El Abate Constanín
ría; va a vivir como verdadero soldado durante veinte días; diez días de camino para ir y volver, y diez bajo l
error... Con impaciencia, porque sufre un verdadero martirio, al que quiere escapar cuanto antes. Con terror, porque duran
que sólo ama a Bettina desde el día en que conversaban los dos alegre y amistosamente en el saloncito azul. Ella se hallaba sentada en el diván, cerca de la ventana, y mien
matrimonio, porque sus entrevistas con las dos jóvenes no le causaron ninguna emoción, ninguna agitación. Y sonreía al hablar así; pero algunos momentos después, ya no sonreía. Pue
agado con su encanto, su gracia y su belleza. Mas al siguiente día llegarían veinte personas al castillo a poner término a tan peligrosa intimidad. El tendría valor, se alejaría; perdiéndose entre la multitud, vería a Bettina con menos frecuencia y de más lejos... ?No volver a verla, no podía ni pensarlo! Quería seg
nes formaban parte de la famosa cofradía de los treinta y cuatro. Eran amigos antiguos, a quienes Bettina trató como tales, declarándoles con toda franqueza que
destinado a los placeres; mientras no se tratara más que de divertirse: caballos, croquet, lawn-tennis, polo, baile, charadas y comedias, estaba siempre pronto a
Lavardens, y éste acababa apenas el peque?o cumplimiento de esti
igésimo
ocarse, pensando que sus gracias personales le valían tan amable y cordial recepción: mas estaba en un grave err
an para una noche, sino para todas las noches, y Pablo, con entusiasmo, se encami
es y favores especiales; gustábale a ella hablar larga, muy largamente a solas con él... mas ?c
iarlo, sabía amarlo. Nada le era tan grato, ni tan fácil como decir de su amigo todo el bien qu
leresca conducta. Acababa de hablar durante más de un cuarto de hora con Bettina. Te
e... y me lancé intrépida
tento del resultado de la empresa;
o, en fin, tengo el mérito de reconocerlo; acá, para entre nosotros, te diré que me hace representar un papel ing
s confi
?De ti, querido, de ti, y nada más que de ti! Y todas las noches es la misma cosa. Preguntas que no tienen fin. ??Os habéis educado juntos? ?Tomásteis lecciones los dos con el abate
. Pablo quedó asombrado ante es
e parece que no
ro también ?por qué se te o
... La he tenido yo por mi pro
h!
he tenido, la puedes tener
, por f
de Juan er
gracioso, muy entretenido; pero en cuanto a tomarme a lo serio... jamás me tomará a lo serio esa personita. Voy a lanzarme sobre
an, que vino a tomar asiento con toda regularidad en el círculo particular de madama Scott, que, co
ue duerme, mas no muy profundamente, en el corazón de todas las jóvenes. La sensación fue la misma, en el mismo momento, en el alma de Juan y en el alma de Bettina. El
l, este Juan. ?Por qué no? Lo conocía más que a todos aquellos que desde hacía un a?o giraban en torno de su fortu
un momento en la obscuridad de Juan ni en su pobreza; él, retrocediendo ante aquella monta?a de millones como lo habría hecho ante
ás franqueza al primer llamado del amor, Juan, de día en día, estaba más ta
rte, y lo arrastraba. Llegaba, y ella venía en el acto hacia él con las manos tendidas, la sonrisa en
y risue?a, inquieta y curiosa, buscaba la suya. Temblaba ante la necesidad de hablar a Bettina, ante la necesidad de oírla, y entonces se refugiaba
ban. Guardaba y acariciaba el secreto de su amor naciente, como un avaro guarda y acaricia las primeras monedas de su tesoro... El día en que
ado. Estaba halagada, pues nunca disgusta a una mujer el creerse amada, halagada, pero triste al mismo tiempo. Ten
atar el tiempo a ellos y a ella también... Pero Zuzie no se reprochaba ninguna coquetería con Juan; pues se daba cuenta de su mérito y superioridad sobre los demás; comprendía que era hombre capaz de sufrir seriamente, y madama Scott no quería esto. Ya dos o tres veces estuvo a
, a comer con ellas. Pero Juan se negó, alegando sus ocupaciones la víspera de la partida. Llegó a la noch
artiré ma?ana y no volveré a Longueval mientras ell
amino; quería verl
salón, Bettina c
egasteis!..
