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El Abate Constanín

Chapter 3 No.3

Word Count: 8027    |    Released on: 06/12/2017

uerta de comunicación para la cocina; esta pieza estaba adornada con los muebles más precisos: dos viejos sillones, sei

y venían, examinando con infantil

todo es precioso aq

ofocado, azorado, estupefacto ante tan brusca y repentina invasión americana

ba,-las herejes,

, temblorosas, continuab

erfecto orden que reina en vuestra cocina! Mirad,

círoslo? ?Si supierais cuán feliz me considero por haberos encontrado tal cual sois

ncontrar un cura que no fuera ya joven, ni triste, ni severo

o a sus frases, presentándolas de una manera conveniente y complicada, pero yo no sé... y hablando francés me costaría mucho salir del paso si no dijera las cosas lisa

das estas cosas que desde hacía algunos minutos lo habían abandonado completamente.-Mis parro

or, somos

católicas!-re

na, apareciendo radiante, con los brazos levan

tal efecto con una sola palabra, y para completar el cuadro, apareció Juan traye

icas, c

origen francés y católica; por eso mi hermana y yo hablamos francés, con acento extranjero y ciertos modismos americanos, pero en fin, decimos, más o menos lo que deseam

uó Bettina,-mas para la otra co

is, se?orita-r

es l

a otra

a a Juan a las dos americanas, pero estaba aún tan conmovido, que la presentación no fue hecha en toda re

te del regimiento de artillería de g

a buscar en sus bolsas, sacando cada una un rollo de mil francos, bonitamen

estros pobres, se?or c

otro-agre

mano derecha e izquierda del anciano cura, y ést

muy pesadas; debe haber oro aquí

ellas largo tiempo, es verdad; pero este dinero lo recibía por peque?as cantidades y la sospecha de una ofrend

le daban, el cura no sabía

cias, se?ora; sois dem

iera lo bastante, Juan

se?oras acaban de d

gran emoción y agradeci

, dos mil francos

uscamente una n

rancos, dos

ad, Paulina, guardad este dinero

, tesorera. Sus manos recibieron, con respetuoso temor los dos paquetitos de

jo madama Scott,-os daré quini

é como mi

pero entonces ya no hab

yo! ?ah, yo! ?todo lo que puedo, gasto todo lo que puedo! Cuando se tiene mucho dinero, demasiado dinero, más de lo que es justo, decid, se?or cura, ?p

dose a Pau

e agua fresca, se?orita? No, nada más... un

me muero de otra cosa, me muero de hambre. Se?or cura, voy a decir algo horribl

!-dijo ma

en paz... ?No es verdad

rancos; le ofrecían mil francos mensuales! y querían comer con él; ?ah! ?esto era el colmo! el terror lo paralizaba al pensar que tendría que hacer los honores

er! ?queríais qued

rvino una

; pero comprendo lo que le inquieta... Debíamos comer los dos solos

dió Bettina,-m

giéndose a

Hemos hecho una jornada horrible, en el tren, en el carruaje, en medio del polvo, ?y con un calor! ?Nos sirvieron un almuerzo tan espantoso esta ma?ana en el hotel! y debíamos vo

mucha zalamería, y vol

, se?or cura,

ina, B

uan,-pronto, dos asien

udaros. ?Oh! ?esto me divertirá tanto! Pero, se?or

do admirar, en su exquisita perfección, un

argas cascadas sobre los hombros de Bettina, que se encontraba ante una ventana por donde penetraban los rayos del sol... y aquella luz radiante que daba de lleno sobre su cabellera de oro

die pudo impedir a Bettina que se precipit

a mesa. Preguntadle a mi hermana... ?Decid, Zuzie, c

n-respondió

o y el abrigo; y Juan gozó una vez más del muy agradable espectáculo de un cuerpo preci

l presbiterio; luego, con mucha rapidez, gracias a la sorpresa y originalidad del encuentro, gracias, sobre todo, a

s prevengo que voy a devorar. Nunca me he sentado a la mesa con tanto gusto. ?Esta comida terminará tambié

