El Mandarín
amanuense en el Minist
ida do?a Augusta, viuda del comandante Marques. Tenía dos compa?eros: Cabritilla, empleado en la administración del barri
trazaba en una hermosa letra cursiva, sobre el papel de oficio del Estado, estas frases hechas: ?Ilmo. y E
mpiar con clara de huevo la caspa al teniente Conceiro. Esta hora, sobre todo en verano, era deliciosa. Por las ventanas entreabiertas penetraba el vaho cá
a, en el aparador, los platos de cerezas. Poco a poco, el teniente, envuelto en un pa?o de afeitar, como un ídolo en su manto, ad
ugusta, es u
na estampa de Nuestra Se?ora de los Dolores, que perteneció a mi madre, y andar un tanto corcovado. Sí, era desgraciadamente corcovado, por lo mucho que doblé el espinazo, retrocediendo asustado delante de los se?ores profesores, o inclinando la frente ante
retar la mano de mimosas vizcondesas, y, por lo menos, dos veces a la semana, dormir, en un éxtasis mudo, sobre el fresco seno de Venus. ?Oh, elegantes que os dirigíais vivamente a San Carlos abrigados en costosos paletots, luciendo la blanca corbata de ?soirée!? ?Oh, carruajes llenos de mujeres vestidas a la andaluza, ro
cuello, delante de un bistek con patatas, desdoblar el ?Diario de las Noticias;? durante las tardes de verano, en los bancos gratuitos del paseo
paraísos ficticios, nacidos de mi propia alma deseosa, como las nubes de la evaporación de un lago; no susp
como quien ante una ?table d' h?tel? mastica la corteza de pan seco en espera del rico plato de la ?Charlotte russe?. Las felicidades habían de llegar; y, para apresarlas
discreto de comprar en la feria de Sadra libros antiguos desencuadernados, y por la noche, en mi cuarto, me entretenía con esas curiosas lecturas. Eran, siempre, obras de títulos sugestivos: ?Galera de la inocencia?, ?Espejo milagroso?, ?Tristeza de los desheredados....? ?El tipo venerable, el papel amarillento, la grave encuadernación f
s;? e iba cayendo en una so?olencia grata, cuando este período singular se destacó del tono neutro y apagado d
que se viste. Para que tú heredes sus bienes inenarrables, basta con que toques esa campanilla, puesta a tu lado, sobre un libro. El exhalará entonces un suspiro, en los lejanos
ía burlona y picaresca, me turbaba prodigiosamente. Quise leer más; pero las líneas huían ondulando como sierpes asustadas, y
rado el libro, disipando así la nerviosa alucinación. Mas aquel sombrío infolio parecía exhalar magia; cada letra afectaba la inquietante configuración de esos signos de la vieja Kábala, que encierran un atributo fatídico; las comas tenían el reto
ino, al ?tilín-tín? de mi campanilla; ?y de otro toda una monta?a de oro brillando a mis pies! Esto era tan claro que hasta veía los ojos oblícuos del viejo empa?arse, como cubiertos de una ténue capa de polvo; y sentía el so
de la mesa, una voz insinuante y
o, sé fuerte, extiende la
tástico. Parecía tan corriente, como si viviese del mísero sueldo de un empleo... su originalidad estaba en su rostro, sin barba, de líneas fuertes y duras, la nariz brusca, presentaba la expresión rapaz y amenazadora de un pico de águila: el corte firme y acentuado de sus labios d
ías, uno de barbas nevadas y túnica azul, vestido como el antiguo Zoroastro y habitando las alturas luminosas, en medio de una corte más complicada que la de Luis XIV; y el otro malhumorado y ma?oso, ornado de cuernos, viviendo entre las llamas, imitación ridícula y burguesa del pintoresco Plutón. ?No, no creo! Cielo e infierno son concepciones sociales para uso de la plebe, y yo pertenezco a la clase media. Rezo, es verdad, a Nuestra Se?ora de los Dolores, porque, así como pedí una recomendación para licenciarme; así
sticiones, dije familiarmente
consejas que toq
sombrero, descubriendo la frente estr
, el baile, el café Inglés.... Sólo llamaré tu atención sobre este hecho.... Existen seres que se llaman mujeres. Estos seres, Teodoro, en mi tiempo, en la tercera página de la Biblia, apenas usaban exteriormente una ?hoja de parra?. Hoy son toda una sinfonía, todo un enga?oso y delicado poema de encajes, batistas, sedas, flores, joyas, cachemires, gasas y terciopelos. Comprende la satisfacción inenarrable que sentirán los cinco dedos de un cristiano recorriendo y palpando esas maravillas; más también has de percibir, que con una pieza de cinco céntimos, no se pagan las cuentas de esos serafines.... Ellas poseen cosas mejores: cabellos color de oro o color de tinieblas, resumiendo así en sus trenzas la apariencia emblemática de las dos grandes tentaciones humanas: el hambre del metal precioso y el conocimiento del absoluto trascendente. Y aún tienen más: braz
on las fauce
ier
siguió pacie
en una parte el exceso para suplir en otra la falta. Penétrate bien en estas sólidas filosofías. Una pobre costurera de Londres ansía ver florecer en su ventana un tiesto lleno de tierra negra; una flor daría consuelo a aquella desheredada; mas en la disposición de los seres, por desgracia, en ese momento, la substancia que allá debía ser rosa, es aquí un hombre de Estado.... Viene entonces el chulo de navaja y hiere al estadista; la pu?alada le descarga los intestinos; lo entierran: la materia comienza a desorganizarse, mézclase a la vasta evolución de los átomos, y el superfluo hombre de gobierno va a alegrar, bajo la forma de una flor a una rubia costurera. El asesino es un filántropo. Déjame resumir, Teodoro; la muerte de ese viejo Mandarín idiota, ?trae a tu bolsillo algunos millones de pesetas! Puedes desde ese momento dar un puntapié a los Poderes público
este estorbo enviando contra el rebelde una legión de Arcángeles; mas cuando el enemigo es el hombre armado de una pluma de pato y un c
enlutado
, y desde allí, mostrándome ciudades, razas e imperios adormecidos, me hubiera dicho sombríamente: ?Mata al Mandarín, y todo lo que ves en valles y colinas
recidos a la luz de una vela de esperma, en la travesía de la Con
e que una campana de boca tan ancha como el cielo, repicaba en la obscuridad, a través del Univ
l párpado, y limpiando una lágrima q
e Ti-C
Mu
lín-tín? de la campanilla. Ahora yace a orillas de un arroyo susurrante, vestido de seda amarilla, muerto sobre la hierba verde, con la panza al aire, y en sus man
itó respetuosamente el sombrero, y sa
a pesadilla. Salté al corredor. Una voz jovial hablaba con la se
ir ahora, do?a Augus
que va a l
abierto por la página temerosa. Volví a leerla, y ahora me pareció la prosa anti
artaria, en el kiosco de un convento de Lamas, oyendo máximas prudentes y s