El Abate Constanín
los ingleses lo son de Londres, los espa?oles de Madrid y los rusos de San Petersburgo. Pasaron esos tiempos. Los otros países tienen aún fronteras, pero la Francia ya no las
pobres y sus dentistas. Los extranjeros han conquistado ya sobre nosotros la mayor parte de los Campos Elíseos y del bulevar Malesherbes; ellos avanzan, se extienden; nosotros retrocedemos, rechazados por la invas
mento en que el americano se siente bastante rico; el francés, jamás tiene bastante. El americano se detiene entonces,
las, sabiendo que costarán muy caro a la Francia, pero al mismo tiempo darán ocasión a muy ventajosos e
r el cinco por ciento a cincuenta o sesenta francos, y entonces compraré. Puesto que
as revoluciones, y quizá es mayor el número de
ad en que sea tan agradable y tan fácil gastar el dinero. Por razones de raza y origen,
lcemente en el corazón de los emigrados de Quebec y Montreal. Zuzie Percival recibió de su madre una educación muy francesa, y ella educó
eseo se apoderó de las dos: venir a vivir en París. Pidieron la
o tres meses del a?o a América, para vigila
demasiado ricos... Partamos, os ruego. ?Estar
de enero de 1880, escribió la carta siguiente a su amiga
lveré a ser francesa. Vos me ofrecisteis encargaros de todos los preparativos
en, encontrar en el patio de la estación, mi carruaje, mi cochero y mis caballos, y que ese día nos acompa?aseis a comer en mi casa. Alquilad o comprad una casa, tomad criados, elegid
ayas de los ni?os, y además dos boys, Toby y Boby, que nos siguen a caballo y montan perfectamente. Son dos mon
manchas blancas los cuatro en las cuatro patas; no tendríamos valor para separarnos de ellos. ?Los atamos a un canasto y quedan preciosos! Bet
jéis en el dinero. Haced locuras, verda
que no había tenido buen tacto, sintiendo la baja cuando debió sentir la alza. Seis semanas antes, este Garneville se había
ar la casa y el mueblaje por dos millones en el primer a?o. Un tapicero de gran nombre s
ontrar, desde el primer momento dos artistas eminentes, si
igua casa del faubourg Saint-Germain, con gran pesar, pues tenía sentimientos
pero la se?ora Baronesa tiene cuatro hijos, dos que han hecho locuras, y dos ni?as que pronto serán casaderas, y d
ton, que sabía se trataba de un hombre de verdadero mérito; mas él, antes de decidirse, pidió pe
sa condición de tener entera libertad para la adquisición de caballos, de no usar librea, de elegir a su gusto los cocheros, grooms y palafreneros; de no tener nunca menos de quince caballos disponibles, de que
, y madama Norton aprovechó sus plenos poderes, conformándose con las instrucciones recibidas. En el corto espacio de
n del tren del Havre a las cuatro y media, en la estación
por vuestros caballos. Vivís en el número 24 de la calle de Murillo, y aquí tenéis el menú de vuestra comida de hoy. Me invitasteis hace dos meses, y acepté, tomándome la libertad de traeros unas quince pe
de oro, que decía: Menu du d?ner du 15 Avril 1880, y más abajo:
lí, vestido de blanco, con su canasta de mimbres en la cabeza, en momentos en que el cochero de madama Scott, molestado por tanto carruaje, salía con dificultad del patio de
ásp
venir las canas y las arruga
día en que los peque?os deshollinadores no se volvían en
como la de los deshollinadores... Todo no había concluido
por el bulevar Haussmann al trote lento y cadencioso de d
car sus retratos en los periódicos ilustrados, ni dejan vender sus fotografías en las papelerías!... Sin embargo, existe un peque?o estado mayor de una veintena de mujeres, que repre
asunto de veinticuatro horas; ni tanto, pues esto sucedió entre las ocho d
gica en tres actos y cuyo éxito f
las diez, en el Bosque, con dos mar
las seis, en la ave
, a eso de las diez, en e
de tribunal misterioso, que sentencia a nombre de todo París, y cuyas sentencias son sin apelación. Estas treinta o cuarenta personas tienen
jóvenes diosas, y por la noche, lanzaron un grito unánime sobre la ideal perfección de sus hombros. La partida había sido ganada. Desde entonces, todo París tuvo para las dos he
ricanas se transportaron en masa a casa de Scott, que recibió trescientas personas en su primer miércoles. Su círculo a
bría sido parisiense? M. Scott tenía en su mujer plena confianza y le dejaba entera libertad. El se presentaba poco en sociedad. Era un galantuomo que se sentía vagamente molestado por haber hecho un casamiento semejante, por haberse casad
cas que el a
sino que en Francia también se lanzó en grandes negocios, que llevó a cabo en París como en Ne
en espa?ol; pues conocía los cuatro idiomas... esta es otra ventaja que tienen las extranjeras sobre las parisien
sistencia amable, alegre, risue?a... Claro era que se divertía en el juego, y no tomaba ni por un instante la partida a lo serio. Jugaba por placer, por honor, por amor al arte. M. Scott jamás manif
ís el 15 de abril, y no habían transcurrido quince días, cuando empezaron a llover los pretendientes. En el curso de este primer a?o, Bettina se entretuvo e
rtas eventualidades, podía ser llamado a subir sobre un tro
ra en la Corte, cuando la Francia, y esto era inevitable, rec
obre las gradas del trono, cuando la Francia, que esto era impr
mucho brillo en la Cámara, y a quien el porvenir reservaba los puestos más encumbr
palacio de una Reina que no vive muy lejos del arco de la Estrella... Encuéntrase también su dirección en el almanaque Bottín... pues
París, y para el hijo de un embajador de Rusia; su mano para un Conde húngaro, y para un Príncipe italiano... y también para muchos jóvenes que no eran nada,
cho latir aquel corazón, y la re
. ?Todavía no!.