anera tan extraordinaria como imp

e ayer fue el cumplea?os de mi hermana... Pero pr

?orita,

rvidme un poco más de esta

con sus deberes de due?o de casa; por eso Juan tomaba la dirección de la modesta comida de su padrino. Llenó hasta los bordes el plato de l

en el jardín del cura la joven americana y el joven oficial, se habían dirigido la palabra po

plea?os. Mi cu?ado partió forzosamente para América hará unos ocho días, y al parti

e mi cu?ado, hasta las cinco, nada... nada. Salimos a dar una

iró con curiosidad las grandes b

or, ?usáis

se?

en la c

a, se?orita, y la arti

imiento está de

erca d

dréis a caball

Veamos ahora

a, y contáis a estos se?ores co

no se trata por el momento más que de la venta de este ca

mento que nos levantábamos de la mesa, llega un telegrama de América, dos líneas solamente: ?He hecho comprar para vos, hoy el castillo d

o a mi hermana y a mí, y mi marido, que es excelente, sabía que deseábamos con ardor poseer algunas tierras en Francia, y desde hacía seis meses buscaba, sin

o después del acceso de emoci

que es de la una es de la otra, propietarias de un castillo, sin saber dónde se encont

a de Francia, y no sin trabajo conseguimos descubrir a Souvigny. Después del atlas tomamos u

d ha sido vendida públicamente: he visto por todo el camino los grandes avisos... Mas no me he atrevido a preguntar a las personas que me han acompa?ado hoy en mi paseo, pues mi ignorancia habría parecido extraordinaria, cuánto ha costa

,-pues se agitaban muchas esperanza

! me asustáis... ?

s mil

t;-?el castillo, las granjas, e

o el precioso río que pasea por e

muchas personas nos disputa

se?

, después de la venta,

se?

.. sí... Vuestro silencio me responde; hablaron de mí. Pues bien, se?or cura, ahor

ura, que estaba sobre ascuas,-habl

rica, de poco tiempo a esta parte... una parvenue, ?no es

he oíd

diríais... y os hago desgraciado, pues debéis ser la sinceridad en persona. Mas si os

y mi padrino no sabe cómo repetírosla; pero ya que lo exigís, dijeron

Con alguna indulgencia han podido deci

h!

he tenido buena estrella hoy; creo que ya sois en cierto modo mis amigos, y que un día lo seréis verdaderamente. Pues bien,

an con extrema vivacidad

soldado, debéis tener valor; promet

s, se?ora, por

d, sin explicacion

en; lo p

ente, por sí o por no, a l

pond

yo mendigaba en las

ra, me lo

do amazona de un

an dicho

epan de dónde vengo y quién soy. Principio, pues. Pobre, sí, lo he sido, y muy pobre; hará de esto ocho a?os... Acababa de morir mi padre, siguiendo de muy cerca a mi madre. Yo contaba dieciocho a?os y Bettina nueve; quedábamos solas en el mundo, con fuertes deudas y un gran pleito. Las últimas palabras de mi padre fueron estas: ?Zuzie, no hagas ninguna transacción en el pleito, nunca, nunca, nunca, y tendréis millones, hi

uando yo ponía la

ía la misma respuesta: ?Vuestra causa es muy dudosa, tenéis adversarios ricos y temibles, se necesita dinero, mucho dinero, pa

s eso lo que pide miss Percival, padre mío, dijo con viveza Richard.-Bien lo sé, pero lo que pretende es imposible...? Y se levantó para acompa?arme... Entonces tuve un acceso de debilidad, el primero desde que era huérfana; hasta ese día había sido fuerte, pero sentía agotado mi valor. Sufrí un ataque de nervios y de lágrimas. Me repuse, al fin, y partí. Una hora después, Richard Scott estaba en mi casa. ?Zuzie, me dijo, prometedme aceptar lo que voy a ofreceros, prometédmelo.? Yo le prometí. ?Pues bien, con la sola condición de que mi padre no sepa nada, pongo a vuestra disposición la suma que necesitáis.-?Pero vos no conocéis el pleito, y es preciso que sepáis lo que es, lo que vale!-No lo conozco absolutamente, ni quiero conocerlo. ?Qué mérito tendría mi proceder si tuviera la seguridad de cobrar mi dinero? Además, os habéis comprometido a aceptar, y no podéis rehusar.? Se me ofrecía con tanta sencillez, con tanta franqueza, que acepté. Tres meses después ga

