Tristán o el pesimismo
que fueron llamados por teléfono vinieron prontamente y le hicieron la reducción no sin agudos dolores. El enfermo quedó tranquilo, durmió y amaneció sin fiebre al día sigu
cho; iba a ser su hermano próximamente y n
ermaneció postrado. Todos querían hacerle compa?ía, todos querían agasajarle envolviéndole en una a
ios, Tristán aprovechó aquellos instantes para repetir a su amada la admiración y l
ni oí más suave las notas del ruise?or, jamás sentí mi cuerpo tan vigoroso y mi espíritu más lúcido. Pero ?ay! el hombre es siempre un ni?o que persigue
Ya que Dios ha permitido que salvaras de este peligro en que fácilmente pudi
u prometida, la apretó ti
querida mía, se h
pocos días estarás sano... Yo te quiero mucho más que antes porque al verte caer comprendí de una vez hasta dónde habías en
istán brillaro
.? ?Es d
ayer-respondió
le aconsejaban no demorar la boda hasta octubre y realizarla en cuanto fuera posible. Todos en l
na vez esos malditos celos!-
s que de caza y lo que con ella se relacionase, pero el obcecado Tristán hallaba en estas conversaciones un sentido misterioso. Cuando el marquesito, por ejemplo, pedía noticias a Clara de las garzas, se imaginaba que el amor salía volando de sus pala
ogida que Elena le hizo fue desconcertante; pero el pintor tenía la cara dura, no se dio por enterado y tan bien se las arregló con su charla graciosa, insinuante, que al cabo logró hacerla sonreír. No tardó en tomar parte en la conversación y mostrarse como siempre locuaz, traviesa y un poco aturdida. A los pocos días volvieron a encontrarse y Elena mostró desde luego que había olvidado su atroz insolencia. Gustavo, arrepentido de ella, se presentaba respetuoso,
laro, sofocante, abrasador. La familia de Escudero había ido la noche anterior a dormir en casa
to. La novia se presentó pálida y sonriente con su traje blanco y su corona de azahar, debajo de la cual saltaban juguetones los rizos de sus cabellos negros. Hubo mucha admiración para ella, pero también quedó algo para Tristán, cuya
Tristán se acercó a su amigo Nú
la de San Pablo que nos acaban d
discreta y exclamó poniénd
San Pablo te has de meter
de tan endiablado rostro como el paisano. Alguno había en la comitiva que hubiera preferido viajar con un lobo. Pero Nú?ez no sentía aprensión alguna: al contrario, había simpatizado mucho con él y le estudiaba atentame
s no permitieron el paso a los pensamientos ultramundanos que ahora soplaban lúgubremente por su cerebro vacío. Sumergido toda su vida en el golfo de los intereses materiales, trabajando, comerciando, lucrándose y no tratando más que con hombres que hacían lo mismo, no se le press de silencio dijo el
Nú?ez, estaba pensando en que este a
-respondió Nú?ez com
confesarle a usted que aquellos vestidos dorados de los curas, aquel doblarse y levantarse, aquellas vue
a risue?o-afirmó el pintor c
?or Nú?ez, ?piensa us
mpo no se convierten en papilla y si se asan no se transforman en carbón... Pero, en cuanto al cielo, lo concibo admirablemente. Es un sitio encantado, con b
éndose pronto serio exclamó
xiste, ?quién
hado-replicó Nú?ez asomando la cabeza por la ventanil
el cerebro de Barragán daba terribles vueltas en el
urioso! Yo daría cinco mil duros p
s dedicadas a averiguar esas cosas. Y hasta me figuro que si llevase una ca
otros que habían descargado. Elena estaba asomada ya a u
o usted, Nú?ez?-le p
eta, Elena, no me obli
ice pronto lo averiguaré-re
o, Elenita: ha venido
la cabeza rien
champagne y otro río aún más caudaloso de brindis en prosa y verso. Los desdichados novios quedaron por más de una hora sumergidos entre
e pasó un brazo por la cintura y
