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El Abate Constanín

Chapter 4 No.4

Word Count: 5010    |    Released on: 06/12/2017

los ingleses lo son de Londres, los espa?oles de Madrid y los rusos de San Petersburgo. Pasaron esos tiempos. Los otros países tienen aún fronteras, pero la Francia ya no las

pobres y sus dentistas. Los extranjeros han conquistado ya sobre nosotros la mayor parte de los Campos Elíseos y del bulevar Malesherbes; ellos avanzan, se extienden; nosotros retrocedemos, rechazados por la invas

mento en que el americano se siente bastante rico; el francés, jamás tiene bastante. El americano se detiene entonces,

las, sabiendo que costarán muy caro a la Francia, pero al mismo tiempo darán ocasión a muy ventajosos e

r el cinco por ciento a cincuenta o sesenta francos, y entonces compraré. Puesto que

as revoluciones, y quizá es mayor el número de

ad en que sea tan agradable y tan fácil gastar el dinero. Por razones de raza y origen,

lcemente en el corazón de los emigrados de Quebec y Montreal. Zuzie Percival recibió de su madre una educación muy francesa, y ella educó

eseo se apoderó de las dos: venir a vivir en París. Pidieron la

o tres meses del a?o a América, para vigila

demasiado ricos... Partamos, os ruego. ?Estar

de enero de 1880, escribió la carta siguiente a su amiga

lveré a ser francesa. Vos me ofrecisteis encargaros de todos los preparativos

en, encontrar en el patio de la estación, mi carruaje, mi cochero y mis caballos, y que ese día nos acompa?aseis a comer en mi casa. Alquilad o comprad una casa, tomad criados, elegid

ayas de los ni?os, y además dos boys, Toby y Boby, que nos siguen a caballo y montan perfectamente. Son dos mon

manchas blancas los cuatro en las cuatro patas; no tendríamos valor para separarnos de ellos. ?Los atamos a un canasto y quedan preciosos! Bet

jéis en el dinero. Haced locuras, verda

que no había tenido buen tacto, sintiendo la baja cuando debió sentir la alza. Seis semanas antes, este Garneville se había

ar la casa y el mueblaje por dos millones en el primer a?o. Un tapicero de gran nombre s

ontrar, desde el primer momento dos artistas eminentes, si

igua casa del faubourg Saint-Germain, con gran pesar, pues tenía sentimientos

pero la se?ora Baronesa tiene cuatro hijos, dos que han hecho locuras, y dos ni?as que pronto serán casaderas, y d

ton, que sabía se trataba de un hombre de verdadero mérito; mas él, antes de decidirse, pidió pe

sa condición de tener entera libertad para la adquisición de caballos, de no usar librea, de elegir a su gusto los cocheros, grooms y palafreneros; de no tener nunca menos de quince caballos disponibles, de que

, y madama Norton aprovechó sus plenos poderes, conformándose con las instrucciones recibidas. En el corto espacio de

n del tren del Havre a las cuatro y media, en la estación

por vuestros caballos. Vivís en el número 24 de la calle de Murillo, y aquí tenéis el menú de vuestra comida de hoy. Me invitasteis hace dos meses, y acepté, tomándome la libertad de traeros unas quince pe

de oro, que decía: Menu du d?ner du 15 Avril 1880, y más abajo:

lí, vestido de blanco, con su canasta de mimbres en la cabeza, en momentos en que el cochero de madama Scott, molestado por tanto carruaje, salía con dificultad del patio de

ásp

venir las canas y las arruga

día en que los peque?os deshollinadores no se volvían en

como la de los deshollinadores... Todo no había concluido

por el bulevar Haussmann al trote lento y cadencioso de d

car sus retratos en los periódicos ilustrados, ni dejan vender sus fotografías en las papelerías!... Sin embargo, existe un peque?o estado mayor de una veintena de mujeres, que repre

asunto de veinticuatro horas; ni tanto, pues esto sucedió entre las ocho d

gica en tres actos y cuyo éxito f

las diez, en el Bosque, con dos mar

las seis, en la ave

, a eso de las diez, en e

de tribunal misterioso, que sentencia a nombre de todo París, y cuyas sentencias son sin apelación. Estas treinta o cuarenta personas tienen

jóvenes diosas, y por la noche, lanzaron un grito unánime sobre la ideal perfección de sus hombros. La partida había sido ganada. Desde entonces, todo París tuvo para las dos he

ricanas se transportaron en masa a casa de Scott, que recibió trescientas personas en su primer miércoles. Su círculo a

bría sido parisiense? M. Scott tenía en su mujer plena confianza y le dejaba entera libertad. El se presentaba poco en sociedad. Era un galantuomo que se sentía vagamente molestado por haber hecho un casamiento semejante, por haberse casad

cas que el a

sino que en Francia también se lanzó en grandes negocios, que llevó a cabo en París como en Ne

en espa?ol; pues conocía los cuatro idiomas... esta es otra ventaja que tienen las extranjeras sobre las parisien

sistencia amable, alegre, risue?a... Claro era que se divertía en el juego, y no tomaba ni por un instante la partida a lo serio. Jugaba por placer, por honor, por amor al arte. M. Scott jamás manif

