El Abate Constanín
uerta de comunicación para la cocina; esta pieza estaba adornada con los muebles más precisos: dos viejos sillones, sei
y venían, examinando con infantil
todo es precioso aq
ofocado, azorado, estupefacto ante tan brusca y repentina invasión americana
ba,-las herejes,
, temblorosas, continuab
erfecto orden que reina en vuestra cocina! Mirad,
círoslo? ?Si supierais cuán feliz me considero por haberos encontrado tal cual sois
ncontrar un cura que no fuera ya joven, ni triste, ni severo
o a sus frases, presentándolas de una manera conveniente y complicada, pero yo no sé... y hablando francés me costaría mucho salir del paso si no dijera las cosas lisa
das estas cosas que desde hacía algunos minutos lo habían abandonado completamente.-Mis parro
or, somos
católicas!-re
na, apareciendo radiante, con los brazos levan
tal efecto con una sola palabra, y para completar el cuadro, apareció Juan traye
icas, c
origen francés y católica; por eso mi hermana y yo hablamos francés, con acento extranjero y ciertos modismos americanos, pero en fin, decimos, más o menos lo que deseam
uó Bettina,-mas para la otra co
is, se?orita-r
es l
a otra
a a Juan a las dos americanas, pero estaba aún tan conmovido, que la presentación no fue hecha en toda re
te del regimiento de artillería de g
a buscar en sus bolsas, sacando cada una un rollo de mil francos, bonitamen
estros pobres, se?or c
otro-agre
mano derecha e izquierda del anciano cura, y ést
muy pesadas; debe haber oro aquí
ellas largo tiempo, es verdad; pero este dinero lo recibía por peque?as cantidades y la sospecha de una ofrend
le daban, el cura no sabía
cias, se?ora; sois dem
iera lo bastante, Juan
se?oras acaban de d
gran emoción y agradeci
, dos mil francos
uscamente una n
rancos, dos
ad, Paulina, guardad este dinero
, tesorera. Sus manos recibieron, con respetuoso temor los dos paquetitos de
jo madama Scott,-os daré quini
é como mi
pero entonces ya no hab
yo! ?ah, yo! ?todo lo que puedo, gasto todo lo que puedo! Cuando se tiene mucho dinero, demasiado dinero, más de lo que es justo, decid, se?or cura, ?p
dose a Pau
e agua fresca, se?orita? No, nada más... un
me muero de otra cosa, me muero de hambre. Se?or cura, voy a decir algo horribl
!-dijo ma
en paz... ?No es verdad
rancos; le ofrecían mil francos mensuales! y querían comer con él; ?ah! ?esto era el colmo! el terror lo paralizaba al pensar que tendría que hacer los honores
er! ?queríais qued
rvino una
; pero comprendo lo que le inquieta... Debíamos comer los dos solos
dió Bettina,-m
giéndose a
Hemos hecho una jornada horrible, en el tren, en el carruaje, en medio del polvo, ?y con un calor! ?Nos sirvieron un almuerzo tan espantoso esta ma?ana en el hotel! y debíamos vo
mucha zalamería, y vol
, se?or cura,
ina, B
uan,-pronto, dos asien
udaros. ?Oh! ?esto me divertirá tanto! Pero, se?or
do admirar, en su exquisita perfección, un
argas cascadas sobre los hombros de Bettina, que se encontraba ante una ventana por donde penetraban los rayos del sol... y aquella luz radiante que daba de lleno sobre su cabellera de oro
die pudo impedir a Bettina que se precipit
a mesa. Preguntadle a mi hermana... ?Decid, Zuzie, c
n-respondió
o y el abrigo; y Juan gozó una vez más del muy agradable espectáculo de un cuerpo preci
l presbiterio; luego, con mucha rapidez, gracias a la sorpresa y originalidad del encuentro, gracias, sobre todo, a
s prevengo que voy a devorar. Nunca me he sentado a la mesa con tanto gusto. ?Esta comida terminará tambié
anera tan extraordinaria como imp
e ayer fue el cumplea?os de mi hermana... Pero pr
?orita,
rvidme un poco más de esta
con sus deberes de due?o de casa; por eso Juan tomaba la dirección de la modesta comida de su padrino. Llenó hasta los bordes el plato de l
en el jardín del cura la joven americana y el joven oficial, se habían dirigido la palabra po
plea?os. Mi cu?ado partió forzosamente para América hará unos ocho días, y al parti
e mi cu?ado, hasta las cinco, nada... nada. Salimos a dar una
iró con curiosidad las grandes b
or, ?usáis
se?