o ha sido para mi siempre la que hoy es tu esposa. Mi cari?o y mi vigilancia han protegido sin descansar jamás su inocencia. No llevas una dama elegante, distinguida, espiritual para brillar en los salones, pero sí una esposa noble y tierna que te acompa?ará fielmente en la carrera de la vida, que compartirá tus penas y tus alegrí
necido por aquellas pal
ón. Velaré sobre Clara como si fuese un tesoro que me fuese encomendado, un
etándole la mano fuertemente-. Ya somos hermanos, y puesto que el par
con creces su apretón-. No olvidaré jamás tu
rodeaban al marquesito del Lago y con él parecían divertirse. Este muchacho, de excelente natural, dócil, modesto y respetuoso siempre, tenía el defecto de beber más de lo conveniente en todos los banquetes y festejos a que asistía. Se le había metido sin duda en l
ntro del grupo en que se hallaba apartó a las damas
e un abrazo (y le abrazó en efecto)... Me parece, amigo Aldama, que en
a las damas. A Tristán
do bien el latín y las matemáticas llegaría a casarme con una mujer tan
d a tiempo-man
sarme con
rieron a c
bién-. Eso ya no puede ser mientras yo esté vivo, pero aplicá
permitirá...? Pues bien, su novia es muy guapa, es guapísima..., yo no he
os ojos un poco extraviados hacía gui?os m
sí, me lo permite usted... Pues bien, amigo Aldama, usted es muy sabio, tiene m
d demasiado amable-profirió T
ted demasiado tristón para ella... Esa ni?a merecía
cir en el novio, comprendieron que aquel chico se estaba volviendo asaz insolente. Se apresuraron, pues, a cortar la convers
de viaje, hacía ya para él los últimos preparativo
stores y los guardas que piden por favor
ió Clara apresurándose a baja
otes de fieltro en la mano. El tío Leandro, el hombre más grave y sentenc
r detrás de los chaparros y las matas sonaban los tiros que disparaba la se?orita, cuando oíamos su voz llamando a los perros, al que más y al que menos de nosotros le bailaba el corazón dentro del pecho como si quisiera salir a su encuentro. Y cuando la veíamos aparecer entre los árboles más galana y más fresca que una azucena de mayo, no hubo nunca un luce
izada estas nobles
racias todos. Jamás les olvidaré y
se a un cri
s. Quiero que ustedes beban una copa y fume
de orgullo y ternura a la vez que mostraban bien cl
la misma desposada lo escanció y lo sirvió a sus servidores. El tío Leand
an alegres que suenan en el café y dentro de las casas, podremos decir: ?Gracias a nuestra ama hemos sentido también dentro del cuerpo esa descarga.? Bendita sea la mano que sabe dar cosas tan buenas y que no arrepa
idas y los ojos brillantes de entusiasmo todos la colman de bendiciones, todos piden al cielo dicha interminable para la caritativa se?orita. Las mujeres más at
se despide, sube por la escalerilla y todavía desde lo
as palabras y les ordena que cada uno por su lado se dirijan a la puerta sin llamar la atención de los convidados. Así lo hacen, pero cuand
juntarlas tan iguales. Pero ahora este soberbio tiro causaba la admiración de los transeúntes, cuando enjaezado a la calesera con madro?os verdes entraba por las cal
istán volvió los ojos hacia su esposa y le clavó una larga mirada de amor apasionado y tierno. Ella bajó la suya. El joven le tomó una de sus manos, la llevó a los labios y en voz queda comenzó a cantarle al oído el himno del amo
lor del día se preparaba con gozo a refrescarse. La muchedumbre discurría por las aceras. Ya no se veían aquellos rostros rojos y fruncidos que pasan rápidos en el centro del día buscando sombra. Ahora se dilataban gozosos
de dos horas los criados, la cocinera, las dos doncellas y el criado. En cuanto divis
