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El Abate Constanín

Chapter 7 No.7

Word Count: 5909    |    Released on: 06/12/2017

ría; va a vivir como verdadero soldado durante veinte días; diez días de camino para ir y volver, y diez bajo l

error... Con impaciencia, porque sufre un verdadero martirio, al que quiere escapar cuanto antes. Con terror, porque duran

que sólo ama a Bettina desde el día en que conversaban los dos alegre y amistosamente en el saloncito azul. Ella se hallaba sentada en el diván, cerca de la ventana, y mien

matrimonio, porque sus entrevistas con las dos jóvenes no le causaron ninguna emoción, ninguna agitación. Y sonreía al hablar así; pero algunos momentos después, ya no sonreía. Pue

agado con su encanto, su gracia y su belleza. Mas al siguiente día llegarían veinte personas al castillo a poner término a tan peligrosa intimidad. El tendría valor, se alejaría; perdiéndose entre la multitud, vería a Bettina con menos frecuencia y de más lejos... ?No volver a verla, no podía ni pensarlo! Quería seg

nes formaban parte de la famosa cofradía de los treinta y cuatro. Eran amigos antiguos, a quienes Bettina trató como tales, declarándoles con toda franqueza que

destinado a los placeres; mientras no se tratara más que de divertirse: caballos, croquet, lawn-tennis, polo, baile, charadas y comedias, estaba siempre pronto a

Lavardens, y éste acababa apenas el peque?o cumplimiento de esti

igésimo

ocarse, pensando que sus gracias personales le valían tan amable y cordial recepción: mas estaba en un grave err

an para una noche, sino para todas las noches, y Pablo, con entusiasmo, se encami

es y favores especiales; gustábale a ella hablar larga, muy largamente a solas con él... mas ?c

iarlo, sabía amarlo. Nada le era tan grato, ni tan fácil como decir de su amigo todo el bien qu

leresca conducta. Acababa de hablar durante más de un cuarto de hora con Bettina. Te

e... y me lancé intrépida

tento del resultado de la empresa;

o, en fin, tengo el mérito de reconocerlo; acá, para entre nosotros, te diré que me hace representar un papel ing

s confi

?De ti, querido, de ti, y nada más que de ti! Y todas las noches es la misma cosa. Preguntas que no tienen fin. ??Os habéis educado juntos? ?Tomásteis lecciones los dos con el abate

. Pablo quedó asombrado ante es

e parece que no

ro también ?por qué se te o

... La he tenido yo por mi pro

h!

he tenido, la puedes tener

, por f

de Juan er

gracioso, muy entretenido; pero en cuanto a tomarme a lo serio... jamás me tomará a lo serio esa personita. Voy a lanzarme sobre

an, que vino a tomar asiento con toda regularidad en el círculo particular de madama Scott, que, co

ue duerme, mas no muy profundamente, en el corazón de todas las jóvenes. La sensación fue la misma, en el mismo momento, en el alma de Juan y en el alma de Bettina. El

l, este Juan. ?Por qué no? Lo conocía más que a todos aquellos que desde hacía un a?o giraban en torno de su fortu

un momento en la obscuridad de Juan ni en su pobreza; él, retrocediendo ante aquella monta?a de millones como lo habría hecho ante

ás franqueza al primer llamado del amor, Juan, de día en día, estaba más ta

rte, y lo arrastraba. Llegaba, y ella venía en el acto hacia él con las manos tendidas, la sonrisa en

y risue?a, inquieta y curiosa, buscaba la suya. Temblaba ante la necesidad de hablar a Bettina, ante la necesidad de oírla, y entonces se refugiaba

ban. Guardaba y acariciaba el secreto de su amor naciente, como un avaro guarda y acaricia las primeras monedas de su tesoro... El día en que

ado. Estaba halagada, pues nunca disgusta a una mujer el creerse amada, halagada, pero triste al mismo tiempo. Ten

atar el tiempo a ellos y a ella también... Pero Zuzie no se reprochaba ninguna coquetería con Juan; pues se daba cuenta de su mérito y superioridad sobre los demás; comprendía que era hombre capaz de sufrir seriamente, y madama Scott no quería esto. Ya dos o tres veces estuvo a