ado muy
rtís m
ma?
emp
inco de
e que costea el parque
se camino
l terrado. Bettina conservaba en su mano la mano de Juan, que estaba ardien
a saludar a vu
diez personas con ella... Venid
igado a senta
también
oso
r... Y nosotras iremos a esperarlo al Havre... Saldremos de aquí pasado ma?ana, llevando a los ni?os, a quienes sentará muy bien pasar unos diez días a orillas del mar... ?Cuánto se alegrará mi cu?ado
nte
as... en un
en el campame
mismo tiempo siento partir, pues si me quedara, iría todas las ma?anas a hacer una visita a vuestro padrino... y él me daría noticias vuestras. ?Queréi
el recuerdo de vuestra gracia, de vues
uvo miedo de su em
saludar a vuestra hermana... me ha
ma Norton acababa de instalarse en el piano para hacer bailar un
cerme el hon
prometido este va
o es con él...
nve
Juan que se había senta
ns vino a invitarme para este vals, y le respondí que
perfume de sus cabellos!... Juan estab
uentro bien esta noche. He venido por no par
omenzaba el pre
gando alegremente,-?es co
stemente ella, sin sep
seguida sintió haber aceptado. Habría deseado quedarse al lado de
ta a los dos, Bettina y Pablo. Una nube
momento y partir-se dijo.-Ma?ana escribiré
irar a Bettina... Si la hubi
iraba, y de repen
toy fatigada... Detengámonos, os r
ofreció
acias-d
allí. Bettina atravesó el salón corriendo, y Pabl
órtico, cuando oy
Juan! ?s
volvió; ella e
.. sin dec
e?orita, esto
vayáis así, a p
la mano h
d! ya
! ap
conmigo sola en el saloncito
se a uno de
ongan el cup
re libre me calmará... tengo neces
no tenéis abrigo... Toma
ue vos... con ese traje... p
o, se escapó, bajando rápida
saba, estoy perdido,
e Bettina leía en su corazó
un breve momento de hesitación.
! ?Y por eso no qui
tico, en el cuadro luminoso de la puerta. Gruesas gotas de lluvia impelidas por el viento azotaba
pero ahora estoy segura de que yo tam
les, junto a la mesa de encina del vestíbulo. Bettina dio algunos pasos en dirección al salón... Oyó alegres risa
que yo estaba fatigada,
ola, pues ella misma quería desvestirse. Dejose cae
uarto se abre;
enferma
ué bien habéis hecho en venir! Senta
o con su cabeza ardiente los frescos hombros de Zuzie; después, d
uerida Bettina
on los nervios..
ale
rar un poco... ?Me hace tanto bien!.