ís el 15 de abril, y no habían transcurrido quince días, cuando empezaron a llover los pretendientes. En el curso de este primer a?o, Bettina se entretuvo e

rtas eventualidades, podía ser llamado a subir sobre un tro

ra en la Corte, cuando la Francia, y esto era inevitable, rec

obre las gradas del trono, cuando la Francia, que esto era impr

mucho brillo en la Cámara, y a quien el porvenir reservaba los puestos más encumbr

palacio de una Reina que no vive muy lejos del arco de la Estrella... Encuéntrase también su dirección en el almanaque Bottín... pues

París, y para el hijo de un embajador de Rusia; su mano para un Conde húngaro, y para un Príncipe italiano... y también para muchos jóvenes que no eran nada,

cho latir aquel corazón, y la re

. ?Todavía no!.

ga conversación sobre la grave, la eterna cuestión del matrimonio. Madama Scott pronunció

riendo, dijo

a, te verás obligada

que para resolverme a una cosa semejante, sería preciso que me viera en pe

todav

, entonces,

ras de ti desde hace un a?o, hay muchos simpáticos, amab

?Habrían podido con más habilidad encontrar el camino de mi corazón? ?O será culpa mía? ?Este camino será, quizá, un mal camino escarp

lo c

amor... Os reís... Y yo adivino por qué os reís... Pensáis: ?Vean, pues, a esta ni?a que pretende saber lo qu

eso

sona? ?Es cesar de vivir cuando ella no está p

es un gran

e es el amor co

el amor q

mbargo, existe la persona que yo prefie

sé... pero

hasta el extremo. Os quiero demasiado; con todo mi corazón. Lo ocupáis todo entero, no hay lu

, sí

vez, pero más no. Que no cuente con

nes debáis amar, para vuestro marido, para vuestros hijos, y eso sin que pierda nada

luego quedose con la cabeza apoyada

e mí, ?sabéis lo que haría? Pondría en una canastilla el nombre de dos de estos se?ores, y

áles

vina

cipe Rom

no! ?El

Monte

serían aceptables, pero nada, nada

rimoniales. El torbellino parisiense la había tomado desde su llegada, para no soltarla más. Ni una hora de alto ni descanso. Sentía la necesidad de entregarse a sí misma,

odía, al subir al tren que debía conducirla a Longueval.

con vos durante diez días, qué suerte! pues los Nor

, e

Y durante estos días no se presentará ningún pretendiente, ni uno solo! ?Dios mío! todos estos pretendi

e cruzó por la cabeza de Bettina, inclinose sobre la portezuela y e

s pretendie

e para atrás, presa de u

Zuzie,

la mano... me ha visto... ?me ha oí

an poco

zuela; pero no por considerarme feliz al pensar qu

náis. Por lo pronto, hoy recibiremo

er esas dos personas. Sí, me alegro de que volvamos a

! ?sob

él, el otro día, tan noble la acción del artillero cuando era ni?o, tan noble, tan

bruscamente el curs

grama a Edwards ay

antes de

de poder atravesar la ciudad y hacer una linda entrada al patio de

nido, conducir

buena sois

Scott y miss Percival, trayendo los cuatro poneys con el carruaje, y esperaba en el patio de la estación con numeroso acompa?amiento. Puede decirse que todo Souvigny estaba a

eso; qu

personas

ambulant

dos lados

niciones brillaban como si fueran de oro, y los caba

estación, y allí supieron que tendrían el honor de

ermanas se presentaron muy lindas, pero

os al ver a Bettina dar lentamente la vuelta alrededor de los cuatro poneys, acariciándolos uno después de otro, suavemente con la mano, y examinando con

el carruaje. Luego se deslizó sobre el pescante en el asiento de Edwards, recibiendo de éste las riendas y el látigo con extrema destreza y sin que los caballos, m

o Edwards;-los poneys

-respondió Bett

quietos en su lugar; luego, envolviendo a los delanteros con una doble y larga ondulación de su látigo, los hizo arrancar de un solo golp

iudad, les hizo marchar pausadamente, pero en cuanto vio ante sí dos kilómetros de camino llano, sin s

caminos. ?Queréis manejar, Zuzie? ?Es tan lindo cuando se les puede d

s, prefiero ver

y espacio para correr! En París, aun por la ma?ana, yo no me atrevía; me miraba

bertad, lanzaba triunfante sus tres: ??Nadie, nadie, nadie!? apareci

ía una hora esperaba allí para tener

Zuzie a Bettina,

anos no se cuentan; e

ada de pais

hizo a las dos hermanas un saludo de la más alta

ue el encuentro tuvo la rapidez

se?or que acaba

de verlo, pero me pa

con

e lo he visto est

los treinta y cuatro? Vol

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