ga conversación sobre la grave, la eterna cuestión del matrimonio. Madama Scott pronunció
riendo, dijo
a, te verás obligada
que para resolverme a una cosa semejante, sería preciso que me viera en pe
todav
, entonces,
ras de ti desde hace un a?o, hay muchos simpáticos, amab
?Habrían podido con más habilidad encontrar el camino de mi corazón? ?O será culpa mía? ?Este camino será, quizá, un mal camino escarp
lo c
amor... Os reís... Y yo adivino por qué os reís... Pensáis: ?Vean, pues, a esta ni?a que pretende saber lo qu
eso
sona? ?Es cesar de vivir cuando ella no está p
es un gran
e es el amor co
el amor q
mbargo, existe la persona que yo prefie
sé... pero
hasta el extremo. Os quiero demasiado; con todo mi corazón. Lo ocupáis todo entero, no hay lu
, sí
vez, pero más no. Que no cuente con
nes debáis amar, para vuestro marido, para vuestros hijos, y eso sin que pierda nada
luego quedose con la cabeza apoyada
e mí, ?sabéis lo que haría? Pondría en una canastilla el nombre de dos de estos se?ores, y
áles
vina
cipe Rom
no! ?El
Monte
serían aceptables, pero nada, nada
rimoniales. El torbellino parisiense la había tomado desde su llegada, para no soltarla más. Ni una hora de alto ni descanso. Sentía la necesidad de entregarse a sí misma,
odía, al subir al tren que debía conducirla a Longueval.
con vos durante diez días, qué suerte! pues los Nor
, e
Y durante estos días no se presentará ningún pretendiente, ni uno solo! ?Dios mío! todos estos pretendi
e cruzó por la cabeza de Bettina, inclinose sobre la portezuela y e
s pretendie
e para atrás, presa de u
Zuzie,
ué
la mano... me ha visto... ?me ha oí
an poco
zuela; pero no por considerarme feliz al pensar qu
náis. Por lo pronto, hoy recibiremo
er esas dos personas. Sí, me alegro de que volvamos a
! ?sob
él, el otro día, tan noble la acción del artillero cuando era ni?o, tan noble, tan
bruscamente el curs
grama a Edwards ay
antes de
de poder atravesar la ciudad y hacer una linda entrada al patio de
nido, conducir
buena sois
Scott y miss Percival, trayendo los cuatro poneys con el carruaje, y esperaba en el patio de la estación con numeroso acompa?amiento. Puede decirse que todo Souvigny estaba a
eso; qu
personas
ambulant
dos lados
niciones brillaban como si fueran de oro, y los caba
estación, y allí supieron que tendrían el honor de
ermanas se presentaron muy lindas, pero
os al ver a Bettina dar lentamente la vuelta alrededor de los cuatro poneys, acariciándolos uno después de otro, suavemente con la mano, y examinando con
el carruaje. Luego se deslizó sobre el pescante en el asiento de Edwards, recibiendo de éste las riendas y el látigo con extrema destreza y sin que los caballos, m
o Edwards;-los poneys
-respondió Bett
quietos en su lugar; luego, envolviendo a los delanteros con una doble y larga ondulación de su látigo, los hizo arrancar de un solo golp
iudad, les hizo marchar pausadamente, pero en cuanto vio ante sí dos kilómetros de camino llano, sin s
caminos. ?Queréis manejar, Zuzie? ?Es tan lindo cuando se les puede d
s, prefiero ver
y espacio para correr! En París, aun por la ma?ana, yo no me atrevía; me miraba
bertad, lanzaba triunfante sus tres: ??Nadie, nadie, nadie!? apareci
ía una hora esperaba allí para tener
Zuzie a Bettina,
anos no se cuentan; e
ada de pais
hizo a las dos hermanas un saludo de la más alta
ue el encuentro tuvo la rapidez
se?or que acaba
de verlo, pero me pa
con
e lo he visto est
los treinta y cuatro? Vol