en la c
a, se?orita, y la arti
imiento está de
erca d
dréis a caball
Veamos ahora
a, y contáis a estos se?ores co
no se trata por el momento más que de la venta de este ca
mento que nos levantábamos de la mesa, llega un telegrama de América, dos líneas solamente: ?He hecho comprar para vos, hoy el castillo d
o a mi hermana y a mí, y mi marido, que es excelente, sabía que deseábamos con ardor poseer algunas tierras en Francia, y desde hacía seis meses buscaba, sin
o después del acceso de emoci
que es de la una es de la otra, propietarias de un castillo, sin saber dónde se encont
a de Francia, y no sin trabajo conseguimos descubrir a Souvigny. Después del atlas tomamos u
d ha sido vendida públicamente: he visto por todo el camino los grandes avisos... Mas no me he atrevido a preguntar a las personas que me han acompa?ado hoy en mi paseo, pues mi ignorancia habría parecido extraordinaria, cuánto ha costa
,-pues se agitaban muchas esperanza
! me asustáis... ?
s mil
t;-?el castillo, las granjas, e
o el precioso río que pasea por e
muchas personas nos disputa
se?
, después de la venta,
se?
.. sí... Vuestro silencio me responde; hablaron de mí. Pues bien, se?or cura, ahor
ura, que estaba sobre ascuas,-habl
rica, de poco tiempo a esta parte... una parvenue, ?no es
he oíd
diríais... y os hago desgraciado, pues debéis ser la sinceridad en persona. Mas si os
y mi padrino no sabe cómo repetírosla; pero ya que lo exigís, dijeron
Con alguna indulgencia han podido deci
h!
he tenido buena estrella hoy; creo que ya sois en cierto modo mis amigos, y que un día lo seréis verdaderamente. Pues bien,
an con extrema vivacidad
soldado, debéis tener valor; promet
s, se?ora, por
d, sin explicacion
en; lo p
ente, por sí o por no, a l
pond
yo mendigaba en las
ra, me lo
do amazona de un
an dicho
epan de dónde vengo y quién soy. Principio, pues. Pobre, sí, lo he sido, y muy pobre; hará de esto ocho a?os... Acababa de morir mi padre, siguiendo de muy cerca a mi madre. Yo contaba dieciocho a?os y Bettina nueve; quedábamos solas en el mundo, con fuertes deudas y un gran pleito. Las últimas palabras de mi padre fueron estas: ?Zuzie, no hagas ninguna transacción en el pleito, nunca, nunca, nunca, y tendréis millones, hi
uando yo ponía la
ía la misma respuesta: ?Vuestra causa es muy dudosa, tenéis adversarios ricos y temibles, se necesita dinero, mucho dinero, pa
s eso lo que pide miss Percival, padre mío, dijo con viveza Richard.-Bien lo sé, pero lo que pretende es imposible...? Y se levantó para acompa?arme... Entonces tuve un acceso de debilidad, el primero desde que era huérfana; hasta ese día había sido fuerte, pero sentía agotado mi valor. Sufrí un ataque de nervios y de lágrimas. Me repuse, al fin, y partí. Una hora después, Richard Scott estaba en mi casa. ?Zuzie, me dijo, prometedme aceptar lo que voy a ofreceros, prometédmelo.? Yo le prometí. ?Pues bien, con la sola condición de que mi padre no sepa nada, pongo a vuestra disposición la suma que necesitáis.-?Pero vos no conocéis el pleito, y es preciso que sepáis lo que es, lo que vale!-No lo conozco absolutamente, ni quiero conocerlo. ?Qué mérito tendría mi proceder si tuviera la seguridad de cobrar mi dinero? Además, os habéis comprometido a aceptar, y no podéis rehusar.? Se me ofrecía con tanta sencillez, con tanta franqueza, que acepté. Tres meses después ga
