El Abate Constanín
o, día en que debe vo
ente disipa los vapores de la ma?ana. La víspera, por la noche, el cielo estaba amen
o supersticiosa, esto le infunde esperanza y va
. Bettina lo esperaba en el muell
varias veces, Richard, dirigiénd
cuándo es e
casa
Juan R
ermana os
Bettina, me habéis escrito. Desde hace un mes, en tod
das mis
más detención que antes. No me quejo, pero os
roma, mas Bettina le
ue será m
odas habla de él. Halla allí los más mínimos detalles de su primer encuentro; el retrato de Juan en el jardín del presbiterio con su sombrer
tes. Saben que de una a dos el regimiento atravesará la aldea, y les han prometido llevarlos a ver pasar lo
ella,-tía Betty,
eremos a nuestro amigo Juan
ro no, no irá, no verá a Juan hasta la noche para la explic
s Bettina, Zuzie y Richard se sient
otras la noche de su partida? Convinimos en que si a su vuelta yo os decía: Zuzie, estoy segura
ometí. ?Pero
-continuó, sonriendo,-y hablarle, más o menos, como vos lo hicisteis con Richard. La prueba salió bien,
ingún hombre pensaba tan
ermana! ?Queréis creer, Richard, que no consigo quitarle ese temor; no comprende que ante todo quiero amar y ser amada!
ais podido s
urner estaban en Trouville; y con ayuda de ellos tramó el complot. Me hicieron almorzar con el Príncipe... mas el resultado fue desastroso. ?Aceptable! Durante las dos horas que pasé con él, me pregunté cómo habí
a través del espacio. Los tres permanecieron en silencio. Era el regimiento, era
co ser amada de otra manera, pienso que si me conociera mejor, no le causaría un ter
os lo acordamos. Sabemos, Bettina, que nun
é hacerlo
Han visto a Juan, que iba cub
n nosotros hoy, no se paró a hablarnos.
que al principio hizo un movimiento
ivertido hablar con un militar, s
tanto, al se?or Juan. Si supieras, papá, ?qué
acuerdas, Harry, de aquel gran po
én había un gato,
jaron hablando d
Scott,-todo el mundo
nto, cuando lo conozc
l terrado donde se hallaba Bettina la otra ma?ana... Juan piensa: ?si estuviera
noche partirá, a las seis, para París. Uno de los directores del ministerio
s, y el resultado de sus reflexiones es el siguie
artir... y, sin embargo, no lo hace. Mira a su alrededor... ?cuán feliz era tres meses antes, cuando salía de aquel gran patio, a caballo, en medio
o a partir al instante, y no podrá comer en el castillo; ruega a madama Scott presente sus respetos a la se?
e, después, de su padrino. Esto es lo que más le cu
ro, lo primero que hiere su vista es una carta escrita sob
hablasteis anoche? Quizá sea algo serio para mí; pero desearía ensa
neas... hasta que no puede leer
o que me quedar
nanciera es admirable, tienen más de dos mil francos en caja. Y se han cumplido los votos de Zuzie y Bettina
otras aldeas de que aquí se hace la caridad a ojos cerrados, y uno d
a llevárselos a un pobre hombre que se rompió u
nstante; ?llevaba un aire tan triste! Hace algún tiempo que el abate nota que Juan no tiene ya su alegría y buen humor de antes.
cupación de Juan
adrino-le dijo;-pues ten
ien merecía Loulou este regalo por los diez días de marcha y las veinte noches pasadas al raso. Además, desde la instalación de madama Scott en el castillo, Loulou tenía siempre varios terrones de
castellanas de Longueval.
tres cuando Juan l
tenías que hablarme
os, a entristeceros, y me entristece a
edirte!
, p
uán
.. dentro d
pero esta tarde debíamo
ott, excusándome. Me veo oblig
seg
segu
Y
Par
qué esta repenti
. Hace tiempo ya
tarte como a un ni?o; pero, en fin, tú sabes cuánto te quiero... Si tienes alguna pena, alguna con
na... mas tenéis derecho a saberlo... Voy a
miento? ?Sali
ún tiempo, por poco tiempo; pero, en fin, salir
ebo a la gracia de Dios, sentirte cerca de mí, era mi felicidad, sí, Juan, era mi mayor felicidad. ?Y te vas así? Juan, espera un poco, ten paciencia,
también os quiero...
