La Herencia de Alba
pte
erlo con mis propios ojos y no a través de los ajenos con las percepciones llenas de prejuicios. Me decanté por un vestido que combinaba la gasa con la seda en tonos dorados que resaltaban el leve moreno de la tez y de los brazos adquirido durante las sesiones matutinas en la playa, a pesar del sombrero. No bastaba con evitar el sol, la propia brisa tostaba. Aunque mi madre pusiera el grito en el c
e en cuanto entré en el salón-. Haz el favor de cuidar el cutis
pena discutir por algo que sabía, a
-repetí con la voz c
un año desde la muerte de Raúl. Debes so
recimos juntos. Yo le transmitía las enseñanzas de doña Amparo, le confiaba mis lecturas, comentábamos las noticias y la política. Luego, se marchó a la universidad para estudiar leyes. Quería ser juez, como su tío. Mis padres, al principio, no apoyaban
caballeros que están buscando espo
nero? -contes
ria -reprendió
que me endulce la vida. ¿Me pueden explicar por qué tengo que c
vir sola? Dejemos esta conversación que no conduce a ninguna par
oy un desastre, ¿qué le
enterrado en el fango. Serás la heredera
anía de la casa de la abuela, empleamos el landó. Mis padres estaban decididos a apabullar a la pobre anciana millonaria con un gran despliegue de medi
or la mano -refunfuñó
zó mi madre-. Tú eres su hijo, no dejará la fortuna en manos de un extraño
inero. Mi madre, a v
re se puede imputar la herencia bajo la
e escándalo, de temor y de decencia. El edificio se hallaba al inicio de una pronunciada cuesta que conducía hacia el Hotel Real. Las casas eran escasas por el impedimento del desnivel, pero ya se veían varias construcciones en marcha. Alcé la mirada hacia la fachada. Era irregular a causa del terreno inclinado descrito.
patio un Hispano Suiza, aparcado en un lateral de la ca
é con la intención d
codiciosa, aunque mi padre
a moda modernista ni se adecuara al art decó que pregonaban las revistas francesas. En el salón, destacaban los clásicos sillones tapizados con cretonas alegres y los ligeros visillos crema que cubrían los altos ventanales. Me sentí cómoda y no en un escenario para las visitas, como el salón de nuestra casa: con lo más costoso y el último grito en tendencia. El tío Leonardo llenaba con sus carnes uno de los sillones, los primos Leo y Ruth compartían uno de los sofás, enfrente del otro que ocupaban la tía María Ángeles y una mujer mayor, erguida, pelo cano, pie
cate -exigi
-Me incliné y deposité un beso
cuando eras muy pequeña. ¿Te
s padres en sus cartas? ¿
ias por s
zó una sonrisa para acompañar las palabras-. Ya que estamos todos, nos tra
ha de la abuela y mi madre a la izquierda, acaparando los flancos y acotando el territorio más cercano a la anciana; luego, el tío Leonardo y la tía María Ángeles fren