, a comer con ellas. Pero Juan se negó, alegando sus ocupaciones la víspera de la partida. Llegó a la noch

artiré ma?ana y no volveré a Longueval mientras ell

amino; quería verl

salón, Bettina c

egasteis!..

ado muy

rtís m

ma?

emp

inco de

e que costea el parque

se camino

l terrado. Bettina conservaba en su mano la mano de Juan, que estaba ardien

a saludar a vu

diez personas con ella... Venid

igado a senta

también

oso

r... Y nosotras iremos a esperarlo al Havre... Saldremos de aquí pasado ma?ana, llevando a los ni?os, a quienes sentará muy bien pasar unos diez días a orillas del mar... ?Cuánto se alegrará mi cu?ado

nte

as... en un

en el campame

mismo tiempo siento partir, pues si me quedara, iría todas las ma?anas a hacer una visita a vuestro padrino... y él me daría noticias vuestras. ?Queréi

el recuerdo de vuestra gracia, de vues

uvo miedo de su em

saludar a vuestra hermana... me ha

ma Norton acababa de instalarse en el piano para hacer bailar un

cerme el hon

prometido este va

o es con él...

nve

Juan que se había senta

ns vino a invitarme para este vals, y le respondí que

perfume de sus cabellos!... Juan estab

uentro bien esta noche. He venido por no par

omenzaba el pre

gando alegremente,-?es co

stemente ella, sin sep

seguida sintió haber aceptado. Habría deseado quedarse al lado de

ta a los dos, Bettina y Pablo. Una nube

momento y partir-se dijo.-Ma?ana escribiré

irar a Bettina... Si la hubi

iraba, y de repen

toy fatigada... Detengámonos, os r

ofreció

acias-d

allí. Bettina atravesó el salón corriendo, y Pabl

órtico, cuando oy

Juan! ?s

volvió; ella e

.. sin dec

e?orita, esto

vayáis así, a p

la mano h

d! ya

! ap

conmigo sola en el saloncito

se a uno de

ongan el cup

re libre me calmará... tengo neces

no tenéis abrigo... Toma

ue vos... con ese traje... p

o, se escapó, bajando rápida

saba, estoy perdido,

e Bettina leía en su corazó

un breve momento de hesitación.

! ?Y por eso no qui

tico, en el cuadro luminoso de la puerta. Gruesas gotas de lluvia impelidas por el viento azotaba

pero ahora estoy segura de que yo tam

les, junto a la mesa de encina del vestíbulo. Bettina dio algunos pasos en dirección al salón... Oyó alegres risa

que yo estaba fatigada,

ola, pues ella misma quería desvestirse. Dejose cae

uarto se abre;

enferma

ué bien habéis hecho en venir! Senta

o con su cabeza ardiente los frescos hombros de Zuzie; después, d

uerida Bettina

on los nervios..

ale

rar un poco... ?Me hace tanto bien!.

hermana, Bettina se c

y voy a deciros... ten

?lo llam

, de algún tiempo a esta parte, que est

en ef

e varios días me pregunté, perdonadme que os hable con esta franqueza, sabéis que es mi costumbre, si no os amar

