La Herencia de Alba
pte
olengo y esmerada educación en las formas sociales. Había aportado al matrimonio el título del marquesado de Lucientes. Mi padre, como era habitual en él, se hallaba en el vagón restaurante, perdido entre el humo de los habanos y las sucesivas copas mientras debatía con otros caballeros aburridos.
¿Cómo te las apañas para
madre resultaba incomprensible que yo fuera carne de su carne y no hubi
legar y salir de
gió instintivamente, pues había renuncia
, geografía, literatura e historia, me introdujo en el maravilloso mundo de las reivindicaciones femeninas; por supuesto, a espaldas de mis padres. Era una mujer muy culta y con conocimiento de idiomas, así que seguía los avances de las mujeres en la lucha por s
ia: erguida, con movimientos pausados y mirada al frente, como si nada de lo que la rodeara despertara su interés. Por el contrario, yo movía la cabeza en todas las direcciones, empapándome de los detalles, de los vestidos,
ara indicarle la carreta que ha alquilado para transportar los baúles. Se
cudido a recogerlos; otros, con una pequeña maleta, caminaban deprisa hacia el exterior. El rigor y la eti
sculpe mi
y los carruajes se concentraban y se afanaban por aproximarse a la puerta de la est
allero a la vez que me cogía de l
encillo y ligero faetón, frenó a nuestro
ed bien? -
l puesto que era obvio que, a pesar de m
gra
frenté a una mirada verde. Se trataba de un hombr
uien a recogerla? -Se p
ramos a que nuestro mayordomo re
ños viajara con sus padres y me ruboricé. Sin
nción si no qui
obedecer, me quedé paralizada contemplando cómo subía al faetón y se acomodaba. Vestía un terno de lino de buen sastre que le sentaba muy bien
a -me aprem
nto junto a la ventana para contemplar las calles, las casas y el mar durante el re
la naturaleza indomable sobre los acantilados. Se respir
ntó mi padre-. Basilio me ha dicho que ha llegado una
abrá vendido el ingenio con todo el di
ma. De ahí las pr
edad
nta y
a a la muerte de la abuela. Más dinero para dilapidar, para vivir sin restricciones, para presumir ante los demás. Con la mirada
ulta muy cansado buscar una de alquiler todos los veranos. Este año, si no ll
ver qué sucede y cuáles
ás in
¿Has olvidado la últi
te beneficioso -constató mi madre
-reconoció mi padre con un dejo de amargura, má
gía. No te angusties -animó mi madre, pero a mí
a, como si brotara de la tierra por arte de magia, aunque, por lo que había leído en la prensa, esa idea se acercaba bastante a lo que estaba sucediendo con el precio del azúcar. Lo llamaban la «danza de los millones». Me refugié en el paisaje y en mis planes de independencia, que llevaba adelante con el sigilo de un furtivo. Si sospecharan en lo que ocupaba mi tiempo,
ó mi padre asomad
dre con un mohín de disgusto-. Y n
l asunto de la casa -claudicó
de Lucientes, se deshizo en una
a dos aguas. Estaba claro que el viejo conde de Valdemoro veraneaba en Santander antes de que rey Alfonso XIII descubriera la ciudad y sus encantos. Las paredes rezumaban humedad y la oscuridad, a