, l
o me recogisteis y me educasteis. Mi corazón no ha cambiado, ni ca
pués de eso, todo, todo! Siempre has sido buen juez de tu deber, buen juez de tu
r su emoción.-Vale más que lo sepáis todo, vos que quedáis aq
?... ?Qui
ett
ett
ro, padrino
re hi
pesar mío, pues bien comprendéis... ?Dios mío! aquí mismo fue donde principié a amarla. ?Sabéis aquel día que llegó con su hermana?... con los paquetitos de mil francos... con los cabellos sueltos... ?y la noche d
asa de los pobres. Si la vieras en nuestras visitas por la ma?ana ?cuán cari?osa y valient
r a verla, pero no me ni
e llevaba en un carruaje abierto, lleno de juguetes para una chiquita enferma, y al dárselos para hacerla reír y
era pobre,
a, vivir cerca de ella, como ante todo es preciso que no sufras
r la cabeza entre las manos, y permaneció en s
e llegó a Longueval. ?Pues bien! ahora reflexiono, antes no me asombraba, me parecía tan natur
De
. Es extraordinaria la reunión de recuerdos que tiene lugar en mi mente desde que me has dicho eso. Mil peque?os incidentes se agrupan, se acercan... Anteayer, a las tres, volvió del
o, que busquéis to
o con ella. No habrá nadie hoy en el castillo, ni un solo invitado; mucho insistió sobre esto, y recuerdo su última frase, cuando estaba ahí en el umbral de la puerta: ?No seremos más que cinco, vos,
r eso, mi padri
creo que
también
tam
nos cincuenta pasos, me detuve, y me volví; ella no podía verme, yo estaba en completa obscuridad; pero yo la veía, que permanecía allí, inmóvil, con los hombros y los brazos desnudos bajo la lluvia, mirando hacia el lado por donde yo había partido. Quizá soy un loco al pensar qu
ornado, enteramente desorientado;-pero entonces yo no c
mpadecía de mí, me quedaría... me quedaría... sólo por tener la dicha de verla, y la amaría de lejos, sin esperanza ninguna, sólo por
ue no soy muy entendido... pero, en fin, los dos sois buenos, jóven
o, padrino,
s amado por su dinero?... Pues a pesar de su dinero, mejor. Tu conc
sí mismo no es bastante; es preciso que
os que te conocen,
de la cuestión dinero, otra cosa más seria y
ería más di
eno y no habría hablado así. Pues bien, me decía: ?Lo que necesita, es un marido que se consagre a ella completamente, un marido que no tenga más pensamiento que hacer de su existencia una perpetua fiesta, un marido, en fin, que pase su vida procurándole diversiones.? Vos me conocéis... Un marido semejante, no puedo, no debo serlo. Soy soldado y seg
sto es más serio que
pensado más que en esto... y amándola como la amo es preciso que haya pensado bien las razones, y que ellas me muestren claramente
a la chimenea, y permaneció allí abru
Que un dolor semejante caiga sobre ti..
llamaron suaveme
cuidado, Juan...
erta, la abrió y retrocedió com
l acto vio a Juan y s
.. ?Oh, cuán
a le tomó las dos manos, y d
s os he visto ayer... y a él no le veo desde hace veinte largo
an, y él no se sentía con fuerzas para hacer el
he hecho en venir! He tenido una inspiración... Sin embargo, siento algo, siento mucho enc
nos de Juan, y se vo
ero no penséis en iros, se?or Juan. Haré mi confesión públicamente, con mucho gust
po de batalla da al soldado el ardor, el heroísmo y el desprecio del peligro. La emoción
to que él no tiene valor, yo lo tendré por los dos, y marcharé sola, con la cabeza er
ora era suprema. Comprendían que iba a pasar algo decisivo, irrevocable, pero que ni uno ni otro estaban en estado de prever. Habíanse sentado dócil
si os lo dirigiera a vos mismo. He venido, pues, se?or cura, a rogaros tengáis la bondad de escucharme. Cuando vine aquí traía una buena dósis de valor; pero ya se me acaba, y quisiera deciros aún ciertas cosas... las más importantes. Juan, escuchadme bien: no quiero que me deis una respuesta arrancada a vuestra emoción. Sé que me amáis... Y si debéis casaros conmigo, no quiero que sea sólo por amor, sino también por razonamiento. Durante los quince días que precedieron vuestra partida, pusisteis tal empe?o en huir de mí, en evitar hasta la más simple conversación, que no pude mostrarme a vuestros ojos tal como soy. Y poseo, quizá, algunas cualidades que no conocéis... Sé, Juan, lo que sois vos, y sé los compromisos que contraigo tomándoos por esposo: seré para vos no sólo una mujer cari?osa y buena, sino también valiente y firme. Conozco toda vuestra vida, vuestro padrino me la ha referido; sé por qué sois soldado, y cuántos deberes y sacrificios podéis entrever en el porvenir... No lo dudéis, Juan, jamás os desviaré de ninguno de estos deberes, de ninguno de estos sacrificios. Si pudiera rese
sacerdote,-?sé su esposo... es
a tomó en sus brazos y posó
suavemente, y diri
o aún algo que pediros..
siera
esarais,
la besó paternalmente
era como vuestro hijo. Yo también, no es verdad, s
novia, atravesaba la iglesia de Longueval, mientras que colocada detrás del altar la
l peque?o armonium había desaparecido. Un órgano de resplandecientes tubos se elevaba
la bendición permaneciendo en seguida, durante algunos instantes, en oración, con los brazos ext
tocara Bettina la vez primera que entró en la peque?a igles
fue Bettina
I
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