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El Abate Constanín

El Abate Constanín

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Chapter 1 No.1

Word Count: 5398    |    Released on: 06/12/2017

del sol de mediodía. Más de treinta a?os habían transcurrido desde que el abate Constantín era cura de

a de entrada, que se apoyaba alta y maciza sobre dos enormes pilares de viejas piedras ennegrecidas y ro

. m. tendría lugar, en la sala de audiencia del Tribunal civil de S

canales, parque de ciento cincuenta hectáreas, todo cercado de pared y a

onne, trescientas hectáreas.

oscientas cincuenta hectáreas.

cuatrocientas cincuenta hectáreas. Base par

ie del aviso, daban la respetable suma

a hijos, en la familia de Longueval. El aviso anunciaba también que después de la venta provisional de los cuatro lotes, habría derecho a r

los tres nietos de la Marquesa: Pedro, Elena y Camila. Tuvieron que sacar a remate la propiedad, porque Elena y Camila eran menore

ra el castillo de Longueval tendría un

lla fue quien reconstruyó la iglesia, ella quien mantenía la botica del presbiterio a cargo de Paulina, la sirvienta del cura, ella quien, dos veces por seman

ba también en sus buenos hábitos de treinta a?os bruscamente interrumpidos. Todos los jueves y domingos comía en el castillo. Cómo l

i mamá llenará toda, toda la iglesia de flores... más que para el m

la misa mayor, y todas las tardes, durante el mes de María, la se?orita Hebert, la lectora de madama de Longueval, tocaba el peque?o armonium regalado por la Marquesa. Hoy el pobre armonium no acompa?aba ya la voz de los chantres, ni los cánticos de los ni?os. La se?or

más allá, elevábanse los altos bosques de la Mionne. ?Dividida!... ?la propiedad iba a ser dividida! Tal pensamiento desgarraba el corazón del pobre sacerdote. Para él, todo ésto, hacía treinta a?os que era un conjunto, formaba un solo cuer

firmes y bien formados; este a?o

sus praderas. En una palabra, por todas las cosas de su vida, por todos sus

l anciano sacerdote se había demorado en sus visitas a los pobres y enfermos, cuando el sol tocaba a su ocaso y el abate sentíase fatigado y con apetito, deteníase, comía en casa de Bernardo un buen plato de tocino con papas, vaciaba su jarro

Las mujeres tienen religión por los hombres. Ellas nos harán abrir la puerta del Pa

ay? Pero ?verdad

s estaréis allí! en la puerta espiando a vuestros parroquianos y seguiréis ocupándoos de nuestros

s San

s de la se?ora Marquesa, muy buena persona. Pertenecía al concejo municipal, y votó por que conservaran a las hermanas que querían echar de la escuela.? Esto conmoverá a San Pedro, que responderá: ?Bueno, entonces

a renta y uno o dos tenientes. Siempre había rehusado. El adoraba su peque?a iglesia, su peque?a aldea, su microscópico presbiterio. Allí estaba solo, tranquilo, hacía todo é

ndo el cura subía la escalera para podar sus perales y sus parras, por encima de la pared divisaba

egaria por la salvación de aquellos de sus muertos que más lo inquietaban, y

umba de su viejo amigo, el doctor Reynaud, muerto en sus brazos en 1871, y ?en qué circunstancias! El doctor era como Ber

d, ?dónde estaría? Luego recordaba la noble vida del médico de aldea, toda d

quizá lo haya hecho pasar un momento por el purgatorio... por f

e la Marquesa, para conocer el resultado de la venta, para saber quiénes eran los nuevos propietarios de Longueval; quedábale todavía un kilómetr

cura, se

l muro, formaba un terrado. Levantando la cabeza, el

e?or cura?-preg

al Tribunal,

rnac vendrá después de la venta

stantín subi

ación, con M. de Lavardens, uno de los hombres más seductores y espirituales de aquel tiempo. El no la amaba y se casaba sólo por necesidad: había devorado hasta el último céntimo de su patrimonio, y hacía dos o tr

con sus halagos y cari?os. El continuó su vida antigua, que por cierto era bastante desordenada. Así pasaron quince a?os de eterno martirio, soportado por madama de

e. Sin estar seriamente comprometida, la fortuna de madama de Lavardens había disminuido considerablemente. Con tal motivo, la Condesa ve

n y a todo trabajo. Desesperó en poco tiempo a los tres o cuatro profesores que en vano se esforzaron por hacerle entrar algo serio en la cabeza; p

columna expedicionaria en el desierto de Sahara, condújose valerosamente, obtuvo con mucha rapidez algunos grados, y al cabo de tres

... más tarde una amazona del circo. Ensayaba todos los tipos. Así vivía con la brillante y miserable vida de los desocupados. Pero sólo permanecía en París tres o cuatro me

que debía tomar sus

se a la vida tranquila de Lavardens: cazaba, pescaba y montaba a caballo con los oficiales del regimiento de artillería que estaba de guarnición en Souvigny. Las modistas y las g

presencia de la se?ora

s nombres de los compradores de Longueval. Estoy enteramente

rís, y yo. M. de Larnac se quedará con la Mionne; M. Gallard con el castillo y Blanche-Couronne; y yo con la Rozeraie. Os conozc

