera vez el marqués con una nueva ofrenda, no pudo menos de advertir que sus lindas flores az
Marcela Pe?arrubia no pertenecía a ninguna de las tres categorías. Su esfera de dominación no salía del noble recinto de la poesía. Sus aristocráticas amigas sabían que nada lograba halagarla más que pedirle el recitado de alguna composición romántica y se lo pedían por darle gusto, aunque ellas no lo sintiesen muy vivo. Cómo arraigaran tales aficiones románticas en una mujer que arrastraba una vida prosaica con ribetes de escandalosa, entre aprietos y trampas, en relación constante con las prenderas y l
seguida de una risa más maliciosa aún. Quedose seria y mal impresionada y levantándose bruscamente se reunió a otras personas. Poco después le acometieron deseos de espaciarse por el campo y sin ser notada se apartó de los excursionistas y se introdujo por el bosqu
aquellos parajes solitarios. El bosque se estremeció de júbilo, las flores se dieron prisa a exhalar de una vez sus aromas más delicados, los pájaros agitados p
bía parado a escucharle, convulso, enfervorizado, agotaba todo el repertorio de sus arpegios y florituras en su honor. Pero he aquí que al salir de uno de estos éxtasis idílicos y ponerse de nuevo en marcha acierta a ver delante de sí... ?Qué? ?Qué es lo que había visto? ?Por qué se pone pálida como la cera y deja escapar de su garganta un grito? Nada menos que la figura odiosa, espantable, bárbara del paisano Barragán. En cualquier paraje de la tierra el rostro de este hombre era muy apto para
o recogiendo florecitas del suelo. Al oír el grito de Elena levantó la
ed por aquí, Elenita? ?Y no t
ada, sin poder responder una palabra. Hizo e
Pero si usted caminase por algunos de América ya podría usted ir con m
o hacia Elena. Esta se puso más pálida aún y s
usted e
umir el pobre hombre que no eran sus palabras sino su rostro lo que la asustaba-. Aquí no hay peligr
a. Elena volvió a exclama
usted e
nte la cabeza se puso a
Clara! ?Tris
ado de aquel susto y acercán
ta! ?Si estoy aquí yo! Además
?Tristá
nita, si es
aquélla la calma y disimulando la causa de su turbación para no herir al amigo de su marido, contó que había visto un
intor se desternillaba de risa y no dejó de hacer comentarios muy sabrosos, consiguiendo con ello ponerla de buen humor. En realidad, Barragán había lo
siete y media. Todo fue ruido, júbilo y algazara antes que las damas se acomodasen en sus borriquitos. Los jóvenes se apresuraron a ayudarlas; pero lo hicieron con tal ardor que
laba ya sentada en su cabalgadura, tuvo el insolente la audacia increíble de pellizcarla una pierna. Elena, arrebatada de cólera, le dio un puntapié en
eso?-dijeron varios ac
a se?ora alzó la cabeza y me dio un golp
as los demás mostraban su disgusto con f
ión no ha llegado la sangre al río, porq
raba aún con ojos centelleantes de ira. Gracias a que los demás estaban vuel
o, porque la dama no volvió a separarse un instante de la condesa de Pe?arrubia, con quien trabó conversació
s pe?as. Hicieron un alto, y algunos bebieron leche que los pastores orde?aron a su vista. Poco después llegaron a lo más encumbrado, dando vista a Zarzalejo. Desde aquel sitio elevado se divisaba la gran llanura ondulante que se extiende delante del Escor
. Clara y Tristán sintieron deseo de proseguir el viaje a caballo y ganar el Sotillo al través de las trochas que surcan las llanuras. Estaban seguros de llegar allá antes
s mozos y se abalanzaron a los coches, produciendo disturbios y curiosidad
lado de Elena, pero no logró más que experimentar un claro y do
usted ese sitio; quiero
s que habían asistido a la fiesta. Los que habitaban en el pueblo se apearon del tren; los que vivían en Madrid se quedaron en él, uniéndose a ellos lo
