Honor de artista
ndesa de
argumento dilatorio para el día en que la se?ora de Montauron lo empujase de nuevo a resolverse en definitiva. Atormentado por dudas de que el lector conocerá pronto la causa real, si ya no es que la haya adivinado, el joven marqués, en sus indecisiones, deseaba ante todo ganar tiempo. Continuó, pues, durante aquel
ese motivo las respetuosas atenciones que Pedro demostraba siempre a la lectriz de su tía. Era el único de entre los huéspedes del castillo que la tratase de igual a igual; todos los demás, con especial las se?oras, tomaban ejemplo de la baronesa, para afectar con la pobre Beatriz aires de fina superioridad o de desde?osa protección. Fabrice notó que aquella parte más penosa en las funciones de la lectriz la
os delicados menesteres... no hay como Beatriz para arreglarme los cojines sin molestarme... ?No es verdad, se?or Fabrice?... Además, hijo mío, no quiero monopo
re de aquélla con el del marqués de Pierrepont, en su crónica escandalosa. La se?ora de Aymaret habitaba el verano la peque?a posesión de las Loges, situada a dos kilómetros, poco más o menos, de los Genets. En el campo como en París, dejaba raras veces pasar una semana si
meninas virtudes, alababa con calor las de la se?ora de Aymaret, de lo
impasible dejando correr sus lágrimas... Y, sin embargo, aun para ella guardaba su corazón un secreto. Cierto día, habiéndola encontrado la vizcondesa en su alcoba deshecha en llanto a consecuencia de una de esas humillantes escenas que
ado altiva, para aceptar casa y mesa por pura caridad... Aquí al menos sirvo para algo... tengo debere
nte vencer sus escrúpulos, Beatriz
u marido me h
sabía capaz de violar sin escrúpulo alguno las santas leyes
migo de la sota de copas, y si le gustaban las mujeres, el juego y el vino hasta, el escándalo y la degradación, era... que no podía rem
n embargo, una especie de lástima, y aun se prestaba a la singular manía en que últimamente aquél había dado revelando a su propia mujer, sus pérdidas al juego, sus desventuras amorosas, su naufragio moral, y cómo le eran indispensabl
or la gracia de su aristocrático marchar, por la tierna claridad de sus tiernos ojos, que como los de Enriqueta de Inglaterra, parecían estar siempre pidiendo besos. Y todavía aún la hubiera amado porque era honrada, por ese atractivo inexplicable que para todo humano inmortal tiene el prohibido fruto; la habría también ama
aceptar francamente su situación, ese hombre de mundo, contentándose con esa especie de reservada amistad que le ofrecía su ad
osidad, y le gustó el hombre por su modesto continente y su grave melancolía. Constantemente preocupada de la situación penosa y precaria de su amiga Beatriz, recordaba ella que antes de los desastres de la familia de Sardonne, había demostrado aquella joven serias aficiones por la pintura a la acuarela, y la se?ora de Aymaret se dijo
pedir semejante favor a ese ca
sa-rogar al se?or de Pierrepon
de Pierrepont podría disgu
Por otra parte, nada nos obliga a desenvolver a Pedro nuestro plan de operaciones... Es natural que tú proc
as un gr
había quedado en el castillo pretextando una ocupación cualquiera, y como la se?ora de Aymaret saliese del parque para volver a los Loges
ciéndole con su sombrilla se?as de que
decer-respondió
e sus desgracias... Ella desea volver a las andadas y tomar algunas lecciones del se?or
flexionó algu
o siendo Fabrice invitado mío, estoy seguro que usted se abstendría de pedirle cosa que podía tener los visos todos de una semi-imposición... mientras que si usted misma le presentase el me
reguntó la se?
sta a usted, no será largo... Otros hemos visto peores, créalo usted... Por otra parte, as
mos,
o de Pierrepont, saltó
movimiento y, abandonándola al hilo
. únicamente habíase practicado acá y allá algún ligero claro para comodidad de los aficionados a la pesca. Además, se deslizaba
rpeló bruscamente a su compa?era en ese tono, medi
ra de
uerido
d que quier
nat
e, huyo el cuerpo a ese san
or
de que ya no hay ni?as honradas, y, por conse
a dicho
radas... al menos en nuestra cla
se?ora de Aymaret-. ?A mí s
. Usted ha nacido virtuosa, es su complexi
r casualidad no dudan ustedes... entonces es que ha nacido así como hubiera podido nacer tuerta... no hay mérito porque no ha habido
ó Pierrepont, conmovido por
siguió diciendo en conte
ería yo... pero no, tengo hijos... dos hijos, y quiero que ma?ana se diga... ?Si el padre era un pobre hombre... un desgraciado loco... la madre fue una mujer honrada... una digna persona...? ?Y usted cree que resignarme
a en mí una necedad insigne pensar siquiera... por más que ha
en cuanto a mí, lo amaba a usted... y... lo amo todavía... lo confieso a usted atrevidamente... y lo confieso a usted porque mi franqueza no tendrá consecuencias... Honrada soy
ostro de Pedro, enjugánd
, se?ora!-díjo
l entonces, sin a?adir una palabra, b
leve murmullo del agua: Pierrepont lo rompió primero, procu
iedades que me está haciendo soportar este matrimonio...
movió graciosamente l
rqués con seriedad-, reci
ante responsabilidad... nunca osaría designarle una persona
e usted dec
ad
usted e
na
d sincera en
o... ?Es complaciente su amigo Fabrice?... ?Sería amable conmi
o que bajemos aquí; de otro modo la corrien
ua se dividía en dos brazos, de los cuales uno daba movimiento a un molino instalado en la orilla. He
orizada-por nada se ruborizaba esta mujer adorable-, habló al pin
e Sardonne, aunque ella haya abandonado un poco el estudio de la acuarela..
ruborizada, no pudo asegurar
a la se?orita de Sardo
t interrogó a Pierr
tiene durante el día más que, una hora libre... es aqu
ntonces ésos son
aron hasta la portada y volvieron a los Genets haciendo comentarios sobre los atract