La Herencia de Alba
pte
e sobre la tosquedad de doña Brígida, quien, además, rebosaba salud y energía. Los platos caribeños como la ropavieja, el pollo frito y la piña se sucedieron servidos por tres criadas que se movían perfectamente sincronizadas. Algo que, sin duda, sabría apreciar el ojo crítico de mi madre. La conversación se distendía a medida que avanzaban los platos. Los mayores soltaron la lengua en cuanto se
ón para estar más cómodos, toma
satisfactoriamente y de haber superado la tirantez in
ios extremeños? Imagino que, una vez terminada la guerra, h
testó el interpe
r o por tierra? -insistió la ab
e en Cuba. Mi trabajo es la supervisión y las relaciones comerciales por lo que debo permanecer en Madrid y no al fre
tó la abuela sin a
idad laboral de su marido, la tía María Ángeles estir
. Ahora que ha vendido las propiedades de Cuba, ¿qué va a hacer? Se abur
a decisión tan desatinada, justo cuando
ortuna y, finalmente, el ingenio porque ha sido el más rentable, con diferencia, en estos años de conflicto con la desaparición de la remolacha. Me ha costado dejar atrás recuerdos de toda una vida de lucha, sinsabores, quebraderos de cabeza y de felicidad, pero
onveniente. -Se adelantó mi p
o -concedió el tío Leo
de alg
ía escapado el mohín de
a responder agobiada an
ay un pero -ins
rta confianza para que se conocieran -respondió la tía María Ángeles por ella-. Apro
hayan aceptado dar ese paso. Los jóvenes compartirán la casa y las comidas conmigo, pero pueden seguir adel
, inesperadamente, la abuel
queráis, no voy a ausentarme durante el verano. Creo que ser
erta principal que el ma
callados, cada uno sumido en sus propias reflexiones. Yo me preguntaba cómo influiría en mi vida una abuela tan peculiar
je -constató mi padre-. ¿D
dejes en evidencia. Revisaré la ropa y compraremos lo que sea necesario. Sospecho que Ruth desplegará todas sus ar
, aunque mis pensamientos discurrían por otras rutas. Me interesaba la abuela como mujer llena de contradicciones, con una vida difíci
s la comprende mejor que yo; sin embargo... -Me miró especulativamente, como si cayera en la cuenta de algo que no se le había ocurrido antes. Deseé que no me incluyera en sus ideas-. Deberás esforzarte y mostrarte agradable a mi madre -concluyó. Había tomado una determin
e la traición, el caballo de Troya; sin embargo, de momento, no me quedaba otra opción que ser peón en el tablero de ajedrez. ¿Era eso? ¿Un juego? ¿Una guerra? Para ambas era necesaria una estrategia y para trazar una estrategia había que conocer a los contendientes. El conocimiento