vo Nú?ez asomado a la ventanilla les vio alejarse en esta forma para montar en el landau que les aguardaba. En los oj
allos al paso conversaban animadamente. A solas con su amada, Tristán recuperó la tranquilidad que la presencia de
te?-dijo Clara que veía con cierta inquiet
os a galopar un poco cuand
ación y arrobo por la campi?a
ermoso está esto! ?Qu
rillo sangriento de alguna amapola o la nota delicada de los azules chupamieles. Las figuras de algunos labriegos que atravesaban las trochas se destacaban con admirable pureza. Por entre los trigos corría un perro de caza del cual se divisaba solamente su cola, agitada con movimiento vertiginoso; alguna vez aparecía su cabecita de color canela. El sol moribundo, con resplandores rojizos, espa
er venido por estos sitio
on ojos brillante
esmaltadas de florecitas blancas, amarillas, rojas. Por entre estos macizos de florecitas silvestres asom
solemne, que sólo interrumpía la sonoridad de sus pasos, el leve resoplido de los caballos. Los cascos de éstos al pisar las yerbas arom
ue corramos un
ese cielo que aquí parece un rubí y allí una amatista transparentes, mira esa llanura tan caprichosamente manchada con todos los matices del verde y del gualdo, mira la masa informe de esa sierra envuelta en neblina azulada. ?No r
eces le había oído aplaudir con tal e
de aquella finca. Antes de salvarlo por un puentecillo de madera, Tristán propuso apearse y descansar un poco. Clara se resistió
, verdad? Cinco minu
de invierno cuando venía rugiente, amenazador, no bastaba a encauzarlo. Sus orillas en fuerte declive estaban tapizadas de tan menudo c
arrados. Tristán se mostraba por momento
una inquietud deliciosa, muy lejana de esa otra dolorosa y amarga que tantas veces me acomete; es una inquietud que corre por mis venas como un bálsamo, que me oprime el corazón dulcemente y me hace dichoso. Estos árboles,
ntro de poco?-preguntó ella in
po que falta quisie
nco traje de novia, quiero pensar en mis zapatos, en mis camisas, en mis gorros, quiero sacar de su estuche las joyas, quier
a frescura virginal en que se ba?a tu pura naturaleza, que soplases en mi corazón el aliento de tu caridad inagotable. Aborrezco a los hombres y quisiera amarlos, quisiera amarlos co
ras-, no temas; yo no soy un ángel, pero sabré guardar y respetar los sentimiento
na bella mano fría, tersa, maciza, de virgen
haciendo ademán de alzarse-. Se v
l beso de adiós de ese s
a y enviaba uno a uno sus rayos de púrpura con sonrisa mel
sol se ha ido. ?
canta encima de nosotros. Si yo tuviese su voz y su inspiración, herm
y poniéndose en pie-, po
or los cabellos, dejemos que nos acaricie blandamente. ?Quién sabe si en pos de esta tan dulc
sujetaba la falda
án, arriba!-rep
s ay
n ellas para alzarse, ?qué iba a hacer Tristán sino
al galope para salvar los tres kilómetros
puelas. Ellos, con el corazón henchido aún por la suavidad que aquellos instantes felices habían dejado en él, sonreían vagamente, aspiraban con deleite el ali
etido su casco en la madriguera de un conejo, y c
!-gritó la joven a
el conocimiento y yacía debajo de la ca
ogró arrancarlo de aquella situación. El caba
corro!-gritó d
los contornos y sólo el campo
uró echando una
es de sangre; palpó sus brazos y sus piernas, pero no pudo cerciorarse si se
o hacia casa hasta encontrar a alguna persona que le socorriese? Apenas brotó esta idea en su mente aturd
nte, Tristán pareció volver en s
ientes? ?Tienes dolores?-le g
llevó la man
siento algún dolor-murmuró c
quedemos esperando
signo negativo
scar socorro? ?Pu
signo af
aca y la puso a un galope furioso. El animal, como si comprendiese
ntro. El valeroso esfuerzo de la joven se disipó a su
tán está herido más ac