rido, mi hermana y yo, en separar de estas rentas una gran parte para los pobres. Ya lo veis, se?or cura... porque nosotras también hemos conocido días crueles, porque Bettina recuerda haber puesto la mesa en nuestro peque?o comedor de un quinto piso en New-Yor

uraba a servir a madam

acto dos jóvenes reporters acudieron a hacer sufrir un interrogatorio sobre su pasado a M. Scott, pues querían escribir sobre nosotros una crónica en sus diarios. M. Scott es a veces algo vivo, y ese día lo fue bastante, despidiendo bruscamente a esos se?ores sin decirles nada. Entonces, no sabiendo nuestra verdadera historia,

sesperadas; que éste se obstinaba en no comprender, tanto

son las sie

dispensadme, pero esta tarde tengo q

ía va a princip

en se

exacta parte el

emplearéis quince a veinte minutos, p

ie, podemos ir

icio. Quiero que vayáis a comer con nosotras, la primera vez que vengamos a Longueval, y vos t

en aceptar, se?o

Vendré lo más pronto posible, par

laba con mucha animación y misterio con miss Perc

éis allí?-d

est

réis en q

ahí viene el se?or cura, y

r el cementerio para ir a la iglesia. La tarde era deliciosa. Lenta y silenci

, sin embargo, por sus proporciones se distinguía de las demás tumbas. Madama

de los movilizados de Souvigny, muerto el 8 de enero

leer, el cura design

su p

pensativas, conmovidas, recogidas. Luego, volviéndose las dos al mismo tiempo, con el mismo movimiento tendieron la mano al

poner su sobrep

ueval. Paulina tomó la delantera y esperó a Bettina a la sombra de un pilar de la iglesi

salió de la sacristía, y en el instante en q

ina, cuyo corazón latía de impaciencia.-

se sintió tan conmovido, tan contento, que los ojos se le llenaron de lágrimas. No recordaba haber llorado desde el día que Juan l

e, fue preciso que una joven americana cruzara los mares y vini

ba el mando de su batería. A fines del mes de mayo todos los reclutas del regimiento están instruidos, y son capaces de form

te los tiros y guarniciones de las piezas, el equipo y apostura de sus hombre

problema era de aquellos cuya solución no se aprende en la escuela

las dos es

a precisamente, desde el principio de la maniobra, se le confió el mando a Juan: mas con gran sorpresa del capitán, que tenía a su teniente por un oficial muy instruido, muy capaz y muy hábil, las cosas salieron todas al revés. Juan indicó d

enéis hoy? Es la primera

polvo levantadas por las ruedas y las patas de los caballos, Juan veía, no la segunda batería montada del 9.o de artillería, sino la imagen d

inda es ma

. Sí, la más linda de las dos era madama Scott. Miss Percival era una criatura. Volvía a ver a madama Scott en la mesa del cura; oía aquella historia contada con tanta franqueza, tanta naturalidad, y la armonía algo extra?a de su voz particular y penetrante encantaba aún su oído. Vo

hombres, caballos, ca?ones, ora desplegada en una sola línea de batalla, ora reunida en un grupo compacto, todo se detenía al mismo tiempo, de un solo golpe, sobre toda la extensión del polígono. Los conductores saltaban de sus caballos, corrían a la pieza, la despr

bía llamado se?or Juan... y nunca su nombre le pareció tan lindo. ?Y los últimos apretones de manos al partir, antes de subir al carruaje!... Miss Percival había estrechado más que madama Scott, un p

entose decía Juan,-la má

dor y en medio de un huracán de polvo. Cuando Juan, sable en mano, pasó ante el coronel, las dos imágenes de las dos hermanas, se reunían, se confundían tan bien en sus recuerdos, que entrab