a lo lejos un carruaje env

de Larnac; con

o, corrieron al castillo y llegaron en el momen

y?-preguntó mada

ió M. de Larnac,-q

Marquesa bastante pálida

olutamente nada,

referir lo que había pasado en la

ie, rodeando a nuestros abogados para saber el nombre de los compradores. Pero M. Brazier, el juez encargado de la venta, reclama de nuevo silencio, y el ujier pone en venta los cuatro lotes reunidos por dos millones ciento cincuenta o sesenta mil francos, no recuerdo bien. Un murmullo irónico circuló por el auditorio. Por todos lados se oía decir: Nadie, ?bah, no habrá nadie! Pero el se?or Gibert, el abogado que se había sentado en primera fila, y que hasta entonces no había dado se?ales de vida, levantose tranquilamente y dijo: ?Tengo comprador para los cuatro lotes juntos en dos millones doscientos mil francos.? ?Esto fue como un rayo! Un inm

cott!-excl

?-pregunta mada

utamente! Pero he estado en un bail

.. y no la conoces! ?Qué

deliciosa, idea

te un se

zquierda, y no se divertía nada, os lo aseguro. Nos miraba a todos, y parecía decirse: ??Qué significa tanta gente? ?Qué viene a

cott?-preguntó la Condesa,

do. Desde que se pronunció su nombre, comprendí que la victoria debía ser decisiva. Gallard estaba vencido de an

illo, donde diero

pués nos contarás la historia de

que se divertían en arrojar locamente el dinero por la ventana. Esta inmensa fortuna la posee

ndig

sino decenas de millones. Poseen en alguna parte, en América creo, una mina de plata; pero una mina seria, verdadera, una mina de plata... en la cual ha

Lavardens.-?Una aventurera! Y no es nada eso toda

Qué le importaba que hubiera sido mendiga! ?Qué le importaban sus millones de millones, ella no era católica! Ya no bautizaría él a los ni?os nacidos en Longueval, y la

consternada, desolada, sólo

dos divinas herejes! Son dignas de verse las dos hermanas a caball

sepas... ese baile de que hablabas...

compa?aré a tu casa.-?Oh! no voy a casa.-?Y dónde vas?-A un baile.-?En casa de quién?-En casa de Scott, ?quieres venir conmigo?-Pero si no estoy invitado.-?Ni yo tampoco!-?Cómo, tú tampoco?-Voy en busca de uno de mis amigos.-?Y conoce a los Scott, tu amigo?-Apenas; pero lo bastante para presentarnos a los dos. Ven, pues, y verás a madama Scott.-?Bah! ya

la Condesa, se

ido mil perdones... He dicho acas

por las calles de la aldea veía al pastor del castillo detenerse ante cada

zo una entusiasta descripción del

jo chillón-interrumpi

car cuantos quisierais! Sólo los accesorios del cotillón parece que habían costado cuarenta mil francos. Alhajas, bomboneras, y mil adornos deliciosos... que rogaban a la concurrencia se los llevara. Yo no tomé nada; pero muchos otros no tenían tanto escrúpulo... Esa noche Puymartin me contó

lamó la madre de Pablo,

arganta sobre la cual se mecía un collar de brillantes, grandes como tapones de botella. Se decía que el ministro de Hacienda había vendido secretamente a madama Scott la mitad de los brillantes de la corona, y esta era la razón

Larnac, que estaba bastante disgustado, dejaba estallar con demasiada

omar el camino de Longueval; pero Pa

sta Longueval; permitidme que os lleve en carruaje. Siento mucho veros tan triste, y procu

an en dirección a la aldea. Pa

almarlo y moderarlo, de manera

las varas de un carro. Una vez que toma bien el trote, es capaz de andar cuatro leguas por hora, y siempre os lleva las riendas tirantes, no afloja. ?Mirad, mirad cómo tira, cómo tira!... ?Vamos despacio, despacio!... No estamos de prisa, ?no

mío, no he

mos el camino de

izquierda por el bosque, Pab

las cosas por su lado trágico. ?Queréis que os comunique l

ran fel

dinero... y vos lo tomaréis y haréis bien. Ya veis como no protestáis. Va a caer una lluvia de oro sobre toda la comarca... ?Un movimiento! ?un barullo! carruajes de cuatro caballos, postillones empolvados, rally-papers, paseos, bailes, fuegos artificiales... Y aquí en el bosque, en este mismo camino que llevamos, encontraré quizá a París dentro de poco. Y veré a las dos amazonas con los dos peque?os grooms de que hablaba no hace mucho. ?Si vierais qué elegantes son las dos herman

o. El carruaje había entrado en una calle bastante larga y perfectamente

d vos que tenéis mejores ojos que

Juan, reconozc

En efecto, era Juan, que, al divisar de lejos al cura y a Pablo, agitó en el aire su quepis, que ll

etenía junto al carruaje, y d

a me dijo que habíais ido a Souvigny por l

icana, ma

nche-Co

ma mada

a Roz

n madam

... ?todavía

y vamos a divertirnos en Longueval y te presentaré... Pero todo esto

, que iré a comer con vos: ya se lo previne a Paulina. Ahora no puedo

evista?-pre

asta la vista, Pablo!...

ontinuó su galope, Pablo so

acho es este Ju

h!

l mundo nada

nada

ar a Juan que se perdía ya

algo, y sois v

, y

e vosotros dos, Juan y vos. ?Esa es la pura verdad!... ?Ah! ved qué lindo ter

ició en flanco de Niniche, que come

cómo levanta las patas! ?con tanta regularidad!...

a ver cómo levantaba las patas Niniche.

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