rido, mi hermana y yo, en separar de estas rentas una gran parte para los pobres. Ya lo veis, se?or cura... porque nosotras también hemos conocido días crueles, porque Bettina recuerda haber puesto la mesa en nuestro peque?o comedor de un quinto piso en New-Yor
uraba a servir a madam
acto dos jóvenes reporters acudieron a hacer sufrir un interrogatorio sobre su pasado a M. Scott, pues querían escribir sobre nosotros una crónica en sus diarios. M. Scott es a veces algo vivo, y ese día lo fue bastante, despidiendo bruscamente a esos se?ores sin decirles nada. Entonces, no sabiendo nuestra verdadera historia,
sesperadas; que éste se obstinaba en no comprender, tanto
son las sie
dispensadme, pero esta tarde tengo q
ía va a princip
en se
exacta parte el
emplearéis quince a veinte minutos, p
ie, podemos ir
icio. Quiero que vayáis a comer con nosotras, la primera vez que vengamos a Longueval, y vos t
en aceptar, se?o
Vendré lo más pronto posible, par
laba con mucha animación y misterio con miss Perc
éis allí?-d
est
réis en q
ahí viene el se?or cura, y
r el cementerio para ir a la iglesia. La tarde era deliciosa. Lenta y silenci
, sin embargo, por sus proporciones se distinguía de las demás tumbas. Madama
de los movilizados de Souvigny, muerto el 8 de enero
leer, el cura design
su p
pensativas, conmovidas, recogidas. Luego, volviéndose las dos al mismo tiempo, con el mismo movimiento tendieron la mano al
poner su sobrep
ueval. Paulina tomó la delantera y esperó a Bettina a la sombra de un pilar de la iglesi
salió de la sacristía, y en el instante en q
ina, cuyo corazón latía de impaciencia.-
se sintió tan conmovido, tan contento, que los ojos se le llenaron de lágrimas. No recordaba haber llorado desde el día que Juan l
e, fue preciso que una joven americana cruzara los mares y vini
ba el mando de su batería. A fines del mes de mayo todos los reclutas del regimiento están instruidos, y son capaces de form
te los tiros y guarniciones de las piezas, el equipo y apostura de sus hombre
problema era de aquellos cuya solución no se aprende en la escuela
las dos es
a precisamente, desde el principio de la maniobra, se le confió el mando a Juan: mas con gran sorpresa del capitán, que tenía a su teniente por un oficial muy instruido, muy capaz y muy hábil, las cosas salieron todas al revés. Juan indicó d
enéis hoy? Es la primera
polvo levantadas por las ruedas y las patas de los caballos, Juan veía, no la segunda batería montada del 9.o de artillería, sino la imagen d
inda es ma
. Sí, la más linda de las dos era madama Scott. Miss Percival era una criatura. Volvía a ver a madama Scott en la mesa del cura; oía aquella historia contada con tanta franqueza, tanta naturalidad, y la armonía algo extra?a de su voz particular y penetrante encantaba aún su oído. Vo
hombres, caballos, ca?ones, ora desplegada en una sola línea de batalla, ora reunida en un grupo compacto, todo se detenía al mismo tiempo, de un solo golpe, sobre toda la extensión del polígono. Los conductores saltaban de sus caballos, corrían a la pieza, la despr
bía llamado se?or Juan... y nunca su nombre le pareció tan lindo. ?Y los últimos apretones de manos al partir, antes de subir al carruaje!... Miss Percival había estrechado más que madama Scott, un p
entose decía Juan,-la má
dor y en medio de un huracán de polvo. Cuando Juan, sable en mano, pasó ante el coronel, las dos imágenes de las dos hermanas, se reunían, se confundían tan bien en sus recuerdos, que entrab
día en que le fue dado el placer de volverlas a ver. La impresión de este brusco encuentro no