A

e huía... Me tenía miedo. Evidentemente me tenía miedo. ?Pues bien! ?dec

ramen

! Ese dinero que los atrae a todos con una tentación tan fuerte; ese dine

erida, si os

esfuerzos por contenerse!... Zuzie, mi Zuzie, por el cari?o que os tengo, y Dios sabe cuán grande es, voy a revelaros mi convicción, mi convicción absoluta: si en vez de ser miss Percival

también l

que fuera mi marido... Pues bien, no digo que adoro a Juan, no, todavía

exaltación. Convengo en que M. Re

que eso,

a Juan, decididamente esto es contagioso, yo también le llamo Juan, bueno, sabéis la opinión que de él tengo formada; desde un mes a esta parte hemos

si lo

a que vos... Escuchadme bien... Desde que llegamos a París nos hemos visto lanzadas en un mundo muy

o no he

ente indiferente lla

mente, si

insi

que quizá he procedido con demasiada ligereza. Ya veis cómo soy razonable. Juan parte ma?ana, y no volveré a verlo hasta dentro de veinte días, d

o reco

de veinte días os digo: ??Zuzie, estoy segura de amarlo!? me permitiréis que vaya hacia él, yo misma, yo sola,

lo per

u hermana, murmu

cias,

ntes de poneros en la cuna, cantando para haceros dormir. Y desde entonces, Bettina, no he deseado más que una sola cosa en el mundo: vuestra felicidad. Por eso os pido que reflexionéis bien.

qui

acostada, me pro

como u

do lo posible

o que p

uicio, sin pe

y sin pens

enhora

a reposaba suavemente entre bordados y en

n extremo esta noche. Y antes de pasar a mi cuar

ra que la dejó flotante entre el sue?o y la realidad. Prometió no pensar en nada, y, sin embargo, pensaba en él, nada más que en él, siempre en él; pero vaga y confusament

is?...

?Dormid

mo, d

la ma?ana despertose sobresaltada por un ruido, que la víspera no habría turbado absolutam

lueve, cómo s

un postigo. Empieza a despuntar el día, con una luz gris, opaca, pesada; el cielo está carga

se un peinador y permanece junto a la ventana, viendo caer la lluvia. Ya que debía partir,

treinta a cuarenta kilómetros, con una hora de alto para almorzar. El abate Constantín se lo ha ense?ado; pues durante las visitas q

a en los jóvenes Turner, Norton, en Pablo de Lavardens, que dormirán tranq

a víspera... ?Haber bailado así, cuando la pena de Juan era manifiesta! A los ojos de Bettin

más cari?o, más confianza. Triste y enfermo como estaba, no debió nunca dejarlo partir a pie. Debió haberlo retenido, retenido a toda costa.

rado. Y Bettina es presa de un vehemente deseo de ir a ver pasar a Juan. Así comprenderá él, viéndola a esas horas, que viene a pedirle perdón de sus crueldades de la víspera. Sí

a, babuchas con tacón y zapatos de baile de raso celeste. ?Qué hacer? Despertar a su camarera, nunc

cos de jardín y el gran chal escocés que se pone los días de lluvia para manejar. Entreabre su puerta con infinitas preca

a lluvia. Ve un enorme paraguas, del que se sirven los criados cuando van en el pescante; apodérase de él: ya está pronta... mas cuando quiere salir nota que la puerta del vestíbulo se halla

sliza por la puerta... Pero Bettina se ha hecho en la mano un largo tajo que deja ver un peque?o hilo de sangre. Envuélves

debajo de su inmenso paraguas. Habría andado unos cincuenta pasos, cuando un remolino ciego, loco, furioso, se arroja sobre Bettina, le abre el chal, la arrastra, la levanta, casi la hace perder pie,

mojada, en ese momento el viento le trae el eco lejano de un toque de trompetas. ?Es el regimiento que sale! Bettina toma una gra

rrado... ?Ya era tiempo! A veinte metros de distancia divisa los caballos blancos de los cornetas, y más lejos ve ondular vagamente en medio de la neblina, una larga fila de ca?ones. Pónese al ab

mpone de seis ca?ones y seis cajas. El abate Constantín le ense?ó también esto. Debe, pues, dej

nos momentos antes recordaba un largo paseo que hiciera con ella, al caer la tarde, hasta

ndose sobre el caballo, a medida que se alejaba, la miró hasta

la últi

repetido muchas veces, traía sus manos tan cerca,

esto no comprende que lo amo

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