fresco y dar una vuelta por casa de sus tíos y ver a los ni?os, pues aquéllos con Araceli no vendrían del Sotillo hasta la ma?ana siguiente. La primera doncella se opuso: los se?oritos habían madrugado; luego el viaje no tenía más remedio que haberles fatigado; debían acostarse temprano. ?Qué iban a hacer sino someterse? Pero en aquel instante sonó el timbre de la puerta. Un joven que traía un bulto debajo del brazo quería verles. Era García, el peludo García, que dejando su bulto sobre una silla corrió a abrazar a Tristán y a dar la mano a Clara. No pudo conseguir aquél que fuese a su boda y no insistió mucho en la invitación por delicadeza, comprendiendo que el motivo de rehusar era el no poseer traje adecuado. No había podido venir antes porque tenía u
un solo pormenor. ?-Alvarez, que es muy largo, muy sutil me dice:-?Cree el se?or García que Cervantes escribió con pureza el idioma castellano?-Yo que le vi venir en seguida le respondo: Distingamos: ?Qué entiende el se?or Alvarez p
respuestas victoriosas y el efecto que ellas habían producido en el tribunal. Valera se había
larmente Alvarez, el infecto Alvarez no reparaba en valerse de los medios más reprobados, más odiosos. A un miembro del tribunal carlista muy exaltado le había dicho que era
aprobando con el gesto, dejando escapar frases de conmiseración y sacudiendo la cabeza indignada contra sus enemigos, sobre todo contra Alvarez, el infecto Alvarez
balcón. García entendió al fin y se dispuso a marcharse. Tomó el sombrero, volvió a abrazar efusivamente a Tristán, apretó con
i se descompone no tienes más que avisarm
espondió Tristán sin pod
ornó al comedor
adísimo es est
lara-. Yo le encuentr
no tiene las p
sa mil respetuosas atenciones. Pero de pronto, mirando un primoroso vaso de agua que había sobre la mesa de noche, se quedó serio. Aquel servicio de cristal era regalo
preguntó con af
spondió
antes de silencio. Tristán
za para despertarme de todo sue?o dichoso, de toda dulce ilusión. Ese vaso me recuerda que hace pocas horas también se hallaba mi espír
uesito!-interrump
e dolor... Unos ojos que me miran agresivos, impudentes, una faz congestionada por el alcohol, una lengua estropajosa que me suelta algunas insolencias rayanas
brio como dices, ?qué podí
Ese ni?o está enamorado de ti y a mí me odia; es lógico. Ignoro si ha dado algún paso para obtener tu amor y desbaratar nuestra unión, aunque lo presumo. P
e más que en tu imaginación: nadie lo ha echado de ver en la casa más que tú. Pero aunque así fuese, n
rada fija en el suelo permaneció algunos minutos inmóvil, abstraído. Clara le c
urmuró al cabo como si
ió ella con voz angustiada que pa
ú ningún aliento haya osado ese c
aban eran la salsa de las relaciones amorosas, aunque yo jamás quise creerlo. Pero ahora no somos libres y la sombra de cualquier sospecha que se interp
ón una peque?a inclinación, una leve simpatía germen de amor hacia otro hombre. ?Pero no puedo! La duda se me ofrece siempre como un fantasma delante de los ojos
e además de la tristeza se pintaba la
ien! ?es
ra-. ?Te está pesando de haberte casado conmigo, verdad...?
contigo, pero sí el que me des a e
io. Al cabo Tristán comenzó a de
apenas nos hubo saludado fue a reunirse contigo. Y comenzasteis a hablar en voz baja y a reíros mientras yo tenía la vista clavada sobre vosotros. Y com
diciendo?-gritó ell
tigo y nunca había estado más alegre y más enamorado que aquella noche. Frente a nosotros había un espejo. Cuando una vez se me ocurre levantar los ojos hacia é
lamar la joven con ace
s al rostro profirió
ndo? ?Esto no es verdad, est
alzándose bruscamente comenzó a pasear con agitación p
de la imaginación estas escenas, pero ellas no quieren huir. Si por alguno
a tristeza profunda, infinita, contagiado por las lágrimas de su esposa, comenzó igualmente a llorar. Pronto se alzó otra vez; volvi
a les sorprendieron todavía llorand