rme locamente a primera vista? Pero no, uno se e
or por las novelas ?y había leído tan pocas! No era, sin embargo, un ángel; encontraba bonitas y graciosas a las muchachas de Souvigny, y cuando le permitían que les dijera fra
es que vivían allí fraternalmente y en buena armonía. Tenía el talento de encontrar siempre, en esa aldea de quince mil almas, una cant
veces quizá, a veladas y bailes en los castillos vecinos, de donde traía siempre una im
bros. Adoraba su aldea y todos los viejos testigos de su infancia que le hablaban de otros tiempos. Una cuadrilla en un salón le
jo, en todo el brillo de su elegancia, las habría mirado de lejos, con curiosidad, como preciosos objetos de
medio que le era familiar y por lo mismo les fue singularmente favorable. Sencillas, buenas, francas, cordiales, tales se le mostraron desde el prim
, el abate Constantín se ponía alegremente en campa?a. La cabeza del buen anciano ardía
tó su dinero, extendiendo sobre la mesa sus cien luises, y gozando como un a
ía Paulina;-sed económico; creo que
endré otro día como éste en mi vida, pero lo h
o, se?o
l fr
l fr
os tesoros de la América, ?y me pondría a hac
, salió y hubo una verdade
ban su miseria y los que la ocultaban, yendo ca
dos americanas, madama Scott y miss Percival. Rete
embriaguez le subía al cerebro. Por todos lados en su camino oía gritos de alegría y asombro. Todos aquellos luises de oro caían como por encanto, en aquellas pobres manos
Sebastopol, algo agobiado ya y con la cabeza gris, pues el tiemp
tenéis vei
no pido nada, no necesit
. ?setecientos
erá para cigarros, pero escucha
el panegírico de lo
ujer, cuyo hijo había partid
ómo está vu
queja, sólo dice que no hay Kroumirs allá... ?Pobre muchacho! yo h
is treinta.
?se?or cura, me da
s los
a mi
so que sepáis de dónde viene esto, y acordaos d
madama Scott y miss Percival. A las seis volvió a su c
clamó, apenas divisó
nto en que subía al altar, el armonium permane
s preciosos trajes, uno blanco, y azul el otro. Bettina se preguntaba cuál de los dos se pondría para ir esa noche a la Opera. Encont
era. Cuando entraron a su palco, el telón se levantaba sobre el segun
co bajo. Las se?oritas del cuerpo de baile no estaban aún en la escena, y estos se?ores desocupados s
rtin,-ahí está el pe
ron sus anteojo
-continuó Martillet.-Mira, pues, la línea del cu
osa, y alegre t
ince millones de ella sola, y la mi
lones... y Berulle está muy al c
ones! ?Un buen boc
! ?Rom
con ella, que ya está
con Montessan, no con Romanelli.
es importaba gozarlos religiosa y respetuosamente; pues existe esta particularidad en ciertos abonados a la Opera, que charlan como l
adés, y ante las grandes esfinges, bajo las verdes hojas de las palmeras,
omento, en el entreacto, vendrá y no tendría más que decirle: ??Está bien! he aquí mi mano... Seré vuestra esposa.? ?Y así lo haría! ?Princesa, yo sería Princesa, Princesa Romanelli! ?Princesa Bettina! ?Bettina Romanelli! Queda bien, suena muy bien al oído: ?La se?ora Princesa está servida. ?La se?ora Princesa montará a caballo hoy?...? ?Me di
ado ante el escritorio con un gran libro bajo la pantalla de la lámpara, repasaba, tomando notas, la historia de las campa?a
o de mujer vino a colocarse por sí solo bajo su pluma. ?Qué venía a hacer allí en medio de las victorias de Turena, aquella buena mujercita? ?Y cuál de las do
e su alma, pedía las gracias del Cielo para las dos mujeres que le hicieron pasar el día más feliz de su vi