día en que le fue dado el placer de volverlas a ver. La impresión de este brusco encuentro no

rme locamente a primera vista? Pero no, uno se e

or por las novelas ?y había leído tan pocas! No era, sin embargo, un ángel; encontraba bonitas y graciosas a las muchachas de Souvigny, y cuando le permitían que les dijera fra

es que vivían allí fraternalmente y en buena armonía. Tenía el talento de encontrar siempre, en esa aldea de quince mil almas, una cant

veces quizá, a veladas y bailes en los castillos vecinos, de donde traía siempre una im

bros. Adoraba su aldea y todos los viejos testigos de su infancia que le hablaban de otros tiempos. Una cuadrilla en un salón le

jo, en todo el brillo de su elegancia, las habría mirado de lejos, con curiosidad, como preciosos objetos de

medio que le era familiar y por lo mismo les fue singularmente favorable. Sencillas, buenas, francas, cordiales, tales se le mostraron desde el prim

, el abate Constantín se ponía alegremente en campa?a. La cabeza del buen anciano ardía

tó su dinero, extendiendo sobre la mesa sus cien luises, y gozando como un a

ía Paulina;-sed económico; creo que

endré otro día como éste en mi vida, pero lo h

o, se?o

l fr

l fr

os tesoros de la América, ?y me pondría a hac

, salió y hubo una verdade

ban su miseria y los que la ocultaban, yendo ca

dos americanas, madama Scott y miss Percival. Rete

embriaguez le subía al cerebro. Por todos lados en su camino oía gritos de alegría y asombro. Todos aquellos luises de oro caían como por encanto, en aquellas pobres manos

Sebastopol, algo agobiado ya y con la cabeza gris, pues el tiemp

tenéis vei

no pido nada, no necesit

. ?setecientos

erá para cigarros, pero escucha

el panegírico de lo

ujer, cuyo hijo había partid

ómo está vu

queja, sólo dice que no hay Kroumirs allá... ?Pobre muchacho! yo h

is treinta.

?se?or cura, me da

s los

a mi

so que sepáis de dónde viene esto, y acordaos d

madama Scott y miss Percival. A las seis volvió a su c

clamó, apenas divisó

nto en que subía al altar, el armonium permane

s preciosos trajes, uno blanco, y azul el otro. Bettina se preguntaba cuál de los dos se pondría para ir esa noche a la Opera. Encont

era. Cuando entraron a su palco, el telón se levantaba sobre el segun

co bajo. Las se?oritas del cuerpo de baile no estaban aún en la escena, y estos se?ores desocupados s

rtin,-ahí está el pe

ron sus anteojo

-continuó Martillet.-Mira, pues, la línea del cu

osa, y alegre t

ince millones de ella sola, y la mi

lones... y Berulle está muy al c

ones! ?Un buen boc

! ?Rom

con ella, que ya está

con Montessan, no con Romanelli.

es importaba gozarlos religiosa y respetuosamente; pues existe esta particularidad en ciertos abonados a la Opera, que charlan como l

adés, y ante las grandes esfinges, bajo las verdes hojas de las palmeras,

omento, en el entreacto, vendrá y no tendría más que decirle: ??Está bien! he aquí mi mano... Seré vuestra esposa.? ?Y así lo haría! ?Princesa, yo sería Princesa, Princesa Romanelli! ?Princesa Bettina! ?Bettina Romanelli! Queda bien, suena muy bien al oído: ?La se?ora Princesa está servida. ?La se?ora Princesa montará a caballo hoy?...? ?Me di

ado ante el escritorio con un gran libro bajo la pantalla de la lámpara, repasaba, tomando notas, la historia de las campa?a

o de mujer vino a colocarse por sí solo bajo su pluma. ?Qué venía a hacer allí en medio de las victorias de Turena, aquella buena mujercita? ?Y cuál de las do

e su alma, pedía las gracias del Cielo para las dos mujeres que le hicieron pasar el día más feliz de su vi

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