hermana, Bettina se c
y voy a deciros... ten
?lo llam
, de algún tiempo a esta parte, que est
en ef
e varios días me pregunté, perdonadme que os hable con esta franqueza, sabéis que es mi costumbre, si no os amar
A
e huía... Me tenía miedo. Evidentemente me tenía miedo. ?Pues bien! ?dec
ramen
! Ese dinero que los atrae a todos con una tentación tan fuerte; ese dine
erida, si os
esfuerzos por contenerse!... Zuzie, mi Zuzie, por el cari?o que os tengo, y Dios sabe cuán grande es, voy a revelaros mi convicción, mi convicción absoluta: si en vez de ser miss Percival
también l
que fuera mi marido... Pues bien, no digo que adoro a Juan, no, todavía
exaltación. Convengo en que M. Re
que eso,
a Juan, decididamente esto es contagioso, yo también le llamo Juan, bueno, sabéis la opinión que de él tengo formada; desde un mes a esta parte hemos
si lo
a que vos... Escuchadme bien... Desde que llegamos a París nos hemos visto lanzadas en un mundo muy
o no he
ente indiferente lla
mente, si
insi
que quizá he procedido con demasiada ligereza. Ya veis cómo soy razonable. Juan parte ma?ana, y no volveré a verlo hasta dentro de veinte días, d
o reco
de veinte días os digo: ??Zuzie, estoy segura de amarlo!? me permitiréis que vaya hacia él, yo misma, yo sola,
lo per
u hermana, murmu
cias,
ntes de poneros en la cuna, cantando para haceros dormir. Y desde entonces, Bettina, no he deseado más que una sola cosa en el mundo: vuestra felicidad. Por eso os pido que reflexionéis bien.
qui
acostada, me pro
como u
do lo posible
o que p
uicio, sin pe
y sin pens
enhora
a reposaba suavemente entre bordados y en
n extremo esta noche. Y antes de pasar a mi cuar
ra que la dejó flotante entre el sue?o y la realidad. Prometió no pensar en nada, y, sin embargo, pensaba en él, nada más que en él, siempre en él; pero vaga y confusament
is?...
?Dormid
mo, d
la ma?ana despertose sobresaltada por un ruido, que la víspera no habría turbado absolutam
lueve, cómo s
un postigo. Empieza a despuntar el día, con una luz gris, opaca, pesada; el cielo está carga
se un peinador y permanece junto a la ventana, viendo caer la lluvia. Ya que debía partir,
treinta a cuarenta kilómetros, con una hora de alto para almorzar. El abate Constantín se lo ha ense?ado; pues durante las visitas q
a en los jóvenes Turner, Norton, en Pablo de Lavardens, que dormirán tranq
a víspera... ?Haber bailado así, cuando la pena de Juan era manifiesta! A los ojos de Bettin
más cari?o, más confianza. Triste y enfermo como estaba, no debió nunca dejarlo partir a pie. Debió haberlo retenido, retenido a toda costa.
rado. Y Bettina es presa de un vehemente deseo de ir a ver pasar a Juan. Así comprenderá él, viéndola a esas horas, que viene a pedirle perdón de sus crueldades de la víspera. Sí
a, babuchas con tacón y zapatos de baile de raso celeste. ?Qué hacer? Despertar a su camarera, nunc
cos de jardín y el gran chal escocés que se pone los días de lluvia para manejar. Entreabre su puerta con infinitas preca
a lluvia. Ve un enorme paraguas, del que se sirven los criados cuando van en el pescante; apodérase de él: ya está pronta... mas cuando quiere salir nota que la puerta del vestíbulo se halla
sliza por la puerta... Pero Bettina se ha hecho en la mano un largo tajo que deja ver un peque?o hilo de sangre. Envuélves
debajo de su inmenso paraguas. Habría andado unos cincuenta pasos, cuando un remolino ciego, loco, furioso, se arroja sobre Bettina, le abre el chal, la arrastra, la levanta, casi la hace perder pie,
mojada, en ese momento el viento le trae el eco lejano de un toque de trompetas. ?Es el regimiento que sale! Bettina toma una gra
rrado... ?Ya era tiempo! A veinte metros de distancia divisa los caballos blancos de los cornetas, y más lejos ve ondular vagamente en medio de la neblina, una larga fila de ca?ones. Pónese al ab
mpone de seis ca?ones y seis cajas. El abate Constantín le ense?ó también esto. Debe, pues, dej
nos momentos antes recordaba un largo paseo que hiciera con ella, al caer la tarde, hasta
ndose sobre el caballo, a medida que se alejaba, la miró hasta
la últi
repetido muchas veces, traía sus manos tan cerca,
esto no comprende que lo amo